Ola Hansson
Sensitiva Amorosa
«…No me queda ahora más que un único interés: disfrutar del sexo opuesto y estudiarlo. Todas las raíces que han hecho a mi ser brotar de la vida y que le han permitido extraer de ella su alimento, se han secado y marchitado, una tras otra. Todas excepto una sola, y sólo ésta ha crecido y se ha hinchado de savia, se ha alargado y expandido, y es ahora una malla de finas ramificaciones que por sí misma me sujeta a la vida. Todos los demás órganos de mi ser, gradualmente, uno tras otro, han dejado de funcionar. Los canales que transportaban la sangre del corazón de la existencia hacia sus vasos se han taponado, se han paralizado y reducido a conductos muertos. Todos, excepto uno, a través del que disfruto del sexo opuesto y lo estudio, el cual ha adquirido una ulterior diferenciación en su estructura para convertirse en un frágil mecanismo dotado de ruedas y engranajes microscópicos, finos como la tela de una araña. He hecho de este estudio y este disfrute un arte exquisito, y no tengo otro objetivo ni otro interés en esta vida que llevar este arte a la perfección.
Para individuos como yo, llega siempre, más pronto o más tarde, un momento en el que uno está cansado de todas las relaciones reales con las mujeres. Hay mucho de banal y doloroso en esos vínculos, sean de la índole que sean. Ya he tenido más que suficiente de todo eso, y ahora me dedico a disfrutar de las mujeres a distancia, estudiándolas y estudiándome a mí mismo, y de esta forma puedo eliminar todos los aspectos triviales inherentes a las relaciones entre los sexos, así como gozar de la esencia pura sin el mal sabor de los aditivos.
Hay algo terriblemente penoso en la empresa de ambicionar y conseguir a una mujer, algo que provoca repulsión y dolor de principio a fin. Primero los tenemos ahí, a los dos, al hombre y la mujer, frotándose mutuamente como dos gatos en celo, y cada secreta mirada que ambos intercambian revela, en su lúbrico brillo o lánguida acuosidad o timidez vergonzante, esa atracción sexual que ensucia físicamente a ambos. Siempre he sentido repugnancia ante la visión de ese cortejo obsceno y absurdo que hace sonreír malévola y cínicamente a todo el mundo y que constantemente me recuerda a las ampulosas maneras amorosas del gallo que se pavonea ante su bobalicona gallina. Y cuando se han alcanzado la maravillosa dicha y el éxtasis derivados del patético acto de la cópula, la historia se acaba y ya no hay mucho más que añadir, pues en el noventa y nueve por ciento de los casos, más pronto o más tarde, uno se encuentra cara a cara frente a un ser al que no se ha visto nunca ames, y al que mucho menos se conoce o se ha deseado alguna vez, y uno se despierta un hermoso día compartiendo cama con una mujer extraña, de la cual no se reconoce un solo rasgo ni de su rostro ni de su alma. Si se trata de tu amante sin el consentimiento expreso de nuestro Señor, te espera el doloroso y desagradable trámite de la ruptura; y si has entablado una relación socialmente regulada, entonces has de vivir el resto de tu vida en intimidad con ese ser desconocido al que jamás has deseado pero que ahora se te pega como un cardo. Por muy en profundidad que hayas estudiado a una mujer, por mucho que creas conocerla por dentro y por fuera, nunca podrás estar completamente seguro de que un día no vaya a cambiar de piel como una anguila, hasta que ella, tal como es ahora, y aquella que una vez conociste y amaste, se te antojen tan distintas como la noche y el día. Verás, las personas no son algo fijo e inmutable: uno no puede aferrarse a ellas o decir que son de esta manera o de tal otra. En su ser tienen lugar continuamente procesos secretos, que metamorfosean su cuerpo y su alma minuto a minuto: procesos que ocurren en ti y en aquellos que en esta vida has amado y abrazado con ternura, procesos que ni tú ni ellos comprendéis. ¿Eres tú el que ve las cosas con otra mirada, o es el otro el que ha cambiado y se ha convertido en alguien distinto? No lo sabes. Lo único que sabes es que esta persona, que se acercó cada vez más hasta que se incorporó a ti, y tú a ella, de repente se ha desprendido y ahora se halla muy lejos de ti, corno un objeto indiferente u odioso, con el que no quieres tener nada que ver o del que huyes con aversión.
Esto es lo que la experiencia me ha enseñado, y ahora ya no quiero correr el riesgo de entregarme a la vida en cuerpo y alma, pues las mujeres nos hacen más mal que bien. Pero puesto que para mí el sexo lo es todo, y la vida sin él estaría vacía de contenido y significado -nunca he podido entender cómo se puede vivir, si no-, he aprendido a disfrutarlo de otra forma, a mi manera, para poder beber el vino puro sin el poso.
Todas las mujeres que me encuentro en los paseos y en los teatros, y dondequiera que la vida nos lleva a los que solemos deambular sin rumbo por ella : no quiero ni acercarme ni dirigirles la palabra, pues entonces de esas cabezas hermosas o distinguidas emergerá enseguida toda su estupidez y las demás miserias que van aparejadas y todo se irá al garete. Pero yo las disfruto, con todo mi cuerno y toda mi alma, con la vista y el olfato, con mis sensaciones y pensamientos. Individualizo de entre la muchedumbre a cada una de ellas y busco su yo más profundo, el aroma de su ser, los matices de su rostro, los rasgos característicos de su figura y el fugaz bouquet de su carácter; lo capturo todo en un gesto, una mirada, una expresión de los ojos, en la manera de caminar, en cualquier pequeño detalle que nadie más apreciaría, pero que revela toda su individualidad. O bien sondeo los abismos de esta personalidad oculta con mis más agudas reflexiones. Y cuando la mujer se halla ante mí, única entre las demás, con los frágiles pero nítidos rasgos distintivos en su piel, en su mirada, en su cerebro y su corazón, me dedico a disfrutarla.
¿Y qué importa si no la tengo abrazada a mí? No podría estar más próxima de lo que está ahora, y quien algún día la tenga entre sus brazos no llegará a estar tan cerca de ella, pues yo conozco su esencia, sus profundidades más íntimas, soy capaz de reconocerlas en sus más puros matices externos e internos, y de este modo la he poseído, sin que ella lo sepa, en mayor medida de lo que ningún otro hombre podría hacerlo contando con su consentimiento.
Esta es la razón por la que puedo amar a cuantas mujeres quiera, a todas las que voy conociendo, y disfrutar de ellas simultáneamente, ya que son las tonalidades de su ser lo que yo amo y aquello de lo que disfruto en cada una de ellas, y esto varía de una a otra.
Para empezar tenemos a las que encajan en un tipo, de las que yo disfruto como tales: las de carnes firmes, robustas y ágiles, de cabello negro, espesas cejas y cutis de cera, que evocan exquisitos vestidos de seda negra y dorada; las morenas esbeltas y algo larguiruchas con mejillas arreboladas y suaves corno el albaricoque, que traen a la mente los pétalos aterciopelados y húmedos de la violeta; las rubias de formas exuberantes y fragancia cálida y dulce; las menudas y delgadas de piel clara, semejantes a rosas de té o tulipanes; las de pelo lacio y raya en medio, con ojos del azul del nomeolvides y rostro del color de las fresas con nata, á l'anglaise, [2] y que hacen pensar en las flores que adornan los balcones de los hogares de clase media en alguna callejuela apartada de una gran ciudad… Y así muchas otras.
Y por otro lado están -y éstas son a las que yo más amo y de las que más disfruto- aquéllas de innumerables matices, las que no se pueden clasificar en ningún grupo, sino que viven cada una su singular e independiente idiosincrasia, y que en su apariencia externa tienen alguna enigmática cualidad bajo la cual se pueden rastrear los matices peculiares de su vida intelectual y afectiva. Cuando me topo con una mujer de esta índole, me olvido de todo lo que me rodea y no me doy por satisfecho hasta haber conseguido comprenderla de verdad. La coloco en la mesa de disección, hurgo en ella con mente inquisitiva y fundo mis emociones más íntimas en ella. La examino hasta la última partícula y llego a ver el núcleo de su ser con mi intuición. Y así finalmente logro poseerla por completo, de la forma en que salió del misterioso y gran taller de la naturaleza, en su complejidad y unidad. Porque son sobre todo los detalles peculiares de una persona los que enigmáticamente me seducen. Aquellas que otros consideran feas pueden resultarme las más interesantes, y aquellas que pasan por bellas se me pueden antojar tan inexpresivas como una pizarra vacía…
Página siguiente