7. Desarrolle sus sentidos: nade sintiendo
Si la “práctica de técnicas sensoriales” le suena a programa de televisión por cable para adultos, necesito que me preste atención durante un minuto.
La práctica de técnicas sensoriales o PTS es algo mucho más importante, o al menos mucho más importante para un nadador con ganas de mejorar. Es nada más y nada menos que el último ladrillo del edificio, el toque final al proceso de aprendizaje de Total Immersion. Cada uno de los ejercicios de Total Immersion se enfoca hacia algún aspecto de la natación de los que se describen en los capítulos 2 a 4. Cada ejercicio a su vez aumenta la experiencia cinética o sensorial sobre qué se siente al nadar correctamente. En PTS, practicamos la natación y mantenemos el enfoque en esa sensación.
En la práctica de técnicas sensoriales tomamos todos los ingredientes de una brazada eficaz, los que ha desarrollado meticulosamente en los ejercicios de técnica, ha ensayado durante las sesiones de práctica y ha conseguido hacerlos permanentes, automáticos, suyos. Una buena forma que su cuerpo sigue instintivamente, sin tener que aguantar los incesantes recordatorios de su cerebro. La enorme lista de comprobaciones: ¿Presiono lo suficiente la boya? ¿Extiendo bien el cuerpo? ¿Y el giro de las caderas? ¿Estoy estirando bien para llegar al otro lado?, se reduce a una simple comprobación sencilla y natural del cuerpo: ¿Es correcta la sensación?
Enseñe a sus sentidos qué se siente al “nadar correctamente” y tomarán las riendas para ayudarle a mantener una buena forma al nadar de forma automática y correctamente mucho mejor que una cámara de vídeo.
El desafío es encontrar una forma de sacar el máximo partido a los nuevos movimientos. En este momento son como hojas de música sueltas que puede tocar bien sin importar el orden en el que aparecen en el atril, pero si van a tocarse en un concierto, deberán ordenarse en una secuencia coherente.
La práctica de técnicas sensoriales permite ordenar estas técnicas en un orden lógico y “tocarlas” siguiendo ese orden ya que algunas le permitirán desbloquear a otras, como cuando se va abriendo un juego de muñecas rusas. Porque, aunque en este libro no deje de sermonear que la forma de convertirse en un buen nadador es nadar menos y practicar ejercicios, ejercicios y más ejercicios, llegará un momento en que tendrá que nadar, nadar y nadar, pero ¡menuda diferencia! Ya no tiene la fiebre de la línea negra del fondo. El odómetro ya no domina su vida. Ya no se trata de cuánto tiempo o cuánta distancia ha recorrido, sino de nadar bien. Su tarea a partir de ahora es asegurarse de nadar siempre correctamente.
No se sorprenda si al principio su cuerpo tiene dificultades para adoptar este enfoque de “nadar con los sentidos” ya que es justo lo contrario de lo que nos han enseñado nuestros entrenadores del colegio. Por aquel entonces, en lugar de prestar atención, hacíamos un esfuerzo por ignorar. Si en el colegio practicaba atletismo, nunca se planteó que no iba a terminar completamente agotado en los entrenamientos. Un buen entrenador era aquél que podía ayudarle a pensar en otra cosa en lugar de en lo cansado que estaba, alguien que le ayudaba a “desligarse” de la sesión de entrenamiento para que pudiera olvidarse de lo cansado que estaba y pudiera seguir un poco más y aún un poco más. Al igual que otros nadadores de mi época, siempre que prestaba un poco de atención a lo que estaba haciendo mi cuerpo, me planteaba siempre la misma pregunta, si estaba usando bien las manos para remar.
Éste era todo mi enfoque técnico cuando, ya bien entrado en la treintena, empecé a nadar de nuevo con regularidad. Seguramente, éste será también su enfoque.
Cuando poco a poco me fui dando cuenta de que para nadar de forma eficaz, la posición del cuerpo era mucho más importante que la resistencia o la fuerza, supe que tendría que replantearme completamente mi noción de lo que era entrenar. En lugar de decirle al cuerpo lo que tenía que hacer, empezaría a escuchar a los miles y miles de terminaciones nerviosas e informaría al cerebro, como siempre había intentado hacer, de lo que funcionaba bien y lo que funcionaba mal. Ahora, en lugar de ignorar toda esta información, intentaría guiarla hacia la mejor técnica posible y enfocaría la mayor parte de mi atención hacia el tronco, la fuente de potencia del cuerpo, en lugar de en los brazos y las piernas.
Mi primer experimento sensorial fue presionar sobre la boya. Como entrenador, había enseñado esto a los nadadores de mariposa durante casi veinte años. Apoyarse en el pecho en este estilo es mucho más fácil que intentar elevar las caderas. Pero hasta 1990 no me di cuenta de que el mismo principio de elevar las caderas y las piernas para reducir la resistencia del agua funcionaría también en el estilo de crol. A modo de prueba, le pedí a un par de nadadores principiantes, a quienes les resultaba bastante difícil, que lo intentaran. La diferencia fue tan inmediata y tan evidente que no hacía falta ser un entrenador profesional para estar impresionado con los resultados. Me di cuenta de que podía ayudar también a mi forma de nadar y a la de otros.
Pero los vicios de los entrenadores, incluso de los entrenadores jóvenes, tardan tanto o más en erradicarse que los de cualquiera. Si bien esos primeros cambios hacia un mejor uso del torso se transformaron en una mejora inmediata, ya llevaba nadando veinticinco años y no podía dejar de pensar en lo que estaban haciendo las manos. En el momento en el que perdía la concentración, sabía que también había perdido la posición del cuerpo. El aumento inmediato de la resistencia en la espalda ya me lo había medio confirmado. Naturalmente, quería mantener esa o cualquier otra mejora que pudiera hacer. Debería encontrar una forma de hacerla automática e instintiva, de guardarla, por decirlo de alguna manera, en el “banco”, después podía pasar a la siguiente.
Hice lo que cualquier buen atleta hubiera hecho: trabajar muy duro para conseguir que esa mejora no se me escapara. Sin embargo, de lo que me di cuenta es de que los nados largos o los nados duros terminan por interrumpir la importante habilidad de la concentración y alimentan los vicios. Lo único que funcionaba eran repeticiones cortas en las que ignoraba el reloj, otros nadadores, las manos, o lo que iba a cenar ese día. En mi mesa mental sólo había sitio para aplicar presión sobre el pecho para mantener las caderas ligeras. Una absorción sensorial completa que funcionó.
Lo mejor es que este enfoque siguió funcionando para todas las piezas del puzle que quería añadir. En los dos años siguientes conseguí una brazada más eficaz, algo que a duras penas había conseguido en los veinticinco años anteriores. Usted puede hacer lo mismo.
Si la sensación es buena, siga practicándola
La diferencia entre la práctica de técnicas sensoriales, hacer ejercicios y nadar es igual a la diferencia que hay entre montar en una bicicleta normal y montar en una de cuatro ruedas. La combinación de ejercicios de técnica con nado completo es como nadar con cuatro ruedas. Si algo sale mal y pierde el equilibrio o la forma, puede realizar otra vez los ejercicios a modo de respaldo. La práctica de técnicas sensoriales le libera de las dos ruedas adicionales durante todo el tiempo que quiera practicar sin ellas. Le desafía a pedalear con sólo dos ruedas antes de perder el equilibrio de nuevo.
Funciona de la forma siguiente. En cada largo de ejercicio, se concentra en una sensación específica: caderas y piernas ligeras, cuerpo más alargado, brazo ligero, giro de las caderas. Al nadar deberá intentar mantener esta sensación, como si practicara una y otra vez el mismo acorde. Cuantos más largos nade de esta manera, más se irá afianzando esta sensación en el banco de la memoria neurológica hasta que la sensación acabe por imprimirse con la profundidad suficiente para convertirse en su brazada natural.