Steve Lopez - El solista

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las muchas personas que han hecho posible este libro, empezando por la hermana del señor Ayers, Jennifer Ayers-Moore. La generosa ayuda de Jennifer con la información biográfica fue inestimable. El amor y el apoyo que siempre ha brindado a su hermano han sido su tabla de salvación, sobre todo desde la muerte de su querida madre, Floria Boone. También quiero dar las gracias a Harry Barnoff, tanto por su perspicacia como por el constante apoyo que ha brindado al señor Ayers. Gracias también a Gary Karr, estimado contrabajista y antiguo profesor del señor Ayers. Me gustaría hacer una mención especial a Joseph Russo, antiguo compañero del señor Ayers en Juilliard, por su generosa ayuda en mis investigaciones y por su esfuerzo incansable por llegar a su viejo amigo y compañero.

Dos miembros de la Filarmónica de Los Ángeles, los violonchelistas Pete Snyder y Ben Hong, me ayudaron a comprender y apreciar los dones de Nathaniel, pero, más importante aún, acogieron al señor Ayers en la hermandad de los músicos. Nadie de la Filarmónica ha sido más generoso con su tiempo ni ha estado más interesado en el bienestar del señor Ayers que el relaciones públicas Adam Crane, quien, entre otras cosas, hizo posible el encuentro entre el señor Ayers y Yo-Yo Ma, además de convertir a Nathaniel en invitado habitual a los conciertos del Disney Hall.

Me siento en deuda con todos los empleados de la comunidad de LAMP , que me instruyeron e inspiraron. Me gustaría dar las gracias en particular a Casey Horan, Stuart Robinson, Shannon Murray y Patricia Lopez. Gracias también al doctor Mark Ragins, que me aconsejó generosamente siempre que acudí a él, y cuyo libro El camino hacia la recuperación ha sido de inestimable ayuda en mi formación. Y no puedo dar las gracias a Ragins sin dárselas también al hombre que me remitió a él: Richard van Horn, de la Asociación Nacional de Salud Mental del Gran Los Ángeles, que me ayudó a manejarme por los entresijos del sistema de salud mental. Y muy en especial, gracias, también, a la indómita Stella March, suprema cazaestigmas, cuyo aliento ha sido constante desde mi primera columna sobre el señor Ayers.

Gracias a Dan Conaway por creer en esta historia, y a Peternelle van Arsdale por su inteligente opinión sobre cómo contarla. Agradezco a mi agente, David Black, por ser David Black, un relámpago de luz, y buen amigo por añadidura. Y de Los Angeles Times estoy en deuda con Sue Horton, que me ayudó a crear las columnas que llevaron a este libro, pero que hizo mucho más que eso. Me instó a escribirlo, me ayudó a darle forma, y se convirtió en partícipe activa en las discusiones sobre la mejor forma de ayudar al señor Ayers, compartiendo mis frustraciones y mis triunfos.

Como con mis libros anteriores, mi mujer, Alison, hizo grandes sacrificios con el fin de proporcionarme tiempo, y fue, como siempre, mi mejor editora y mi valedora más entusiasta. Ella apoyó este libro, en parte, por amor a Nathaniel, y compartió mi esperanza de que la historia pudiera servir para concienciar a la gente y ayudar a borrar los estigmas que pesan sobre las enfermedades mentales.

Y gracias, por supuesto, al señor Ayers.

STEVEN M. LOPEZ (Pittsburg, U. S. A., 1953). Es un periodista norteamericano que ha sido columnista para el diario Los Angeles Times desde el 2001.

Es hijo de inmigrantes españoles e italianos. Estudió en la Universidad de San Jose. Ha escrito para las publicaciones Time, Life, Entertainment Weekly y Sports Illustrated. También formó parte del staff de The Philadelphia Inquirer, The San Jose Mercury News y The Oakland Tribune.

Es autor de las novelas: Third and Indiana; The Sunday Macaroni Club, así como In the Clear.

La popular serie de columnas que escribió sobre su relación con el chelista esquizofrénico Nathaniel Anthony Ayers fueron el fundamento para el libro El solista que se convirtió en un superventas en la unión americana y además sirvió de inspiración para la película del mismo nombre.

Lopez ha ganado numerosos premios de periodismo en su país incluyendo el H. L. Mencken y el Ernie Pyle. Fue finalista al premio Pulitzer por su serie de columnas sobre el deterioro de la salud de su padre y el cuidado de los ancianos. Su libro El solista ganó el PEN USA award.

Por su trabajo como reportero en la KCET TV de Los Angeles, Lopez ha ganado tres Emmys y compartido el premio Columbia DuPont.

En abril de 2011, Lopez recibió el grado honorario de Doctor que le entregó su alma mater, la Universidad de San Jose.

No se me va de la cabeza la imagen de esa curiosa estampa de mugrienta elegancia. Pero cuando regreso y busco al violinista en Pershing Square no hay ni rastro de él. Con su desaparición el misterio se vuelve aún más atrayente.

¿Quién era? ¿Adónde ha ido? ¿Qué historia arrastra?

Al cabo de tres semanas reaparece en el mismo lugar. Antes de acercarme lo observo un rato desde el otro lado de la calle. Su interpretación es un tanto irregular y vacilante; aun así, al igual que la otra vez, resulta evidente que no se trata de un principiante. Se nota que en algún momento ha recibido una buena formación. Da la impresión de que no toca por dinero, lo cual no deja de ser chocante en un indigente. Toca como si fuera un estudiante y estuviera practicando, ajeno a los que le rodean.

Extraño lugar para practicar. Tiembla el suelo al paso de los autobuses y apenas se oyen las cuerdas entre esa orquesta de bocinas, camiones y sirenas. Contemplo los remates de los edificios, adornados con gárgolas y grandiosas cornisas. Hombres y mujeres van de un sitio a otro, absortos en sus quehaceres, y la mayoría desaparece al doblar la esquina o al entrar en los portales, sin prestarle atención. El violinista solitario sigue tocando. Echa la cabeza hacia atrás, cierra los ojos, se deja llevar. Es la viva imagen del éxtasis atormentado.

Cuando hace una pausa me acerco.

—Hola —saludo. Da un respingo, sorprendido como la otra vez—. ¿Se acuerda de mí? —le pregunto.

—Me acuerdo de su voz.

Aún desconfía de mí; da la sensación de que desconfía de todo lo que le rodea. Me cuenta que está tratando de recordar una pieza de Chaikovski que hace tiempo se sabía muy bien, pero que en ese momento le resulta tan escurridiza como el significado de un sueño. Es obvio que, en cierta manera, está preocupado, al igual que tantos otros que deambulan por las calles como si habitaran un planeta diferente al de los demás, escondiendo bajo varias capas de ropa algún secreto para que no se descubra. Viste un jersey andrajoso de color azul con una camiseta marrón clara por encima; el cuello de una camisa sobresale por la parte superior. Alrededor del cuello, como una bufanda, lleva una toalla amarilla. Los pantalones, tres tallas más que la suya, le cuelgan por la cadera, y a sus sucias zapatillas blancas le faltan los cordones.

Me cuenta que se llama Nathaniel Anthony Ayers y que es de Cleveland. Quiere seguir practicando para ponerse de nuevo en forma, vuelve a repetir, y le digo que podría escribir una columna sobre él para Los Angeles Times.

—¿En serio? —pregunta—. ¿De verdad quiere escribir una columna sobre mí?

—¿Por qué no?

Es un tipo guapo, delgado y parece en buenas condiciones físicas, con una mandíbula pronunciada y unos dientes blancos y limpios. Me recuerda un poco a Miles Davis. Le pregunto dónde vive y responde que en la Misión Medianoche, uno de los mayores centros de acogida del cercano barrio de Skid Row. No dentro, especifica, sino en la calle, aunque se ducha y come alguna vez allí.

—¿Y por qué no duerme allí?

—Ah, no —contesta—. No me gustaría.