Agradecimientos
T odas las historias en este libro se basan en mis reflexiones y en lo que aprendí de los clientes con los que he trabajado. Obtuve mi entendimiento del duelo a través de ellos y me siento honrada de haberlos conocido, de haber aprendido de ellos y de que me hayan inspirado. Cuando me fue posible, consulté a mis clientes actuales y previos para asegurarme de que estaban de acuerdo con lo que se publicaría, con el fin de evitar cualquier molestia. Una de mis preocupaciones predominantes durante el proceso de escritura fue mantener la confidencialidad y el anonimato de mis clientes; para hacer esto, hice todos los esfuerzos posibles por conservar en el anonimato a las personas y los eventos y simultáneamente seguir siendo fiel a la esencia de la obra.
Este libro no sería posible de no ser por esos clientes que me permitieron trazar su trabajo durante el duelo. Algunos me permitieron grabar y transcribir nuestras sesiones, otros leyeron y comentaron mis notas sobre nuestro trabajo y otros incluso usaron el estudio de caso de nuestra terapia. Estoy profundamente agradecida con cada uno de ellos por toda su generosidad y confianza al dejarme contar sus historias de duelo.
Para mí es importante darle crédito en particular a quienes son, en mi opinión, los principales y más vanguardistas psiquiatras y psicólogos del duelo en los últimos cincuenta años. Ellos fueron la mayor influencia en mi práctica. Sus teorías sobre el duelo, incluso algunas de sus expresiones, se han vuelto parte de mí y se integraron de distintas maneras a lo largo del texto. Ellos son: la doctora Margaret Stroebe y el doctor Henk Schut, el doctor Colin Murray Parkes, John Bowlby, Dennis Klass, Phyllis Silverman y Steven Nickman y el profesor William Worden. Creo que ellos han sido parte de una revolución silenciosa que ha transformado nuestro entendimiento del duelo.
Mi agente literaria, Felicity Rubinstein, fue la primera en alentarme a que pensara en escribir un libro, cosa que no había considerado seriamente hasta ese momento. A través de su experiencia, Gillian Stern me dio la confianza de encontrar mi voz. Venetia Butterfield ha sido una editora tanto inteligente como sensible al tomar lo mejor de mí y al ayudar a estructurar el libro hasta su forma actual. Tener este triunvirato de mujeres brillantes que me guiaron en esta nueva aventura fue para mí un regalo excepcional.
El doctor Adrian Tookman, médico especialista en cuidados paliativos, y Lynda Nayler, especialista en enfermería clínica del Marie Curie Hospice en Hampstead, amablemente me permitieron pasar tiempo con ellos en el Marie Curie Hospice. Conocí y platiqué con varios de sus pacientes y aprendí más sobre los cuidados paliativos en la población de edad avanzada. La profesora Julia Riley, especialista en cuidados paliativos del hospital Royal Marsden, me apoyó con su gran experiencia en la exploración de las necesidades de los pacientes que están por morir y también con sus útiles comentarios sobre los estudios.
El profesor Tim Bond me brindó bastante de su preciado tiempo para guiarme a través de las mejores prácticas éticas para la publicación de estudios de caso. Estoy en deuda con él por la profundidad de sus conocimientos y generosidad al compartirme esto.
Ann Chalmers y Ann Rowland de Child Bereavement UK me dieron una crítica constructiva invaluable. Andrew Reeves , de la British Association of Counselling, me dio excelentes consejos que fueron muy bien recibidos.
Estoy agradecida con Stephanie Wilkinson, quien trabajó mucho para encontrar cientos de artículos de investigación excelentes sobre cada tema.
Quiero agradecerle a mi talentoso hermano Hugo Guiness por darme su ilustración de dientes de león para la portada del libro; es la imagen perfecta y aún más porque él la ilustró.
Soy sumamente afortunada de haber podido recurrir a esta amplia lista de personas maravillosas que me contaron sobre sus experiencias con el duelo, que contribuyeron a explicar cómo pueden ayudar los amigos y familiares o que hicieron sus comentarios del libro. Sobre todo a Geraldine Thomson, Natasha Morgan, Steve Burchell y Kathy Murphy, todos ellos psicoterapeutas y sabios colegas que fueron extremadamente compasivos y atentos. Los amigos, tanto cercanos como distantes, fueron sumamente generosos con su tiempo, experiencia y pensamientos: Rachel Wyndham, Catherine Soames, Juliet Nicolson, Susanna Gross, Clare Asquith, Joanna Weinberg, Tory Gray, DiDi Donovan, Christabel McEwan, David Macmillan, Bettina von Hase, Rosie Boycott, Alexander Dickinson, Linda y David Heathcoat-Amory, Jack Heathcoat-Amory, Patricia Mountbatten, Cathy Drysdale, Catherine O’Brien, Amrita Das, Christine D’Ornano, Dana Hoegh, Fiona Golfar, Hafizah Ismail, Flappy Lane Fox, Tal Fane, Clare Milford Haven, Harry Cotterell, Millie Baring, Dafna Bonas, Peter Laird y Debora Harding. Estoy completamente agradecida con todos ellos por ese acto tan generoso de amistad.
Para mantener la fluidez de las palabras, no agregué notas bibliográficas a lo largo del texto. Todas las referencias relacionadas con los estudios de casos, así como con la guía y las secciones de investigación, se pueden encontrar en la sección de “Fuentes” bajo el título del capítulo o la parte en la que se usaron. Acepten mis disculpas en caso de que haya un error o que falte alguna referencia.
El equipo de Viking Penguin fue maravilloso: agradezco a Isabel Wall, Donna Poppy, Julia Murday y a Emma Brown por toda su ayuda.
Me declaro completamente responsable de cualquier error u omisión.
Mi amado esposo, Michael, que es parte de todo lo que hago, fue extremadamente paciente y alentador y se rio conmigo y de mí cuando fue necesario. Nuestros hijos, Natasha, Emily, Sophie y Benjamin, hicieron sugerencias reveladoras y me apoyaron con mucho amor mientras estuve inmersa en este proyecto. Estoy eternamente agradecida con todos ellos.
La página de internet que acompaña a este libro es: www.griefworks.co.uk (sitio en inglés). Puedes visitarla para consultar vínculos a páginas de apoyo, obtener más información y visitar los foros.
Este libro está dedicado a Michael,
Natasha, Emily, Sophie y Benjamin
con todo mi amor
No hay amor sin dolor, pero sólo el amor
puede curar el dolor que éste ocasiona
–PADRE JULIO LANCELOTTI
Índice
Introducción
A nnie, la primera persona a quien atendí, vivía en lo más alto de una torre de departamentos detrás de Harrow Road, en Londres. Ella tenía casi setenta años y estaba destrozada por la muerte de su hija, Tracey, quien murió al chocar contra un camión de carga en la víspera de Navidad. El humo de su cigarro y el calor sofocante de su cuarto, producido por el calefactor eléctrico, mezclados con su intenso dolor siguen tan vivos en mi memoria hoy como lo fue hace veinticinco años. En ese entonces yo era voluntaria para un servicio local de terapias de duelo y sólo había recibido diez sesiones de capacitación por las tardes antes de encontrarme ahí, sentada frente a Annie. Me sentí incompetente y asustada al estar cara a cara con su pérdida; sin embargo, también sentía un hormigueo por la emoción, ya que sabía que había descubierto el trabajo que quería hacer por el resto de mi vida.
Annie me compartió una idea que ha demostrado ser cierta para los cientos de personas que he visto desde entonces: necesitamos respetar y entender el proceso de duelo y debemos de reconocerlo como necesario. No se trata de algo a lo que hay que vencer mediante una batalla, como sucede en el modelo médico de la recuperación. Como humanos, lo natural es que intentemos evitar el sufrimiento, pero, contrario a todos nuestros instintos, para sanar nuestro duelo tenemos que permitirnos sentir ese dolor; tenemos que encontrar formas para usarlo como apoyo, porque no podemos escapar de él. Annie clamaba contra el hecho de que su hija estaba muerta, bloqueaba la realidad con borracheras y peleas con sus familiares y amigos que intentaban ayudarle a superar la pérdida. Este dolor fue justamente lo que con el tiempo la obligó a buscar una manera para vivir con la verdad: su amada hija estaba muerta (y este dolor tomó su propio curso).