entrañable México hicieron Eva.
Vuestro perro verde, your life , la gachupa… os quiere.
Guía rápida para saber quién es Eva
S on muchas las cosas que descubrirás sobre mí a medida que leas este libro, pero te haré una breve descripción de mí misma para que te hagas una idea. Pronto, en un parpadeo, sentirás que me conoces de toda la vida.
Mi nombre es Eva, tengo veintitantos años y soy una mujer única, pasional, un poquito (o más bien demasiado) intensa y algo desastrosa. No tengo novio, aunque los he tenido en el pasado –reales o imaginarios, no importa–. Como la mayoría de las mujeres, sueño con una casa, niños, una profesión que me lleve tan alto como merezco y un marido adorable que me cuide toda la vida. Colorín colorado… ¡como en el cuento!
Debes saber que prefiero referirme a mí misma como “mujer” y no como “chica” o “chava”. De alguna manera me da más presencia, o eso creo yo. A veces pienso que me gusta hacerlo así porque, contrariamente al resto de mis amigas, tardé mucho en serlo; aunque, pensándolo bien, unas gotitas de sangre en las bragas no tendría que ser lo que me definiera como mujer. A mí me llegó la primera regla bastante tarde, ¡a los 15 años! Ese día fue el más feliz de mi vida, cuando vi esas tres gotitas en mi ropa interior –sí, tres gotitas y no el río rojo que me imaginaba–. Lo primero que hice, incluso antes de decírselo a mi mamá, fue llamar a mis amigas… ¡ya era parte del club de mujeres del que me había auto excluido durante tanto tiempo!
Mis lolas (también llamados pechos) tardaron años luz en salir, y debo confesar que los rellenos todavía son de mis mejores aliados cuando me enfrento a un escote.
También, para no variar, fui la última en perder la virginidad y, siendo honesta, tras perderla más que contenta me sentí aliviada y un poco desilusionada de no haber visto fuegos artificiales como me había imaginado… pero ésa es una historia muy larga que contaré más adelante.
Todavía no me he tatuado, no porque tema el carácter de eternidad que tienen los tatuajes; simplemente me aterra el dolor. Si me dejan escoger prefiero los diamantes, que también son para siempre y sólo causan dolor en la cartera de quien los paga.
También fui la última en viajar a Europa. La razón: mi madre quería que viajara con mi prima, que es tres años menor que yo. Qué momento tan alucinante. Pensaba que haría de niñera con ella y que, obviamente, me impediría conocer a todos esos galanes franceses que anhelaba encontrar: “¡Mamá, no me parece justo! ¡Cómo quedo yo ante los demás! Todas mis amigas van juntas o con sus novios y no con sus primas…”. Nada, me forzaron a ir con mi querida primita “La Colador” (la llamo así porque está llena de aretes, jijiji). Es una joven arrogante con una actitud terrible; se cree que porque tiene tatuajes y perforaciones tiene derecho a levantarme la voz.
La Colador me hizo el viaje imposible. Sólo como anédota: interfirió seriamente con mi agenda de citas a ciegas, ya que nos paraban en todos los aeropuertos por los detectores de metales y yo siempre llegaba tarde. Lo cierto es que una parte de mí se moría de envidia: ella siempre se las arreglaba para conocer galanazos a los que nunca me quiso presentar. Un día la descubrí con un grupito de mugrosos en la playa. De castigo, la dejé encerrada en el hostal en el que estábamos hospedadas y luego fui a ver con qué tipo de galanes estaba hablando… lo hice sólo para asegurarme de que no hubiera estado en riesgo con semejante compañía. Creo que no me perdonó que me quedara con sus amigos mientras ella estaba encerrada. En cuanto volvimos a México le contó a mi mamá del día que me puse a bailar La Macarena en la mesa de un bar de Andalucía. Mi mamá, que nunca capta nada, jamás pensó que estuviera ebria y dijo: “No sabía que Evita supiera bailar flamenco”.
Como nota final a esta historia, quiero dejar claro que, definitivamente, los europeos han perdido ese sentido de la caballerosidad que tienen los mexicanos (al menos mi prima La Colador y yo coincidimos en algo). Yo siempre he dicho que los hombres deben tener ciertas cualidades y la caballerosidad es elemento básico e im-pres-cin-di-ble.
Detesto a los que creen que la revolución feminista consiste en que ahora ellos deben entrar antes que tú al auto, no ayudarte a cargar la maleta, ser tacaños y llegar más tarde que tú a una cita… ¡Nooo!, les tengo una noticia, insignificantes elementos: la educación es algo que siempre está de moda.
Pero no todo sobre los hombres es negativo, no debemos ser amargadas; hay que quedarse con los momentos buenos que nos dieron… Además, crean lo que una amiga llama “momentos de oportunidad”: nos abren la puerta a conocer sitios y personas que de otra manera no hubiéramos conocido. Por ejemplo, a Silvia la conocí gracias a un ex novio.
De cómo conocí a Silvia Olmedo
En definitiva, siempre fui la última en todo hasta que, haciendo zapping , me encontré por pura casualidad con la que ahora es mi psicóloga de cabecera. Su nombre: Silvia Olmedo. Curiosamente la vi por primera vez en un programa dedicado a los complejos. Ella confesó en vivo que tenía complejo de lolas pequeñas. ¡Yo no lo podía creer!, hubiera jurado que eran falsas, ¡todas en la tele tienen lolas falsas! O al menos eso me parecía a mí.
Me enganché con esa mujer porque, contrariamente al resto de las psicólogas que aparecen en la tele, es imperfecta; incluso de vez en cuando el cabello se le encrespa o se le olvida quitarse la nota que se escribe en la palma de la mano para no olvidarse de algo. Eso me hace reír (¡yo también soy un poco despistada!). Claro que a veces, cuando se trata de cosas más densas, se me pone el ojo remy al escuchar los testimonios de otras chavas, o me muerdo el labio de abajo cuando habla de temas sexuales que me dan pena. Entonces le bajo el volumen a la tele y me acerco a la pantalla, para que nadie más escuche.
Un día decidí escribirle, tras haber tronado con uno de los hombres que más he amado. Eso fue en el verano de 2006. Mi correo era de desesperación, creo que me llevé como tres páginas. Me había enamorado de un puertorriqueño: surfista, pelo largo, hippie -pero limpio, ¿eh?–. ¡Ufff, qué hombre! Nos habíamos dado miles de besos y muchos abrazos; varias veces cuchareamos en la playita. Para aquellos que no saben lo que es cucharear, es abrazarse los dos tumbados: tú le das la espalda a tu chico y él te abraza, posición altamente recomendable. Un día frente al mar, mirando la Luna, yo le pregunté: “¿Qué piensas de nuestra relación?”, y él respondió: “¿Qué relación?”. Una voz en mi cabeza dijo: “Houston, tenemos un problema”. Fue muy doloroso saber que no soy irresistible para los hombres de Puerto Rico… o quizá me encontré con el único que tenía mal gusto.