Son muchas las personas con las que he comentado los temas de este libro. Pero en especial, debo agradecer al crítico Raúl Serrano por su constante ayuda bibliográfica, a Francisco Pro año Arandi, autor de El tratado del amor clandestino, por la profunda lectura que hizo de este texto, a Denise Lemos por haberme traducido del sueco una frase de Bergman.
Al
Introducción
UNO
Este libro tendrá el valor que el lector le dé. Si lo acepta, algo habrá encontrado en él. Quizá la inquietud, no muy clara, que obligó al autor a escribirlo. No hallará abundancia sociológica ni histórica. Apenas las menciones imprescindibles. Pero sí unas pocas hipótesis tozudas y recurrentes:
Que el amor en los humanos (con sus relaciones básicas) es una capacidad más, como las de hablar o construir culturas y sociedades.
Que las culturas, la historia (o las historias), sólo modelan, a su manera, los sistemas permanentes, suprahistóricos, de las relaciones básicas del amor humano. En primer lugar, la relación madre-hijo (o hija).
Que, al menos, en las sociedades occidentalizadas, tales sistemas implican: 1) el amor conyugal que perdura en la Norma (que busca afianzar la reproducción, el apego, el cariño profundo, la cordura, el legado, la legitimidad); 2) el amor apasionado, loco, hipnótico, que tiene que acabarse y, desde luego, 3) la Aventura amorosa; a veces, como fase previa de cualquiera de ellos; a veces, como intrusa conflictiva, simultánea, clandestina de los dos.
Que si se prohíbe lo deseado, se deseará lo prohibido. De allí nace el valor adicional de la Aventura amorosa: su carácter subversivo, cuando ha de ser secreta o no está permitida.
Que la Familia y la Aventura amorosa (en el caso de estar ya establecida) son sistemas relativos uno a otro que, cuando no se confunden entre sí (los cónyuges que se comportan como Amantes, o viceversa), se niegan porque se amenazan y necesitan. Es decir, que se afirman y complementan de otro modo. Aunque fuere de manera virtual o platónica. O como posibilidad amenazante en el vacío de lo no tenido. No desearás a la mujer de tu prójimo, dice el mandato bíblico. Ese mandato implica el reconocimiento de un deseo concreto: la mujer de tu prójimo. La Norma es insuficiente para dar cuenta del avatar humano. Una Familia normada, legítima, o una unión de hecho, siempre estarán asediadas por su sombra, la nostalgia de lo que está más allá de la ciudadela conyugal: la tentación y represión de lo prohibido que alguno de sus miembros podrá sentir como fidelidad forzada, como interdicción obligada para no incursionar en aquello que bulle en el infinito mundo. ¿Qué decir cuando la ciudadela, la fortaleza familiar, en momentos breves o permanentes, se parece a una cárcel o a un infierno?
Que si la Familia normada cuenta con personajes propios (los llamaremos así: roles que se actúan): el Esposo, la Esposa, los hijos (después de la infancia y la pubertad, se escoge ser hijo, se actúa como hijo); la Aventura amorosa tiene, por su parte, los suyos:
Amante, Amado, Engañado, Confidente, etc.
Que tanto el Matrimonio como la Aventura amorosa son matrices sociales posibles. Pueden no estar completas. No contar con todos sus elementos. Pero su forma canónica subsiste: en la Familia: madre, padre, hijos (por extensión: tíos, abuelos). En la Aventura: Amante, Amado, Engañado, etc. En uno y otra, sus actores están presos de papeles que deben representar. No importa si son públicos o clandestinos, siempre serán roles sociales. La sociedad no sólo existe en sus verdades oficiales.
Que esos roles implican una identificación con nuestra psique más profunda: un Amante apasionado asume el rol que actúa. Se vuelve por entero una conciencia que ama. Pero un individuo y otro y otro tienen sus Amadas. Y sus experiencias que creen únicas. No lo son. Es decir que ya han ocurrido, ocurren y ocurrirán. Que los roles Amante y Amado se seguirán repitiendo siempre. Somos los roles que actuamos y repetimos.
Que la Aventura amorosa, suprahistórica como es, provoca transformaciones históricas. Si bien los hijos ilegítimos, su resultado más obvio, son accidentales -no programados, no queridos pero proliferantes-, ellos explican, en medida grande, fenómenos históricos y sociales como el mestizaje latinoamericano.
Que si hubo épocas, como las clásicas, en las que predominó el Matrimonio, o las románticas que acentuaron la Pasión; hay otras, como la actual, en las que triunfa el discurso amoroso interrumpido o fragmentario, inacabado, de la Aventura amorosa.