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Henri Roorda - Mi suicidio

Aquí puedes leer online Henri Roorda - Mi suicidio texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2012, Editor: 13insurgentes, Género: Ordenador. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Henri Roorda Mi suicidio
  • Libro:
    Mi suicidio
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    13insurgentes
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    2012
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Mi suicidio: resumen, descripción y anotación

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Henri Roorda no era un ser enfermo desesperado o embargado por una pasión - photo 1

Henri Roorda no era un ser enfermo, desesperado o embargado por una pasión imposible. Había sido un dandy, un degustador de «los alimentos terrestres», un hombre sensual que gozaba con los placeres mundanos. En Mi suicidio, libro de una sinceridad profunda y decisiva, Henri Roorda desgrana las preguntas esenciales de la vida, el amor, la sociedad, el trabajo, el placer, mientras prepara su fin. Son sus razones para vivir y para morir.

Henri Roorda

Mi suicidio Título original Mon suicide Henri Roorda 1997 Traducción - photo 2

Mi suicidio

Título original Mon suicide Henri Roorda 1997 Traducción Miguel Rubio 2012 - photo 3

Título original: Mon suicide

Henri Roorda, 1997

Traducción: Miguel Rubio, 2012

Diseño de cubierta: Wiener Walzer, Christoph Hessel


Revisión: 1.0

19032021 Introducción Desde hace mucho tiempo vengo acariciando la idea de - photo 419/03/2021

Introducción Desde hace mucho tiempo vengo acariciando la idea de escribir un - photo 5

Introducción

Desde hace mucho tiempo vengo acariciando la idea de escribir un librito que se titularía: «El pesimismo alegre». Me gusta este título. Me gusta el sonido que produce y además expresa bastante bien lo que quisiera decir.

Pero creo que esperé demasiado para ello: he envejecido, y me temo mucho que quizás en mi libro haya más pesimismo que alegría. Pues nuestro corazón no es un termo perfecto capaz de conservar hasta el final, sin que pierda nada, el ardor de nuestra juventud.

Por lo demás, la perspectiva de mi más que probable suicidio, y por otra parte bastante próximo, hace que pierda a veces lo que me queda de buen humor. Tendría que hacer algunos esfuerzos para que el contenido de mi libro se ajustara a este título.

Después de reflexionar, pienso que «pesimismo alegre» es una expresión que podría hacer vacilar a algunos compradores. No lo comprenderían. «Mi suicidio» será un título más atractivo, pues el público tiene una afición muy pronunciada por el melodrama.

Quisiera que mi suicidio procurase un poco de dinero a mis acreedores. He pensado ir a ver a Fritz, el dueño del Grand Café, y decirle: «Anuncie en los periódicos una conferencia sobre El suicidio, por Balthasar, y añada en grandes caracteres: “El conferenciante se suicidará al final de su conferencia”. Luego, en caracteres más pequeños: “Entradas a 20 francos, 10 francos, 5 francos y 2 francos”. (El precio de las consumiciones será el triple de lo normal). Estoy seguro de que tendremos mucho público».

Pero he renunciado a esta idea. Seguramente Fritz se hubiera negado, pues mi suicidio podría dejar una mancha imborrable en el suelo de su honorable establecimiento.

Y además, la policía, de manera completamente ilegal, hubiera prohibido la representación.

BALTHASAR

ME GUSTA LA VIDA FÁCIL

Tras haber trabajado arduamente durante treinta y tres años, me siento cansado. Pero todavía tengo un apetito magnífico. Y es este apetito el que me ha hecho cometer muchas estupideces. Felices sean aquellos que tienen un mal estómago, pues siempre serán virtuosos.

Tal vez no seguí bien las reglas dé la higiene. Parece ser que los que viven de manera higiénica pueden llegar a una edad avanzada. Pero esta es una tentación que nunca he sentido. En adelante quisiera llevar una existencia cómoda y especialmente, contemplativa. Con la embriaguez de espíritu, con fugaces emociones, desearía, de la mañana a la noche, admirar la belleza del mundo y saborear algunos de los «alimentos terrestres».

Pero, si permaneciera en la tierra, no tendría la vida fácil que tanto me tienta. Y es que todavía debería realizar, durante mucho tiempo, tareas monótonas y soportar penosas privaciones para reparar las faltas que he cometido. Prefiero desaparecer.

LAS PROVISIONES

Mi sueño de una vida fácil no es un sueño irrealizable. Hombres más virtuosos o más hábiles que yo lo realizan todos los años. Son individuos razonables que, durante toda su vida, fueron acumulando «sus provisiones», pensando en su vejez.

Un día, un jefe de Estado francés dio este consejo a los jóvenes de su país: «¡Enriqueceos!». En otra época esta palabra me escandalizaba, pues recibí una educación moral de una calidad superior. Elocuentes apóstoles me dijeron: «¡Defiende siempre la causa de los oprimidos!». Lo tuve en cuenta, y debo decir que siempre fui en mi familia el paladín de la criada. Pero sabido es que la injusticia es preferible al desorden, ya que mis tímidas intervenciones provocaban siempre lamentables escenas.

Estoy convencido de que mis educadores deberían haberme hablado de otra manera y haberse explicado así:

«La humanidad es pobre; es decir, debe trabajar una enormidad y sin descanso para hacer útil la gran variedad de riquezas que la tierra es capaz de producir. Además, las cosas útiles o deseables son limitadas en su cantidad. He aquí la razón de que el hombre precavido guarde en armarios cerrados a cal y canto —y a menudo en cajas de caudales— las provisiones que debe a su perseverancia, a su astucia o a algún feliz azar. Pues sabe que envejecerá. Llegará un día en que ya no podrá producir, pero no por ello dejará de seguir sintiendo la necesidad de consumir. Ese día no podrá descansar y gozar de la vida si no cuenta con provisiones».

«Las riquezas sociales son limitadas en cantidad; el trabajo es fatigoso; el ser humano está condenado a envejecer y a debilitarse. Esto no cambiará. Estas tres condiciones explican la codicia del Pobre y las precauciones que toma el Rico para que no fuercen y roben su caja fuerte. Explican también las leyes establecidas por los hombres para que en la sociedad exista un orden firme y duradero».

Esto es lo que mis educadores deberían haberme explicado. Pero no dejaron de hablarme del progreso y de la sociedad futura. Durante muchos años fui colaborador convencido de los utopistas que se dedican con gran devoción a la tarea de preparar en el futuro la felicidad de la humanidad.

Ya que los pobres son muy numerosos, tal vez un día lleguen a imponer «justicia» en el sistema de reparto de las provisiones. No me disgustaría en absoluto la perspectiva de un Estado socialista bien organizado, donde el individuo gozaría de seguridad material. Cuando se está seguro de procurarse todos los días los alimentos necesarios, se puede pensar en otra cosa: se tiene libertad de espíritu. En el mundo actual, en el que reina «la libertad», la mayoría de los hombres están preocupados.

Pero, si triunfa el socialismo, ¿con qué alimentos podrá contar el individuo? ¿Habrá que contentarse con el pan, la leche, las legumbres y los macarrones «sociales y sin queso»? La frugalidad, la abstinencia y la virtud serán sin duda obligatorias para que haya bastantes víveres para todo el mundo. La opulencia para todos supone un trabajo colectivo formidable. Ahora bien, por mi parte, desearía una sociedad en la que el trabajo duro estuviera reducido al mínimo y en la que todos los días contáramos con muchas horas para amar, para gozar del propio cuerpo y para divertirnos con nuestra inteligencia.

Mi sueño es absurdo. La concibamos de una manera o de otra, la felicidad permanente es imposible. No se equivocaron cuando le dijeron al hombre: «Ganarás el pan con el sudor de tu frente». Pero, en ese caso, ¿hay que desear que la vida prosiga? La sociedad se defiende contra el egoísmo del individuo porque quiere durar. ¿Por qué durar? ¿Hacia qué futuro deseable vamos? El Creador, que al parecer es muy inteligente, debe de decirse en ocasiones que su obra es vana.

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