Armando Ramírez - Bye bye Tenochtitlan
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- Libro:Bye bye Tenochtitlan
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1991
- Índice:5 / 5
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Bye bye Tenochtitlan: resumen, descripción y anotación
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Bye bye Tenochtitlan — leer online gratis el libro completo
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Título original: Bye bye Tenochtitlan
Armando Ramírez, 1991
Editor digital: orhi
ePub base r1.2
La antigua ciudad, la traza vieja, el Centro, la bella Anáhuac, la Tenoch… ¡Ya no es lo que es… es… otra… la otra… la misma y no…! ¿Cómo la ves, desde a’í ?
La otra es la del otro. No la de usted, usted es yo, yo soy usted, el otro.
Su ciudad es la de su tiempo, la de su mente, la que vive y recordará, en la que se reconoce. ¿La otra? es la de los otros…
El Centro es el mito, el lugar, lo que es y lo que está: Dejando de ser, será, y lo que se va, ¡adivinó!, se queda…
En el ayer, y en el hoy estoy para ser en ese tiempo mítico que es lo que vendrá.
¿Soy o me parezco? ¿Me ves o me adivinas? ¿Qué jais, mi buen…? ¿De dónde soy? ¿En dónde de algún modo se vive?
¡Damas y caballeros, bienvenidos sean ustedes! ¡Éste es el lugar de saltapatrás! ¡Un pasito para adelante y uno para atrás! ¡¡¡Pásele, pásele, dos tandas por el precio de una!!!
… ¡¡¡Bye bye Tenochtitlan…!!! ¡Ya estás jabón Dove de Olor!, esto es tu centro, esto es tu ombligo, esto es tu Tenochtitlan…
¡Digo yo no más digo!
I
USTED SABE, primero un refine en el mercado de San Camilito que, remozado y toda la cosa, no ha perdido la personalidad, aunque claro, el caché que se botaba, en aras del mexican curios está hecho polvo.
Y para que vea todo esto y no crea que se le está cuenteando, puede entrar al legendario mercado de San Camilito por República de Ecuador y ahí encontrará a un policía que no deja circular a los autos por el callejón.
No se espante. La calle de Ecuador después de las siete de la noche es cáete cadáver sin pecado concebida. Esperamos que usted sea de los agraciados que usa automóvil, así no tendrá más trabajo que subir los vidrios del rufo y mirar cómo los comercios apagan poco a poco sus luces.
Por otra parte, no le exija mucho a la suerte. Directo al mercado, por las únicas puertas que quedan, las de la plaza o las de la hermana república sudamericana. Ya no es como antes, que las paredes del viejo mercado eran todo puertas. Así, si le querían robar podía gritar y alborotar todo el mercado. Ahora, con la modernización lo roban, en el callejón de San Camilito, y ni quién se dé cuenta.
Claro que ahora el mercado parece reclusorio, jardín de niños, escuela secundaria o cualquier otro centro deportivo, social o cultural del DDF. Es una especie de chorizo alonganizado, con decoración estilo mitad coyoacanense y mitad cabaret de la colonia Obrera, con un solo pasillo cual fálica pasarela de burlesque.
Se extraña el laberinto camilitesco, donde a primera vista se dominaba todo el panorama, y uno podía elegir entre los infinitos caminos que se tendían para llegar con el cocinero que anidaba en el desván de su corazón. Ahora, incluso, se tiene la sensación de que el mercado se estrechó, y al recorrerlo es como si uno entrara en una trampa, ya no existe la posibilidad de sentirse en el centro de la colectividad, sino en cajones alargados que cortan de tajo toda probabilidad de comunicación visual y auditiva con el resto del mercado. Así, si usted alquiló un grupo de mariachis, o algún trío, o conjunto jarocho, ya no puede apantallar a los circunvecinos, pues ni lo ven, ni lo escuchan, ni saben que existe, ni nada.
Este mercado de San Camilito, al polvearlo para que sea agradable a los turistas gringos, dejó de ser el folclor y el calor humano, para ser el interior de una hielera. Pero vendrá la marabunta del norte y del oriente de la ciudad para que lo ponga en forma nuevamente…
Por lo mientras termine su costilla de caballo, sus frijoles caldudos, su refresco y palme un quinientón, ahí va incluida la propina…
Ni le piense para la Plaza de Garibaldi, que aparte de redecorada no hay acción, a no ser que quiera consumir un vaso de polietileno con café; aquí, los astronautas perdieron la batalla contra los que venden café en carritos estilo supermercado. Mejor lléguele al éjele vial Lázaro Cárdenas antes calle de Santa María la Redonda casi esquina con Ecuador y ahí encontrará el teatro Colonial, quinientos pesos la entrada, pero ya sabe, los boletos de las primeras filas y al centro no los tiene el ñorse de la taquilla.
Hágales caso a los revendedores, efectivamente no hay boletos, digo, de los que usted quiere, de las localidades para ver mejor el espectáculo, están en las manos de nuestros cuates, los prestadores de servicio, vulgo revendedores, ya sabe, setecientos pesos el boleto, unos veinte minutos antes de comenzar la función, diez minutos después de empezar el desfile carnal, al precio, quinientón. Y toda la pasarela es suya jovenazo.
No espere comodidad, pues de eso no se trata, ni buena visibilidad, que de eso se trata, dése de santos que hay artistas y que ponen lo mejor de su talento para que usted se ponga firmes a la hora del acto revelador.
Que no le espanten los gritos del personal. Pero si el ambiente le repele, por parecerle que ahí puede valer un punto menos… entonces le queda, por cómodos setecientos pesos, el teatro Garibaldi, que es un poco más de categoría. Como quien dice, ahí va la raza urbanizada, la marabunta del norte de éste su México, Distrito Federal.
Si va con el afán de participar, pelee duro y macizo las lunetas del centro, justo mérito donde queda la pasarela principal. Si viene en el plan de que usted está más allá del bien y el mal, entonces lléguele exactamente a la mitad del teatro hacia arriba, donde cruza la pasarela lateral.
Y ya cómodamente instalados… ¡Tercera llamada, caballeros… comenzamos!
«Voooy, cuáles caballeros, puros changos…», se oye exclamar entre el respetable.
No se espante, joven, si de repente sintiera que ha retrocedido años en el tiempo.
Se escucha la música del Tico Tico, recordándonos el Brasil de la samba y Pelé. Aparecen en el escenario cuatro muchachas vestidas como Carmen Miranda regresando a Río y dos bailarines asemejando a dos negros salidos de Pernambuco.
El respetable ni suda ni se acongoja.
II
SABEDOR DEL timing de los émulos de Antar y Germán de Funes, conoce que esto nada más es para abrir el apetito. Después de unos pasitos simpáticos y malhechos y de descubrir que dos bailarinas traen zapatos color miel, la tercera no usa y la cuarta lleva zapatos negros, el respetable eructa el sabor de la costilla con frijoles y se dispone a participar de la fiesta orgiástica.
Y el que esto escribe, se descubre en la oscuridad de la sala, al lado de dos hermosas mujeres que parecen ser también strip girl como reza la publicidad, aunque de repente lo dude. No de que esté sentado ahí con aquellas dos, sino que si no son aquéllas o qué transa. Mira de reojo para que vean que es hombre de mundo y no se alborota por ver a dos mujeres solas en la sala del burlesque. Una es morena, abrasileñada, con pañoleta semiocultando sus pelos teñidos del color de los pelos de elote, de unos veinticinco años de edad, con tenis de Astroboy, pantalones de mezclilla entallados y camisetita arriba del ombligo, a la moda. La otra es de rostro bonito, de lentes coquetos para disimular que son de aumento, pasados los treinta años de furibunda existencia, pero que a pesar de los pesares impresiona al susodicho y al personal de galería, cuando se paró en el intermedio, mostrando que ahí donde la ven la cachondería le brotaba por todos los poros de su piel. Pero volvamos al principio.
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