Contenido
Guide
Elogios paraLos siete principios del Camino de Santiago
«Los siete principios del Camino de Santiago imparte lecciones vitales y de liderazgo universales. Después de terminarlo no sabía qué hacer primero: si compartir el libro con mi equipo sénior o comprarme un billete de avión y empezar yo solo mi viaje».
—Scott Kubly, director del Departamento de Transporte de Seattle
«Arraigado en la historia y a la vez completamente relevante hoy en día, este libro de Victor Prince guía a los lectores en un recorrido por sus descubrimientos, que pueden resultar de gran valor para todas nuestras experiencias diarias».
—Suzanne Tager, directora sénior del Departamento de Minoristas y Bienes de Consumo en la consultoría Bain & Company
«La mayoría de las personas tienen dos montones de libros al lado de su cama: libros que leen para el trabajo y libros que leen por placer. Los siete principios del Camino de Santiago es el único libro que leerás este año que podría estar en ambos montones».
—Paul Smith, autor best seller de Lead with a Story y Sell with a Story
«Los siete principios del Camino de Santiago te lleva en un recorrido que jamás olvidarás. Un relato apasionante que te cautiva y sacude a la vez que imparte grandes lecciones de vida y liderazgo. ¡Otro maravilloso libro de Victor Prince!».
—Brigette Hyacinth, fundadora y directora de MBA Caribbean Organisation
«Victor Prince no solo comparte valiosas lecciones y descubrimientos de su peregrinación por el Camino, sino que va más allá. A través de este recorrido nos guía para aplicar esta nueva perspectiva en los aspectos más significativos de nuestras vidas. Y, al hacerlo, nos convertimos en mejores líderes, mejores padres y mejores personas».
—Sally Tassani, presidenta de The Strategy Forums
«Deja que Victor Prince sea tu guía a través de este soplo de aire fresco repleto de lecciones y absolutamente cautivador. Prince extrae lecciones sobre liderazgo con perspicacia sobre el famoso sendero, desde el poder de vivir cada momento hasta aprender a pedir ayuda u honrar a tus predecesores. Si un “Buen Camino” no está en tu itinerario, este libro te acercará al máximo al poder absolutamente transformador del alabado Camino. Es como un Máster en Administración de Empresas para el alma».
—Scott Mautz, autor de Find the Fire: Ignite Your Inspiration& Make Work Exciting Again
A mitad del andar de nuestra vida
extraviado me vi por selva oscura,
que la vía directa era perdida.
—PRIMERA LÍNEA DE LA DIVINA COMEDIA DE DANTE
DI LA ÚLTIMA PEDALADA Y DEJÉ QUE LA BICICLETA SIGUIERA SOLA TANTO como pudiera. Cuando finalmente se detuvo, pude contemplar ante mí cómo el Danubio se deslizaba ante el espectacular edificio del Parlamento húngaro. Tras un mes había completado mi lista de cosas por hacer en mi viaje en bicicleta por el corazón de Europa. Me sentía agotado. Había terminado otra etapa de mi vida. Pero también tenía la sensación de que faltaba algo.
Cuando era pequeño, me marqué dos objetivos: ser presidente y ver el mundo. Mi incapacidad para ver que una cosa iba de la mano de la otra revela mi inocencia de entonces. En algún momento entre mi infancia en el Medio Oeste de los Estados Unidos y mi carrera universitaria en Washington D. C., me di cuenta de que nunca iba a llegar a ser presidente. Decidí conformarme con quedarme un peldaño por debajo en la carrera del servicio público: dirigir una agencia federal. Antes de graduarme de la universidad ya había conseguido un muy buen puesto como funcionario y pude empezar a escalar posiciones antes que los demás. Mis compañeros de trabajo me apodaron «Doogie», como un famoso personaje de televisión en aquellos tiempos que era un doctor adolescente. Al trabajar conlos responsables y líderes del gobierno advertí que a menudo habían conseguido llegar a la cima teniendo primero una carrera empresarial de éxito y dedicándose posteriormente al servicio público. Así que dejé el gobierno para ir a la escuela de negocios y empezar una nueva carrera. Mi trayectoria empresarial fue buena, pero no acababa de resultarme inspiradora, así que tras unos años volví al servicio público. Me convertí en miembro del gabinete de un alcalde de una gran ciudad y después en el director ejecutivo de una agencia gubernamental federal.
Había conseguido llegar a un peldaño por debajo de lo que me había propuesto en la universidad y advertí que ya no quería ir más lejos. El gobierno federal había cambiado mucho desde que me marqué mi objetivo, así que di por cumplido ese punto de mi lista.
Tenía cuarenta y pocos años. La sensación era satisfactoria y desconcertante a la vez. ¿Qué hace uno cuando ha conseguido el objetivo que se había marcado para su carrera antes de que esta termine?
Así que me centré en mi segundo objetivo adolescente: ver el mundo. Cuando era pequeño, mis padres me regalaron una maleta y un globo terráqueo para Navidad. Años después los científicos identificarían el gen wanderlust, pero, al parecer, mis padres me lo diagnosticaron bastante antes. Para cuando llegué a mis cuarenta y tantos ya había vivido en diez ciudades diferentes y viajado por cuatro continentes. Nunca permití que mis cambios de vivienda se interpusieran en mi trayectoria profesional, aunque estos sí que impactaron en el resto de las áreas de mi vida.
Durante ese tiempo me aficioné a hacer rutas de larga distancia en bicicleta; para mí eran la mejor manera de experimentar el viaje. Me encantaba la idea de viajar con un objetivo: ir de un pueblo a otro, cruzar un estado, cruzar un país. Hice muchas rutas en bicicleta. De Pittsburgh a Washington D. C. De Montreal a Quebec. Crucé el estado de Nueva York por el canal Erie. Hice muchas rutas largas, pero solo si cumplían tres criterios: que pareciera impresionante poder contar que las había hecho, que no tuviera que acampar y que pudieran hacerse en unas vacaciones normales.
Ahora que me iba a tomar un periodo sabático en mi carrera podía hacer un recorrido que durara más de una semana. La ruta en bici por el Danubio cumplía a la perfección con mis criterios. Si hacía unos ochenta kilómetros al día en bici, seguro que podría ver mucha Europa. Había sitios donde dormir y comer a lo largo de todo el recorrido y, como seguía el río, no había desnivel. Era perfecto.
Pero mientras admiraba la inesperada belleza de Budapest, me sentí más vacío que realizado. Mi mes en bicicleta fue el mes más solitario de mi vida. Cada noche estaba en un pueblo o ciudad diferente. No es fácil ir conversando con otros mientras vas a toda velocidad en la bici. El ciclismo es una forma magnífica de disfrutar del paisaje, pero no va demasiado bien para conocer a gente.
Yo quería estar solo como parte de mi periodo sabático. A lo largo de mi carrera había ido dirigiendo equipos cada vez más grandes. En el puesto como director ejecutivo que acababa de dejar dirigía a un equipo de cientos de personas. Me encantaba liderar equipos y ayudar a los demás a desarrollarse, pero tras dos décadas, necesitaba un poco de tiempo a solas para recargar las pilas.
En cuanto regresé de Budapest empecé a buscar otra ruta. En esta ocasión opté por el senderismo en vez del ciclismo para tener una experiencia más social.
Me sorprendió ver que hay muy pocas rutas en el mundo en las que puedes caminar durante treinta días sin acampar. Y el recorrido que encabezaba todas las listas, una y otra vez, era la peregrinación por el Camino de Santiago que cruza España. Durante más de mil años, los peregrinos han caminado cientos de kilómetros para llegar a la catedral de Santiago de Compostela, en España, y ver el santuario donde se hallan los restos mortales del Apóstol Santiago.