LA CONVULSIÓN GLOBÓTICA
Globalización, robótica y el futuro del trabajo
Richard Baldwin
Traducción de Joan Soler Chic
Antoni Bosch editor, S.A.U.
Manacor, 3, 08023, Barcelona
Tel. (+34) 93 206 0730
www.antonibosch.com
© Richard Baldwin, 2019
© de la traducción: Joan Soler Chic, 2019
© de esta edición: Antoni Bosch editor, 2019
ISBN: 978-84-949331-9-6
Diseño de la cubierta: Compañía
Maquetación: JesMart
Corrección: Olga Mairal
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Índice
El ala delta es el deporte de riesgo supremo, pero no resulta tan peligroso como se piensa –gracias a la Asociación Norteamericana de Ala Delta y Parapente (lema: «La seguridad del piloto no es un accidente»). Para crear una página web de información online sobre accidentes, la asociación, con sede en Colorado, firmó un contrato con Hathersage Technologies, empresa de California. El problema era que Hathersage no tenía empleados con las destrezas necesarias.
Francis Potter, presidente de Hathersage, no estaba preocupado. Decidió contratar todo el talento requerido en cuestión de días, y pagar un salario muy inferior al vigente. No se trataba de un optimismo estúpido. Potter guardaba un as en la manga. Mediante una plataforma de internet llamada Upwork, que es algo como eBay para la actividad free lance , contrató a ingenieros de Lahore, Pakistán, para que lo ayudaran a hacer el trabajo. Potter es un firme partidario de los trabajadores free lance extranjeros.
«Hay personas de gran talento que están buscando la oportunidad idónea para participar en proyectos interesantes. Upwork permite a negocios corrientes sacar partido de la capacidad y energía latentes en todo el mundo, sea en un sótano de Siberia, una casa familiar en Camboya o una pequeña oficina de Pakistán», escribió.
Si lo pensamos un poco, veremos lo que significa: que los trabajadores se enfrentan a una competencia salarial internacional directa; que en las oficinas de los EE.UU. habrá (virtualmente) trabajadores extranjeros altamente cualificados y de bajo coste. Usar empleados free lance extranjeros quizá no sea tan bueno como contar con los de casa, pero, como atestigua Potter, es mucho más barato.
Veámoslo así: el teletrabajo se ha vuelto global; ha llegado la telemigración.
Telemigrantes: nueva fase de la globalización
Estos «telemigrantes» están inaugurando una nueva fase de la globalización. En los años venideros, llevarán los beneficios y los perjuicios de la competencia y las oportunidades internacionales a centenares de millones de norteamericanos y europeos que se ganan la vida con empleos profesionales, de oficina y en el sector servicios. Y esta gente no está preparada para lo que le viene encima.
Hasta hace poco, la mayoría de los empleos profesionales y de servicios estaban a salvo de la globalización debido a la necesidad del contacto directo y personal –así como a los enormes costes y dificultades de tener en la misma habitación a proveedores extranjeros de servicios y a compradores nacionales de servicios. Para las personas que fabricaban cosas, la globalización era un problema: tenían que competir con bienes enviados en contenedores desde China. Pero la realidad era que en los contenedores cabían pocos servicios, por lo que eran pocos los trabajadores de cuello blanco que afrontaban competencia extranjera. La tecnología digital está cambiando rápidamente esta realidad.
En los viejos tiempos –lo que en el calendario digitecnológico significa 2015–, las barreras lingüísticas y las limitaciones de las telecomunicaciones reducían la telemigración a unos cuantos sectores y países de origen. Los trabajadores extranjeros free lance tenían que hablar «un inglés lo bastante bueno» y solo realizaban tareas modulares. Los telemigrantes eran habituales en la creación de páginas web y algunas funciones de apoyo, pero poco más. Actualmente las cosas son diferentes en dos aspectos.
La traducción automática y el tsunami de talento
En primer lugar, la traducción automática desencadenó un tsunami de talento. Desde que esta traducción se generalizó en 2017, cualquiera con un ordenador, una conexión a internet y ciertas habilidades es capaz de telecomunicarse con oficinas de los EE.UU. y Europa. Esto se ha visto amplificado por la rápida difusión de excelentes conexiones a internet. Lo cual significa que muchas personas de países donde diez dólares a la hora constituyen unos ingresos decentes propios de clase media, pronto serán nuestros compañeros de trabajo o sustitutos potenciales.
Solo en las universidades chinas se gradúan ocho millones de estudiantes al año, muchos de los cuales están subempleados y mal pagados en su país. Ahora que todos hablan «un inglés lo bastante bueno» gracias al Traductor de Google y herramientas de software similares, las personas especiales de los países ricos quizá de repente se sientan menos especiales.
Pensemos en ello. Y luego pensemos en ello otra vez.
Esta marea internacional de talento viene directamente a por los empleos buenos y estables que han constituido los cimientos de la prosperidad de la clase media en los EE.UU. y Europa y otras economías de salarios elevados. Internet funciona en ambos sentidos, desde luego, por lo que los profesionales más competentes de países ricos encontrarán más oportunidades, pero para los menos competitivos supondrá una mayor competencia salarial.
En segundo lugar, gracias a ciertos avances en telecomunicaciones –como la telepresencia y la realidad aumentada– los trabajadores remotos parecen menos remotos. Diversos cambios generalizados en las prácticas laborales (hacia equipos flexibles) y la adopción de innovadoras plataformas de software colaborativo (como Slack, Asana o Microsoft 365) nos están ayudando a transformar la telemigración en telemigración masiva. Y hay más.
Esta nueva competencia de la «inteligencia remota» (IR) está dejándose sentir en los trabajadores del sector de los servicios al tiempo que están afrontando otra competencia nueva por parte de la inteligencia artificial (IA). En resumidas cuentas, la IR y la IA vienen a por los mismos empleos, al mismo tiempo e impulsadas por las mismas tecnologías digitales.
Robots de cuello blanco. Nueva fase de automatización
Amelia trabaja en las mesas online y de ayuda telefónica del SEB, un banco sueco. Rubia y de ojos azules, como cabía esperar, tiene una actitud que refleja una enorme seguridad en sí misma suavizada por una sonrisa algo tímida. Curiosamente, Amelia también trabaja en Londres para el distrito de Enfield y en Zúrich para UBS. Ah, se me olvidaba, y es capaz de aprenderse un manual de trescientas páginas en treinta segundos, habla veinte idiomas y atiende cientos de llamadas de forma simultánea.
Amelia es un «robot de cuello blanco». El fabricante de Amelia, Chetan Dube, dejó su cátedra en la Universidad de Nueva York convencido de que utilizar telemigrantes de la India no sería ni mucho menos tan eficiente como sustituir a los trabajadores estadounidenses y europeos por inteligencia humana clonada. Con Amelia, cree estar cerca de eso.
Si nos fijamos bien en ello, veremos lo que significa: es la competencia de los ordenadores pensantes que no perciben salario. Amelia y sus semejantes no sirven para aumentar la productividad laboral –como los portátiles más rápidos o los sistemas avanzados de bases de datos. Están concebidos para reemplazar a los trabajadores; este es su modelo de negocio. Amelia y los suyos no son tan eficientes como los trabajadores de verdad, pero sí son mucho más baratos, como el SEB puede certificar.