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Armando Valladares - Contra toda esperanza

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Armando Valladares Contra toda esperanza

Contra toda esperanza: resumen, descripción y anotación

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Armando Valladares nació en 1937. Tras ser detenido, pasó veintidós años en las cárceles políticas de Castro. Siendo funcionario del Gobierno revolucionario cubano se opuso al control del poder por parte de los sectores marxistas. Su rechazo a los planes de rehabilitació política, así como el mantenimiento de sus convicciones frente a la represió desatarían sobre él represalias brutales, palizas, torturas y confinamiento. Valladares es uno de los supervivientes de los trabajos forzados en Isla de Pinos; allí vio asesinar a muchos de sus compañeros. La campaña mundial por su liberació en la que participaron Amnistía Internacional, los ´PEN CLUBS´, gobiernos e intelectuales, culminó con la petició del presidente francés Mitterrand a Castro, y fue liberado en octubre de 1982. Armando Valladares ha escrito tres libros: Desde mi silla de ruedas, El corazó con que vivo y Cavernas del Silencio.

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Notas

1 Con él fusilaron aquella noche a Domingo Trueba, Eufemio Fernández, Rogelio González, Manuel Puig Miyar, Rafael Díaz y Nemesio Rodríguez.

* Humberto López Guerra, cineasta cubano exiliado en Suecia.

Contra toda esperanza

Armando Valladares

A la memoria de mis compañeros torturados y asesinados en las cárceles de Fidel Castro y a los miles de prisioneros que actualmente agonizan en ellas.

«El Hombre es el ser maravilloso de la Naturaleza. Torturarlo, destrozarlo, exterminarlo por sus ideas es, más que una violación de los Derechos Humanos, un crimen contra toda la Humanidad.»

EL AUTOR

«Abraham, habiendo esperado contra toda esperanza

............no desfalleció en la Fe.»

San Pablo, Epístola a los romanos, 4−18 y 19.

INTRODUCCIÓN

Este libro es mi testimonio de veintidós años pasados en las cárceles políticas de Cuba, únicamente por manifestar mis criterios distintos a los del régimen de Fidel Castro.

En mi país hay algo que ni los más fervientes defensores de la revolución cubana pueden negar, y es el hecho de que existe una dictadura hace más de un cuarto de siglo. Y no puede un dictador mantenerse en el poder durante tanto tiempo sin violar los Derechos Humanos, sin persecuciones, sin presos políticos y cárceles.

En Cuba existen en este momento más de doscientos establecimientos penitenciarios, que van desde las cárceles de mayor seguridad a los campos de concentración y a las llamadas granjas y frentes abiertos, donde los presos efectúan trabajo forzado.

En cada una de estas doscientas prisiones hay suficiente historia para escribir muchos libros. Por eso, los testimonios que aquí aparecen son apenas un esbozo de la terrible realidad de algunas de aquellas cárceles.

Algún día, cuando toda la Historia se conozca con detalles, la humanidad se horrorizará como lo hizo cuando se conocieron los crímenes de Stalin.

Amnistía Internacional en sus últimos informes, ha denunciado los fusilamientos de decenas de opositores políticos, los maltratos físicos, las palizas. Y cuando se dirigieron al gobierno de Cuba pidiéndole suprimiera la pena de muerte, el vicepresidente cubano, antiguo ministro de Batista, Carlos Rafael Rodríguez, les respondió que en Cuba la pena de muerte era necesaria. Este mismo funcionario, en entrevista aparecida en el Diario 16 de Madrid, el día 10 de octubre de 1983, cuando el periodista le preguntó si existían en Cuba grupos que luchaban por libertad sindical y Derechos Humanos, respondió que sí, que había gente con esas ideas festivas de libertad sindical y Derechos Humanos, pero que les auguraba el ridículo.

Para mí este testimonio es la noche que ha quedado atrás, pero no para los miles de mis compañeros prisioneros que siguen en las cárceles, algunos de ellos han cumplido ya veinticinco años. Son los presos políticos más antiguos de América Latina y quizá del mundo.

Las situaciones de violencia, la represión, las golpizas, las torturas e incomunicaciones son práctica diaria; hoy, ahora mismo, cientos de prisioneros políticos, por rechazar la rehabilitación política, se encuentran hace cuatro años, desnudos, sin asistencia médica, sin visitas, durmiendo en el suelo y encerrados en celdas cuyas ventanas y puertas han sido tapiadas.

Jamás ven la luz del sol, ni artificial. Yo soy un superviviente de estas terribles celdas tapiadas de Boniato.

Hay fotos de algunos de los personajes que aparecen en el libro, para que sepan que son personas que existieron, que existen, que tienen un rostro. Los vivos están actualmente en Estados Unidos, Venezuela y otros países. Debo decir que en aquel peregrinar por las prisiones, conocí militares y funcionarios con gran calidad humana, que nos ayudaron en la medida de sus posibilidades, y con ello se arriesgaban a ir a la cárcel. Los nombres de estas personas, por razones de seguridad para ellos, no pueden ser revelados, así como los favores que hicieron.

No quiero terminar sin evocar a quienes hicieron posible mi libertad y reiterarles mi reconocimiento. No estribo nombres porque la lista sería muy larga y porque hay personas que pensaron en mí, que hicieron por mí y yo ni siquiera conozco sus nombres. Para ellos lo mejor de mi recuerdo y corazón.

EL AUTOR

I. DETENCIÓN

El frío cañón de la metralleta en la frente me despertó. Abrí los ojos, asustado. Tres hombres armados rodeaban mi cama... El del arma me empujaba la cabeza contra la almohada.

—¿Dónde está la pistola? —preguntó el más viejo, flaco y con el pelo canoso. Luego sabría que ese agente de la Policía Política de Castro había sido también policía del dictador Batista.

Cuando tocaron a la puerta fue mi madre la que salió y les abrió. Mi cuarto era el último, mi sueño pesado, bacía frío y no los sentí entrar.

El de la metralleta seguía apoyando con fuerza el cañón del arma en mi frente. Uno de ellos metió la mano bajo la almohada buscando la pistola imaginaria. Luego, el canoso me dijo que tenía que acompañarlos y que me vistiera. En la sala, un cuarto policía custodiaba a mi madre y hermana.

En presencia de ellos tuve que vestirme. Hice un ademán para abrir el closet, pero uno de los policías cortó mi intención. Abrió él mismo la puerta y haló las gavetas una a una; luego echó una rápida mirada a todo lo demás. Y comencé a vestirme, mientras ellos me rodeaban y vigilaban. Iniciaron el registro. Los veía más tranquilos, más confiados. Estos operativos reciben órdenes de detener a un ciudadano, sin saber quién es ni por qué se le detiene. Como sistema les dicen que es muy peligroso y que está armado. Ahora sabían que yo no lo estaba. No lo estuve jamás. Tranquilicé a mi madre y a mi hermana; les dije que, con toda seguridad, se trataba de un error, puesto que yo no habia cometido ningún delito.

Yo era entonces funcionario del Gobierno Revolucionario en la Caja Postal de Ahorros, adscrita al Ministerio de Comunicaciones, y mi ascenso en aquella dependencia oficial había sido rápido, motivado en gran medida por mi condición de estudiante universitario.

El registro fue minucioso, largo: casi cuatro horas invirtieron en revisarlo todo. No quedó ni una sola pulgada de la casa en que no hurgaran. Abrieron los frascos, repasaron los libros hoja por hoja, vaciaron los tubos de pasta dentífrica, miraron el motor del refrigerador, los colchones...

Conversaba con mi madre, que era la que estaba más nerviosa, y mientras lo hacía pensaba en quién habría denunciado que yo tenía armas. Para mí, evidentemente, era alguien que quería hacerme pasar el mal rato de ser detenido, aunque luego se aclarara todo. Pensé que la denuncia habría salido de mi trabajo. Había allí algunos compañeros que sabía me tenían hostilidad. Unas semanas antes, uno de los jefes, a quien me unía una buena amistad, me llamó para advertirme que la Policía Política había estado pidiendo informaciones sobre mí. Yo había tenido algunas fricciones por mis ideas religiosas y mis concepciones idealistas del mundo, que esgrimía frecuentemente como instrumento para discrepar del comunismo como sistema.

En aquellos días habían sucedido algunos hechos que iban radicalizando la situación interna dentro del Ministerio de Comunicaciones. El ingeniero Enrique Oltuski, el ministro, había sido destituido, y en su lugar nombraron a Raúl Curbelo, un comunista que peleó con Castro en las guerrillas y que sólo conocía de vacas. Así me lo dijo unos días después de nombrado, cuando se presentó en mi departamento:

—Mira, Valladares, yo de esto no conozco nada. Yo estaba en el Instituto de Reforma Agraria, pero Fidel me dijo que tenía que hacerme cargo de este ministerio y yo de lo único que conozco es de vacas. Por eso necesito que me ayuden a echar esto para alante.

Sólo conocía de vacas, era cierto. Pero era un hombre de confianza de Castro.

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