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XJOS ciudadanos que suscribimos, propietarios labradores en el Estado de México, ocurrimos á la dirección de agricultura del mismo, en solicitud de su protección sobre un asunto de vital importancia para los agricultores del referido Estado, y aun para los habitantes del Distrito federal, al mismo tiempo que es de los mas graves que pueden ofrecerse á esa dirección en el ejercicio de sus interesantes funciones.
Se trata nada menos que de evitar el golpe fatal que amenaza á la agricultura del Estado de México en una proposición que acaba de hacerse, y aun admitirse con dispensa de la segunda lectura en la cámara de diputados, pidiendo el restablecimiento de las alcabalas en el Distrito federal; proposición que si bien juzgamos nacida del celo de sus autores por la necesidad de sacar al erario nacional de la situación crítica en que se encuentra, nos parece inconciliable con la notoria ilustración que los mismos señores han acreditado en todos sus antecedentes páblicos; porque en efecto, apenas pudiera escogitarse un recurso mas combatido por todos los economistas, no solo modernos, sino también antiguos, sin esceptuarse á los españoles, como que es el mas contrario á todos los buenos principios, y ataca directamente la riqueza pública en su producción y movimiento; el mas poderoso obstáculo que puQ
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de oponerse al comercio; el contraprincipio mas palpable que se puede presentar ante las naciones civilizadas del mondo^ cuya vida, prosperidad y fuerza, consiste en la espedíta movilidad de los frutos de la industria agrícola y fabril; es decir, en no poner ninguna traba á las operaciones del comercio.
Seria, por lo mismo, agraviar la,conocida ilustración de esa junta y cansarla en vano, el reproducir aquí cuanto se ha objetado contra el sistema de las alcabalas; y así es, que suponiendo como debemos suponer, penetrados á los dignos miembros de la dirección de los inconvenientes á que bajo el punto de vista general esté sujeto aquel sistema, nos limitaremos á indicar, para no ser difusos, los males que en particular resem-tiria la agricultura del Estado de México, y aun el Distrito federal, de que somos vecinos.
Relativamente á la primera, hay un hecho de toda notoriedad, que nos debe servir de punto de partida, y es que las fincas rústicas de casi toda la República, pero en especial las del Estado de México, hallándose en bancarrota antes de 1847, comenzaban, aunque todavía con pena, á descargarse de la enormidad de sus gravámenes, bajo la benéfica influencia de la abolición de las alcabalas. Nada es, pues, tan evidente, como que restablecido ese ominoso ramo de hacienda, el retroceso de la fortuna de los labradores del Estado de México, será tanto mas rápido y estrepitoso, cuanto que las contribuciones que ya reportan por la legislación financiera del repetido Estado, se han calculado en el supuesto de estar abolida la gavela que hoy se quiere restablecer, y que tan directamente pesaria sobre el productor, que como los agricultores del Estado de México, necesita introducir para su consumo la casi totalidad de sus frutos.
Bien saben los que suscriben que los hombres superficiales j los interesados en el sistema de las alcabalas, sostienen como un dogma, que las contribuciones indirectas, y en especial la de que se trata, va á refluir solo contra el consumidor, su
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pcMiiendo que para éste se recarga el precio de los artículos pro» porcionalmente al monto de la gavela. Pero siendo ese uno de tantos principios absurdos que la ignorancia y el error han hecho valer como verdaderos, en daño grave de la sociedad, es de toda necesidad combatirlos con tanto mayor esfuerzo, cuanto que es el último atrincheramiento de los arbitristas que creen encerrado un tesoro en el sistema con que se persiguen los frutos de la industria desde antes de nacer, y en todos los giros que les dé el comercio hasta llegar á las manos del consumidor. Si fuera verdad que el productor y el vendedor po-dian siempre sacar el costo de sus frutos y de su mercancía con los provechos, ademas, correspondientes al capital emplea-. do, ninguna fortuna menguaría sino por mala versación y por eventos fortuitos, pues que todas las especulaciones serian se-^ guras; pero la reaHdad es, que en vez de que el vendedor dé la ley al consumidor, este mas bien la impone al primero, como que los valores estimativos en todo mercado no dependen de los antecedentes de la mercancía, ni del interés del vendedor, sino de otros muchos elementos combinados, reducidos á este solo: la mayor ó menor necesidad del consumidor.
Para los propugnadores de la renta de alcabalas, este recurso deberia ser, como el mejor de todos los posibles, y el fundamental que perdurablemente deberian adoptar los legisladores de nuestra Eepública, sin pensar en su incompatibilidad con el elemento de prosperidad mas poderoso que toda nación civilizada cuida hoy de desarrollar, los caminos de fierro; y bajo este punto de vista resultarían mas especialmente perjudicados los agricultores del Estado de México, puesto que una parte principal de ellos ha hecho y está haciendo cuantos esfuerzos están á su alcance para establecer ferro-carriles 6 auxiliar la ejecución de los proyectados de Veracruz á Acapul-co, como un recurso eficaz para dar vuelo á sus especulaciones. Se ha dicho, y con verdad, que los caminos de fierro no pueden existir donde hay alcabalas, y pues se quiere que estaj?
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prevalezcan^ es necesario prescindir de una mejora^ cuya Mta nos tiene colocados en el grado mas bajo de la civilización; pero si alguna vez hemos de llegar al punto á que somos lia* mados^ es indispensable que vayamos removiendo todo obstáculo^ y con mucha mas razón que no perdonemos esfuerzo para impedir que renazcan los que ya estaban removidos.
Con referencia á los males que se seguirían al Distrito federal, bastaría decir que siendo este el mercado y centro de las especulaciones del Estado de México, un sistema de vejaciones, inseparable de las alcabalas, ahuyentará de la capital á una gran parte de sus proveedores, quienes hallarán mas ventajas en solicitar la venta de su mercancía en cualquier otro punto donde no tropiecen con el descomedido guarda y el inflexible alcabalero, donde no les hagan consumir un tiempo precioso en rítualidades fiscales, y donde no tengan que desembolsar antes de hacer sus ventas una cantidad que no les será fácil Uevar consigo, y que en muchos casos, ha de ser mayor que sus provechos; 6 bien, y esto sucederá el mayor námero de veces, tendrán que reducir á menor ensanche su industria, con perjuicio suyo y con diminución de la riqueza pública. Para el habitante del Distrito, el resultado inmediato será, por consecuencia del restablecimiento de las alcabalas, que todos los artículos del pais sean menos abundantes y mas caros. Pero sea por esta causa sola, 6 sea porque en todo 6 en parte se realiza el principio favorito de los apóstoles de la alcabala, no se puede dudar que el Distrito federal, ya bastan-te recargado de gavelas, tiene que sufrir otra contribución tanto mas gravosa cuanto que está calculada sobre el injusto é impolítico propósito de sacar del referido Distrito todo el deficiente que producen en las arcas los gastos generales de la nación; siendo así que el Distrito no tiene, como tal, mas obligaciones que los Estados y Territorios de la Repábli-ca. Que los habitantes del Distrito contribuyan para los gas