Gracias, Kimmie Auerbach, por alentarme a escribir la propuesta y por compartir tu agente conmigo, la adorable e increíble Elisabeth Weed en Weed Literary. Como escritora, si tienes suerte, consigues un editor; yo fui lo suficientemente afortunada como para tener dos. Kathy Huck, gracias por elegirme y traerme con la gente de HarperCollins. Y Matthew Benjamin, no eres de ningún modo un padrino desprolijo. Tu humor, fortaleza y habilidad para detenerme cuando fue necesario fueron realmente apreciados.
Con gratitud a mis queridos amigos Kathleen Beaton, Michael Hawley, David Christensen, Natalie Caplan, Ellen Schinderman, Cherryl Hanson, Brad Listi y Rich Ferguson, que nunca se quejaron cuando los obligaba a leer capítulos, y ciertamente los obligaba. Gracias, Bret Shuckis, por ser una animadora tan maravillosa; Nick Smith, por tus cartas formidables; Eric Keyes, por estar allí en el último momento; y a Michelle Boyaner, por mirar las letras conmigo hasta que se nos cruzaban los ojos. A la talentosa artista Julie Bossinger, gracias por tus sorprendentemente graciosas ilustraciones. Cualquier persona que leyera esto debería comprar sus obras de arte en www.JuliesArt.com inmediatamente. Gracias eternas a todos aquellos que gentilmente participaron de los capítulos P&R: Bob Harper, Thomas Mesereau, Aggie Mackenzie, Adam Carolla, Kato Kaelin, Paul-Jean Jouve, Darlene Basch, Bruce Miller, Alexandra Levit, Billy Stabile, Katie Vaughan, Susie Stein, Guy Stilson y Dr. Jason Gonsky.
A mi familia, Phil y Mikie Speyer, Donald y Janice Silverman: no estoy segura si ustedes realmente comprendían lo que estaba escribiendo, pero me amaron y apoyaron de todos modos. Y a mis hermanitas Susan, Laura y Sarah Silverman, gracias por su amor, apoyo y consejo. Y finalmente, a toda la gente que he conocido a lo largo de los años que me ha inspirado a explorar y dominar el arte de botar, gracias. Ojala haya podido enseñar a las generaciones futuras de botadores cómo hacerlo mejor.
JODYNE L. SPEYER es una evitadora en recuperación que vive y trabaja en Los Ángeles. Ha producido documentales para National Geographic y ha trabajado en programas de televisión tales como Joe Millionaire , Shear Genius y The Supreme Court of Comedy . Ha botado con todo éxito a cientos de personas, no todas ellas para provecho propio.
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Gracias por llegar a este punto. Estoy tan feliz de que no me hayas botado en la mitad del libro; me hubiera sentido terriblemente decepcionada, pero orgullosa al mismo tiempo… si lo hubieras hecho apropiadamente.
Aquí van algunos puntos estratégicos básicos para reforzar tus habilidades. Usaremos el ejemplo de tú botándome a mí como ejercicio final.
- 1. Escribe la lista de razones por las que quieres botarme. Poner las cosas por escrito saca a la luz pensamientos y sentimientos latentes. Luego camina por ahí y regresa a tu lista más tarde. Tal vez pensaste que querías botarme, pero en realidad solo necesitabas un poco de tiempo para refrescarte. Por ejemplo, estás escribiendo tu lista de razones para botarme, y de repente tu estómago comienza a dolerte. Furiosamente sigues garabateando, y recuerdas haber sido burlada por una niña en el patio de la escuela cuando eras chiquita, cuyo nombre también era Jodyne. Era tan molesta que tuvieron que cambiarte de escuela.
- 2. Adviérteme y tal vez ofrece una sugerencia. Deja bien en claro que si las cosas no cambian, tendrás que botarme. Podrías decir: “Tuve una mala experiencia cuando era una niña con una chica llamada Jodyne. Se derramaron lágrimas. Se tuvieron rasguños. Dejemos eso ahí. Había una maestra llamada señorita Cindy que me abrazaba cuando yo lloraba. ¿Cambiarías tu nombre por el de señorita Cindy? Si no puedes, tendré que encontrar otra autora para leer”.
- 3. Si yo no cambio mi nombre, es hora de botarme. Comienza practicando lo que me dirás. Prueba planearlo por anticipado. Tal vez comienza mirando mi foto en la contratapa de mi libro. Ponlo erguido, apoyándolo contra una almohada y ensaya: “Jodyne, encontré tu consejo ___”.
- 4. Bótame. Si es posible, ten la cortesía de botarme en persona. Tu objetivo es permanecer calma o calmo y en control de ti misma/o. Habla clara y directamente mientras envías tu mensaje. Recuerda: menos es más, de modo que esfuérzate para no involucrarte emocionalmente. Comienza con un halago o di algo positivo; un halago es una forma maravillosa de suavizar el golpe. Podrías decir: “Jodyne, me impresionó la cantidad de páginas que tiene tu libro. De todos modos, considero que tu decisión de mantener tu nombre es personalmente ofensiva”.
- 5. Déjame responder o tener una reacción. “Desafortunadamente yo no deseo cambiar mi nombre por el de señorita Cindy, porque tengo toda una vida hecha llamándome Jodyne y una carrera con ese nombre. Tú podrías llamarme señorita Jody. ¿Eso funcionaría?”.
- 6. Mantente firme en tu decisión: “Aprecio tu buena voluntad para permitirme llamarte señorita Jody, pero desafortunadamente eso no es suficiente. En este punto, me sentiría más cómoda leyendo el libro de consejos prácticos de otra persona. Buena suerte con cualquier otro libro futuro que puedas escribir. No lo leeré”.
¡Lo lograste!. Me botaste. Buen trabajo. Mi tarea aquí ya está hecha.
Finalmente, si no incluí tu ruptura específica en este libro, lo siento. Me hubiera gustado realmente hacerlo. Al menos ahora estás armada con herramientas e información para aplicar cuando sea necesario. Cuando está bien hecho, botar a alguien significa tomar el control de una situación en lugar de dejar que la situación te controle a ti. Felicitaciones por haber dominado con todo éxito el arte de la ruptura. Entonces, ¿qué estás esperando? ¡Sal de ahí y bótalos!
Indicios de que es hora de botar a tu peluquera
- ▶ Tu bata está cubierta de caspa… y no es tuya.
- ▶ Con cada tijeretazo, resopla como una tenista.
- ▶ Está detenida en los años ochenta. ¿Quién quiere una permanente?
- ▶ Cuando entras, su clienta anterior sale bañada en lágrimas.
- ▶ Entras para que te haga un recorte de flequillo y te vas con una ceja menos.
Arréglame el pelo hoy, vete mañana
Mientras estaba en la universidad, en la ciudad de New York, me hice cortar el cabello en una pequeña boutique moderna en el East Village. Mi peluquera Gina era una mujer sencilla de Staten Island, y eso era exactamente lo que me gustó de ella. A diferencia de una gran cantidad de otros estilistas anteriores –que simulaban escuchar mientras se complotaban (y lo conseguían) para darme el corte de cabello que ellos querían–, Gina realmente me escuchaba y me hacía el corte que le había pedido, lo que constituye la razón por la que me sentí devastada cuando me dijo que se estaba yendo a la India por seis meses en un viaje espiritual.