Bibliografía
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Título original: El camino de Santiago
AA. VV., 1985
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
A fines del siglo VIII se difunde en el noroeste de la Península la idea de que Santiago el Mayor había evangelizado y había sido enterrado en estas tierras, y comienza a rendirse culto al Apóstol en un lugar cercano a la ciudad episcopal de Iria Flavia, donde —según excavaciones recientes— se halla situado un cementerio de época romana. Un siglo más tarde, la noticia de este culto es conocida en el sur de Francia, y pronto llegarán hasta Compostela, nombre dado al lugar del sepulcro, los primeros europeos deseosos de venerar los restos del apóstol de Occidente y de conocer unas tierras que la vecindad de los musulmanes hace atractivas y legendarias.
El número de peregrinos aumenta extraordinariamente a partir del siglo XI, cuando la población europea logra salir del aislamiento de épocas anteriores e inicia una serie de contactos e intercambios que, en el campo religioso, llevarán a hacer de la peregrinación la forma más difundida de devoción. Roma, Jerusalén y Santiago serán los grandes centros: todos los caminos llevan a Roma; los cruzados y las ciudades marítimas italianas abren la ruta de Jerusalén, y los monarcas de Navarra, Aragón y Castilla-León facilitan el viaje a Santiago mediante la construcción de puentes, reparación de caminos, construcción de hospitales y albergues…
AA. VV.
El camino de Santiago
Cuadernos Historia 16 - 088
ePub r1.0
Titivillus 27.06.2021
Santiago: religión,
comercio y política
Por José Luis Martín
Catedrático de Historia Medieval.
Universidad de Salamanca
A UNQUE los caminos por los que llegan los fieles a Santiago son muy numerosos, una de las vías llegará a convertirse en el Camino por antonomasia. Es el camino francés que se inicia en los puertos de Somport o de Roncesvalles, desde donde los viajeros se dirigen a Puente la Reina, pasando, en el primer caso, por Jaca, Sangüesa y Monreal, y por Pamplona en el segundo. Unidos en Puente la Reina, los peregrinos siguen por Estella, Monjardin, Logroño, Nájera, Santo Domingo de la Calzada, Belorado, Burgos (donde confluye la vía menor que, desde Bayona, cruza por Tolosa, Vitoria, Miranda de Ebro y Briviesca). Las etapas a partir de Burgos pasan por Castrojeriz, Frómista, Carrión, Sahagún, León (una parte de los peregrinos se desvía hacia Oviedo para seguir luego el camino se la costa hasta Santiago), Astorga, Ponferrada, Villafranca del Bierzo, Cebrero, Portomarín, Palas del Rey y Santiago.
Más que una devoción
Ruta de peregrinación ante todo, el Camino de Santiago es mucho más: es, en primer lugar, una prueba de la clara importancia histórica y de las consecuencias que puede tener un hecho inexistente o dudoso como el enterramiento de Santiago en tierras gallegas. Poco importa que el cuerpo del Apóstol se conserve o no en Compostela: lo que interesa es que los hombres de la Edad Media lo creyeron así y actuaron en consecuencia y el historiador debe explicar por qué se «inventó» y difundió el culto a Santiago y conocer sus efectos.
El descubrimiento del sepulcro coincide con la llegada al reino asturleonés de mozárabes huidos de las zonas dominadas por los musulmanes y deseosos de manifestar claramente sus diferencias políticas y religiosas con el emir cordobés y con la jerarquía eclesiástica que lo apoya o le está sometida. La ocasión se presenta cuando Elipando, arzobispo de Toledo y primado de Hispania, acepta las teorías adopcionistas propagadas por Félix de Urgel. El monarca asturleonés y sus súbditos, dirigidos intelectualmente por los mozárabes, se apresuran a acusar de herejía a Elipando —lo mismo hará Carlomagno en tierras pirenaicas— y utilizan esta acusación para romper los vínculos que les unían al primado toledano: la independencia política no es compatible con la sumisión de los obispos dependientes de un poder extraño, y enemigo.
Independiente eclesiásticamente de Toledo y sin contactos con Roma, la cristiandad asturleonesa necesita afirmar su nueva personalidad, y lo hará mediante la restauración de la antigua metrópoli bracarense y la transformación de Oviedo —capital política— en cabeza de su iglesia. El descubrimiento del sepulcro de Santiago pudo ser una manifestación más de esta independencia, y, de hecho, sabemos que sirvió para apoyar otra de las ideas defendidas por los mozárabes asturleoneses que conocemos por las crónicas de fines del siglo IX, las cuales, según Sánchez Albornoz, tomarían numerosos datos de un cronicón hoy perdido, redactado un siglo antes, en época de Alfonso el Casto.
Localidades españolas y francesas atravesadas por el Camino de Santiago.
Fachada de la catedral de Santo Domingo de la Calzada.
Para los redactores de estas crónicas, los reyes asturleoneses eran descendientes directos de los monarcas visigodos y, en consecuencia, a ellos correspondía la tarea de reconquistar las tierras antiguamente sometidas a los monarcas visigodos, es decir, de expulsar a los musulmanes e, indirectamente, de reunificar las zonas en poder de los cristianos. León se convertía así en el símbolo de la unidad peninsular y su monarca recibiría de los clérigos, en el siglo X, el título de emperador con el que expresaban, al mismo tiempo, su oposición al emir musulmán —que adoptó por estos años el título supremo de califa— y su hegemonía sobre los demás reyes y condes cristianos. Influido por estas ideas y, sobre todo, por el carácter apostólico de la iglesia compostelana, el abad Cesáreo de Montserrat pidió y obtuvo de los obispos leoneses, en el año 954, su designación como arzobispo de Tarragona, pero el nombramiento no fue aceptado por los condes y obispos catalanes, para quienes los títulos del monarca leonés carecían de valor y para quienes Compostela no podía equipararse a Roma por el sólo hecho de conservar el cuerpo del Apóstol.
Ciento cincuenta años más tarde, el carácter apostólico de su iglesia y las riquezas acumuladas gracias a los peregrinos permitirían a un obispo emprendedor, Diego Gelmírez, convertir a su sede en arzobispado. Por estos años, comienzos del siglo XII, Roma ha impuesto su autoridad y será ella quien autorice la traslación de la antigua metrópoli emeritense a Santiago hasta que la ciudad extremeña sea arrebatada a los musulmanes. De hecho, Mérida jamás recuperará la sede perdida: los arzobispos compostelanos lograrán que los reyes les hagan la donación de Mérida, antes incluso de ocupar la ciudad, y al independizarse Portugal y dividirse los reinos de Castilla y León, en 1157, será el monarca leonés el primer interesado en que la sede continúe en Compostela para evitar que el reino se halle sometido eclesiásticamente a los arzobispos de Toledo (Castilla) o de Braga (Portugal).