La vela de crucero es el medio más lento, más caro y
menos confortable, para ir de un lugar donde se está
de P. madre a otro donde quizá acabarás puteado.
Christian Couderc
Las notas del argonauta donde se narran las peripecias, vicisitudes, felicidades y desventuras que ha de soportar y soporta el infeliz mortal que confiando en la placentera vida que le prometen sus fantasías se decide a entrar en aquello que se denomina Náutica Deportiva en la Sección Crucero-Regata y que ha tenido a bien poner escrito en estos artículos para solaz y divertimento de aquellos que al calor de la mesa camilla o en los momentos íntimos de visita al baño tengan a bien leerlo.
Víctor San Juan
Las notas del argonauta
ePUB r1.0
ifilzm27.06.13
Título original: Las notas del argonauta
Víctor San Juan, 2010
Retoque de portada: ifilzm
Editor digital: ifilzm
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V ÍCTOR S AN J UAN . (Madrid, 1963) es ingeniero y capitán de yate. Ha cruzado en tres ocasiones el océano Atlántico y ha escrito un par de novelas náuticas que son consecuencia de sus navegaciones. La última, «La Carrera del Té», se sitúa en pleno apogeo de las regatas transoceánicas de clíperes que iban a China para cargar con el preciado producto. Los barcos navegaban 15.000 millas tan rápido como podían para ser los primeros en llevar la cosecha de oriente al Reino Unido.
Víctor San Juan es un admirador de escritores como Galdós, Conrand, Pla, Melville y Kipling. En sus novelas quiere transmitir lo que el mar y los barcos le evocan.
Lleva 36 años de navegaciones a vela y ha participado entre otras, en la regata Cádiz-La Habana.
Í NDICE
NOTA PREVIA
- CASCO OBLIGATORIO
- UN PALO MUY MONO
- MAYORES CON REPAROS
- EL MOTOR DE LA ILUSIÓN
- NO ES DÍA DE SPÍ
- MI AMIGA EL ANCLA
- ATERRIZA COMO PUEDAS
- EL TORMENTO PERFECTO
- CON LA ZODIAC Y A LO LOCO
- MOTÍN A BORDO
- CONTRA VIENTO Y MAREA
- CORTOCIRCUITO
- WATERWORLD
- CATETO A BABOR
- FLIPPER
- MARCO SIN TIMÓN
- EL CABO DEL INSOMNIO
- ESTA QUILLA ES UN DESASTRE
- NO VENGAS, OLA
- LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ
Nota previa
En primer lugar, y sin más preámbulos, permitan que me presente: me trato de uno de los anónimos navegantes a vela, de ésos que, sin llegar jamás a las bestialidades oceánicas de la Volvo Ocean Race o la Vendeé Globe, y habiendo dejado largo tiempo atrás la pureza vocacional de la vela ligera (con todas sus excitantes y húmedas compensaciones), habito el atestado limbo denominado vulgarmente «crucero-regata», en mi lugar, con predominio de lo segundo sobre lo primero, aunque, para el caso, viene a ser casi lo mismo, pues os de todos conocido que no hay regatista que no desee, de vez en cuando, relajar su estrés con un buen crucero, ni crucerista que, en el fondo de su corazón, no apetezca echar un cuarto a espadas con una frustrante competición. De estos singulares instintos, y otros menos confesables, vive en el Producto Interior Bruto ese cúmulo indeterminado al que se denomina Industria Naútica, que alimenta centenares de bocas hambrientas, y deja otras, literalmente, mudas de espanto con sus arbitrariedades.
No la mía; como otros muchos aficionados, alimento bocas pero soy incapaz de abastecerme a mí mismo, por lo que he de trabajar duramente en oficios paralelos que no vienen al caso para poder mantener el insondable agujero negro de mi afición. Qué quieren que les diga: unos nacen con estrella, y otros, estrellados. Resignación al margen, después de andanzas tal vez más extensas de lo conveniente, como tres travesías transatlánticas, uno se ve abocado a inevitables períodos de reflexión, el primero de los cuales vino propiciado en mi caso particular por un autobús de línea que se interpuso en mi camino, de lo que derivó una parada forzosa de varios meses, cuyos frutos fueron un título de capitán de yate el fin aprobado, la incorporación de varios tornillos a mi ya maltratada anatomía (por lo menos, hubo ganancias, no pérdidas), y algún principio de reflexión extraviada como éstas que se ofrecen, en principio pensadas como artículos de revista, pero que luego, conforme fueron proliferando y no encontrando alojamiento posible, tuvieron, como viles okupas, que saltar los cerrojos de algún viejo volumen descolorido para instalarse entre sus líneas; podría no resultar una mala fórmula, pensé, para un agradable rato de mesilla de noche o estantería del baño, momentos únicos, en la vida del ciudadano moderno, en que la dedicación a la lectura es posible, siempre con un poco de suerte, a la que es preciso tentar con la debida brevedad de cada artículo.
Cada uno de ellos, en el fondo, responde a largos años de devaneos y tropiezos a lo largo y ancho del mundillo naútico a nivel de infantería, por lo que espero sinceramente compartir mucho con mis sufridos lectores. Téngase, eso sí, la suficiente indulgencia como para perdonar lo que a veces pudieran ser peculiares puntos de vista, u opiniones no del todo acertadas. Realmente, lo deseable sería su debate, lo que, por desgracia, no creo encuentre la ocasión, aunque vaya por delante mi disposición para ello. Como en cada uno de nosotros hay un cinéfilo y un bibliófilo —al menos, eso quiero creer, en mi inmenso desconocimiento de la naturaleza humana— los artículos se benefician abiertamente de ello, pues tal vez, en realidad, con nuestra ejecutoria naútica, no llevemos a cabo sino la representación de una comedia, una tragedia, un drama o un sainete de los que ni nosotros mismos somos conscientes. Bien, puede que, en su momento, sea así, pero no hay nada que nos impida, con ese maravilloso instrumento que es la memoria, divertirnos abiertamente con ello, previo oportuno rebobinado; ésa es la única intención de éstas líneas.
El Argonauta
2. U N PALO MUY MONO
Justo en medio de la cubierta de nuestro velero, allá donde la proa quebranta su planicie para iniciar la colina del tambucho, se alza soberbio, vertical, sobrio y espigado el componente —excluido el casco— más importante del barco: el palo, también llamado mástil por los espíritus con pretensiones enciclopédicas. Es el elemento que caracteriza al velero como tal, pues, sin él, las velas jamás podrían izarse al encuentro del viento, quedando reducidas a lo que realmente son, es decir, manteles de mesa camilla tejidos con materiales más o menos exóticos.
Por la simple existencia del palo, las velas, de burdos lienzos, pasan a ser enormes motores de flujo laminar, potentes captadores de viento y planos de sustentación que, a los navegantes más arrebatados, se les antojan sus propias alas. Pero esa larguísima vara vertical, que supera en longitud a la orgullosa y cacareada eslora máxima del barco, necesita, como una especie de inválido, que la sujeten para evitar que se desplome. Para éso están los famosos cablecitos o varillas, llamados estays a proa y popa, mientras que, los de las bandas, se llaman obenques, que, por carecer del ángulo necesario para ejercer tiro sobre el palo, han de buscarlo mediante unos travesaños intermedios y horizontales conocidos con el nombre de crucetas. Como un solo piso de crucetas da al palo aspecto de cruz, y el marino ha de reposar debajo, en el interior del barco, y en posición horizontal, para evitar el macabro símil se ha optado por poner en los palos más de una cruceta, e incluso crucetas anguladas, denominadas violines, embarullando considerablemente todo el conjunto.