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Andy Puddicombe - Mindfulness - Atención Plena Haz espacio en tu mente

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Andy Puddicombe Mindfulness - Atención Plena Haz espacio en tu mente
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    Mindfulness - Atención Plena Haz espacio en tu mente
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Mindfulness - Atención Plena Haz espacio en tu mente: resumen, descripción y anotación

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Introducción

Ya era más de medianoche. Yo me encontraba sentado en lo alto del muro y miraba hacia abajo. Los altos pinos del jardín me ocultaban en la oscuridad, aunque no pude resistir el impulso de mirar hacia atrás una última vez para comprobar que nadie me seguía. ¿Cómo había llegado hasta esta situación? Miré hacia abajo de nuevo. Habría unos nueve metros hasta el suelo. Quizá no parezca tan alto, pero agazapado sobre un par de endebles sandalias y vestido con mi ropa de dormir, la idea de saltar hizo que me estremeciera. ¿En qué estaba pensando para ir calzado con sandalias? Las metí en mis pantalones mientras me arrastraba a través del monasterio, tratando de no despertar a los otros monjes. Había ido al monasterio a contemplar la vida, y sin embargo aquí me encontraba, escalando sus muros y mirando mis sandalias mientras me preparaba para saltar de nuevo al mundo.

No tendría que haber sido así. Yo ya había recibido una educación de monje budista antes, y en contextos mucho más difíciles. Pero otros monasterios rebosaban de una cálida, amable y atenta aproximación a lo que solo puede ser descrito como una forma de vida exigente, pero muy satisfactoria. Este, sin embargo, era diferente. Era un monasterio budista diferente a cualquier otro. Cerrado día y noche, rodeado por altos muros y sin modo alguno de contactar con nadie del exterior, en ocasiones se parecía más a una prisión. Por supuesto, la culpa era solo mía, puesto que después de todo había ido allí por mi propia voluntad. Se trata solo de que el monacato tradicional es un poco diferente de la Mafia. Una vez que te has ordenado monje no es algo a lo que estés obligado de por vida, sin posibilidad de escape. Más bien al contrario, los monasterios budistas son bien conocidos y respetados por su tolerancia y su compasión. Así que cómo terminé largándome de uno, saltando por encima de un muro de tres metros, es aún un auténtico misterio.

Todo había comenzado unos años atrás, cuando tomé la decisión de hacer las maletas y salir rumbo a Asia para convertirme en monje. En aquel momento me encontraba en la universidad, estudiando Ciencias del Deporte. Puede sonar como un cambio de estilo de vida algo radical, pero en realidad fue una de las decisiones más fáciles que he tomado en mi vida. Mis amigos y mi familia estaban comprensiblemente algo más preocupados que yo, y pensaban que quizá había terminado por perder del todo la cabeza, aunque habían apoyado mi decisión. En la universidad, sin embargo, la historia fue algo diferente. Al escuchar las noticias, mi tutor me sugirió que hacerle una visita al doctor para que me recetara Prozac sería una opción más sensata. Por muy buena que fuera su intención, no pude dejar de pensar que se estaba equivocando. ¿De verdad creía que iba a encontrar el tipo de felicidad y de realización que estaba buscando en un bote de pastillas? Mientras yo salía por la puerta de su oficina, me dijo:

«Andy, lamentarás esta decisión el resto de tu vida». Finalmente, resultó ser una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.

Te estarás preguntando qué tipo de persona decide de pronto un día marcharse a Asia para convertirse en monje budista. Quizá te estés imaginando un estudiante de los que se «automedican» y que ha perdido el rumbo, o uno del tipo «creativo», con deseos de rebelarse contra una sociedad consumista. Pero la realidad era mucho más mundana que todo eso. Por aquel entonces, yo solo me peleaba con mi mente. No necesitaba una camisa de fuerza, entiéndeme, pero me peleaba con el pensamiento incesante. Sentía como si mi mente estuviera permanentemente conectada, dando vueltas y vueltas como el tambor de una lavadora. Algunos de los pensamientos me gustaban, pero otros muchos no. Y lo mismo valía para las emociones. Como si una «cabeza ocupada» no fuera suficiente, sentía como si estuviera siempre vagando sin rumbo entre preocupaciones innecesarias, frustración y tristeza. Estos son niveles de emoción bastante comunes, pero en mi caso tenían la tendencia de salirse fuera de control de vez en cuando. Y, cuando esto ocurría, no había nada que pudiera hacer al respecto. Sentía que me encontraba a merced de estos sentimientos, me sentía sacudido por ellos. En un día bueno, todo marchaba bien, pero en uno malo, sentía como si mi cabeza fuera a estallar.

A causa de la intensidad con la que experimentaba los sentimientos, el deseo de entrenar mi mente siempre estuvo más o menos presente. No tenía ni idea de cómo hacerlo de un modo adecuado, pero había entrado en contacto con la meditación a una edad muy temprana, y sabía que esta ofrecía una posible solución. No me gustaría que pensaras que era una especie de niño prodigio, o que pasé mi adolescencia sentado en el suelo con las piernas cruzadas, porque no fue así. No empecé a estudiar meditación a tiempo completo hasta que cumplí veintidós años, pero la primera vez que experimenté el espacio mental, con once años, fue definitivamente un punto de inflexión en mi vida. Me gustaría poder decir que lo que me impulsó a asistir a esa primera clase de meditación fue un deseo de comprender el sentido de la vida, pero la verdad es que fui porque no quería sentirme dejado de lado. Mis padres se acababan de separar y, buscando un medio para sobrellevarlo, mi madre se matriculó en un curso de seis semanas. Al ver que mi hermana también iba, pregunté si podía ir con ellas.

Pienso que simplemente tuve suerte la primera vez que lo intenté. No tenía ninguna expectativa, así que no pude proyectar esperanza o miedo alguno en la experiencia. Pero incluso a esa edad es difícil ignorar el cambio en la calidad de la mente que la meditación puede provocar. No estoy seguro de si antes de aquello había experimentado una mente en paz. Desde luego, nunca había permanecido sentado en un mismo sitio durante tanto tiempo. El problema apareció, desde luego, cuando no obtuve la misma experiencia la siguiente vez que lo intenté. De hecho, era como si cuanto más intentara relajarme, más me alejara de la relajación. Así que de este modo fue como comenzó mi meditación, batallando con mi mente y frustrándome cada vez más.

Cuando vuelvo la vista atrás no me sorprendo demasiado. El enfoque que me enseñaban era un poco «distante», si sabes a lo que me refiero. El lenguaje que se usaba era más propio de los años sesenta que de los ochenta, con muchas palabras extranjeras a las que no solía prestar atención durante la clase, y el constante recuerdo de «simplemente relájate» y «déjate ir». Vale, en primer lugar, si hubiera sabido cómo

«simplemente relajarme» y «dejarme ir», no habría estado allí. Y en cuanto a quedarme sentado durante treinta o cuarenta minutos seguidos, olvídate de eso.

Esta experiencia pudo haberme apartado de la meditación de por vida. El apoyo de la causa era desde luego bastante limitado. Mi hermana lo encontró aburrido y lo dejó, mientras que mi madre, como siempre hizo con sus otros compromisos, se esforzó en encontrar tiempo para continuar. En cuanto al apoyo por parte de los amigos, aún no sé cómo se me ocurrió contárselo a un par de compañeros del colegio. Cuando entré en clase al día siguiente me encontré a treinta estudiantes sentados sobre sus pupitres con las piernas cruzadas, con los ojos cerrados, recitando «om» entre risas apenas reprimidas. Aunque ahora me río al recordarlo, en su momento me hizo sufrir mucho. Así que desde ese momento jamás volví a mencionárselo a nadie, y con el tiempo lo dejé. Además, con la perspectiva del deporte, las chicas y el «alcohol antes de los dieciocho» abriéndose paso desde el horizonte, era difícil imaginar tiempo para dedicar a la meditación.

Quizá estés pensando que me educaron de un modo en el que la idea de meditación era más fácil de aceptar. Quizá me estés imaginando en el colegio como un chico alternativo, con pantalones de campana, coleta y oliendo a incienso. O quizá te imagines a mis padres recogiéndome después de clase en una furgoneta Volkswagen propulsada con marihuana y decorada con flores pintadas. Digo esto porque es fácil sacar conclusiones rápidas, saltar hasta esos estereotipos sobre la meditación y pensar que se trata de algo propio solo de un determinado tipo de personas. Pero en realidad, pienso que yo era tan normal como podrías haberlo sido tú mismo de adolescente.

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