Nota del editor
Émile Durkheim, El suicidio. Esta nueva versión ha sido cuidadosamente revisada y cotejada con la edición original de 1897, publicada por Félix Alcan, Éditeur.
En ella, además de una cuidada revisión de la traducción, el lector encontrará por vez primera en español la totalidad de láminas y gráficos originales que el innovador estudio de Émile Durkheim incluía.
El lector tiene en sus manos no sólo una de las más fundamentales obras de la teoría sociológica, sino también un título clave en la historia del pensamiento occidental. Que lo disfrute.
Prólogo
Desde hace algún tiempo la sociología está de moda. La palabra, poco conocida y descodificada hace apenas una decena de años, es hoy de uso corriente. Las vocaciones se multiplican y el público está favorablemente prejuiciado hacia la nueva ciencia. Se espera mucho de ella. Sin embargo, hay que confesar que los resultados obtenidos están por debajo de lo que cabría esperar atendiendo al número de trabajos publicados y el interés puesto en su evolución. Las ciencias progresan gracias a la evolución de las cuestiones que constituyen su objeto de estudio. Se dice que avanzan cuando se descubren leyes ignoradas hasta entonces o cuando nuevos datos modifican la forma de plantear los problemas, aunque no se imponga una solución que pueda considerarse definitiva. Desgraciadamente existe una razón que explica que la sociología no ofrezca ese espectáculo: no plantea problemas concretos. Aún no ha superado la era de las estructuras y las síntesis filosóficas. En vez de arrojar luz sobre una pequeña parcela del campo social, prefiere esas generalidades brillantes en las que se pasa revista a todas las cuestiones sin estudiar ninguna a fondo. Este método, que permite distraer un poco la curiosidad del público aclarándole toda clase de cuestiones, no conduce a nada objetivo. Las leyes de una realidad tan compleja no se descubren con exámenes sumarios a base de intuiciones rápidas. Además este tipo de generalizaciones, vastas y atrevidas a la vez, no son susceptibles de prueba alguna. Lo más que cabe hacer es citar algunos ejemplos para ilustrar la hipótesis propuesta, pero una ilustración no es una demostración. Por otra parte, cuando se tratan cuestiones tan diversas, no se puede ser un especialista en ninguna y hay que remitirse a referencias de segunda mano que uno no está en situación de juzgar críticamente. De ahí que los libros de sociología pura no sean de utilidad para quienes se han impuesto como norma no abordar más que problemas concretos. La mayor parte de este tipo de cuestiones no encajan en ningún campo y, además, la documentación utilizable es pobre y poco fiable.
Los que crean en el futuro de nuestra disciplina deben intentar poner fin a este estado de cosas. Si se mantienen, la sociología caerá pronto en su antiguo descrédito; algo de lo que sólo podrían alegrarse los enemigos de la razón. Sería un deplorable fracaso para el espíritu humano que esta parte de la realidad, la única que ha resistido hasta el presente y la única en la que se investiga y debate con pasión, se le escapara, aunque sólo fuera por poco tiempo. La indeterminación de los resultados obtenidos no debe descorazonarnos. Es una razón para esforzarnos de nuevo, pero nunca un motivo de abdicación. Una ciencia nacida ayer tiene derecho a la prueba y el error, siempre que sea consciente de esos intentos y de esos errores. La sociología no debe renunciar a ninguna de sus ambiciones pero, para merecer la esperanza depositada en ella, debe aspirar a ser algo más que una forma, más o menos original, de la literatura filosófica. En vez de complacerse en meditaciones metafísicas sobre los asuntos sociales, debe convertir en objeto de sus investigaciones a conjuntos de datos netamente circunscritos, que aparezcan con claridad y sepamos dónde comienzan y dónde acaban, en los que podamos basarnos con firmeza. La sociología debe contar con las disciplinas auxiliares: historia, etnografía, estadística, sin cuya ayuda no puede prosperar. Si algo hay que temer es que, a pesar de todo, la información no la lleve nunca hasta el objeto que quiere aprehender ya que, por muy cuidadosamente que se lo delimite, es tan rica y tan diversa que tiene reservas inagotables e imprevistas. Pero no importa si se procede como hemos dicho, pues aunque sus inventarios de datos sean incompletos y sus fórmulas demasiado limitadas, se habrá realizado un trabajo útil que se proseguirá en el futuro. Las concepciones que parten de una base objetiva no van estrechamente ligadas a la personalidad de su autor, tienen algo de impersonal que permite que otros puedan ahondar en ellas; son susceptibles de transmisión. Esto dota de continuidad a las investigaciones científicas, y esa continuidad es imprescindible para su avance.
Esta obra ha sido concebida con ese espíritu. Si de entre todas las cuestiones que hemos tenido ocasión de estudiar a lo largo de nuestros años de docencia hemos escogido el suicidio para la presente publicación es porque nos ha parecido un ejemplo particularmente oportuno por su indeterminación; de ahí la necesidad de un trabajo previo para precisar bien sus límites. Lo que compensa esa actividad tan concentrada es el descubrimiento de auténticas leyes que demuestran mejor que cualquier argumentación dialéctica las posibilidades de la sociología. Expondremos aquellas que consideramos demostradas. Seguramente nos habremos equivocado más de una vez, yendo más allá de los hechos observados con nuestras inducciones. Pero, al menos, presentamos cada hipótesis junto a las pruebas que nos hemos esforzado en multiplicar en la medida posible. Asimismo hemos procurado distinguir, en todo momento, entre los razonamientos y las interpretaciones de los hechos. De este modo el lector estará en situación de juzgar, sin que nada turbe su juicio, si las explicaciones que se le ofrecen están bien fundamentadas.
Hay quien piensa que, limitando así la investigación, se pierden necesariamente las visiones de conjunto y los puntos de vista generales. Todo lo contrario; nosotros pensamos que hemos llegado a establecer cierto número de proposiciones concernientes al matrimonio, la viudez, la familia, la sociedad religiosa…, a las que no hubiéramos llegado sólo con las teorías ordinarias de los moralistas sobre la naturaleza de estas instituciones o estados. También se desprenderán de nuestro estudio algunas indicaciones sobre las causas del malestar general que sufren actualmente las sociedades europeas y sobre los remedios que pueden atenuarlo. Además, un estado general no se explica sólo a base de generalidades, porque puede tener causas concretas que escaparían a la percepción, si no se tuviera el cuidado de estudiarlas a través de las manifestaciones, no menos definidas, que las exteriorizan. Dado que el suicidio, tal como aparece hoy, es una de las formas en que se traduce la afección colectiva que todos padecemos, nos puede ayudar a comprenderla.
Por último, el lector hallará en este libro, de forma concreta y aplicada, las principales cuestiones de metodología que hemos planteado y examinado con mayor detenimiento en otro lugar. Las páginas que siguen aportan una contribución importantísima a una de estas cuestiones que vamos a referir en seguida al lector.
El método sociológico, tal como lo practicamos nosotros, se basa en el siguiente principio fundamental: los hechos sociales deben estudiarse como objetos, es decir, como realidades externas al individuo. No hay precepto más demostrado y eso que no es, precisamente, el más fundamental. La sociología, para existir, ha de tener un objeto propio, una realidad propia que no derive de otras ciencias. Si no hay nada real fuera de las conciencias particulares se desvanece por falta de materia propia. Lo único observable serían entonces los estados mentales del individuo que pertenecen al campo de la psicología. Desde este punto de vista, lo esencial del matrimonio, la familia o la religión, por ejemplo, son las necesidades individuales a las que deben responder estas instituciones: el amor paterno, el amor filial, el impulso sexual, lo que se ha llamado el sentimiento religioso. Las instituciones, y las variadas y complejas formas que han adoptado históricamente, llegan a ser insignificantes y carentes de interés; una expresión superficial y contingente de las propiedades generales de la naturaleza individual de la que sólo son un aspecto que no requiere de investigación. Puede resultar curioso analizar cómo se han manifestado esos sentimientos eternos de la humanidad en las diversas épocas de la historia. Pero, dado que todas sus manifestaciones son imperfectas, no se les puede conceder mucha importancia. Desde cierto punto de vista, hasta conviene prescindir de ellas para atender mejor al texto original que les da un sentido que desnaturalizan. A veces, con el pretexto de dotar a la ciencia sociológica de bases más sólidas fundamentándola en la constitución psicológica del individuo, se la desvía del único objetivo al que no puede renunciar: