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William Graham Sumner - Lo que las clases sociales de deben una a otras (La Antorcha) (Spanish Edition)

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William Graham Sumner Lo que las clases sociales de deben una a otras (La Antorcha) (Spanish Edition)
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    Lo que las clases sociales de deben una a otras (La Antorcha) (Spanish Edition)
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WILLIAM GRAHAM SUMNER LO QUE LAS CLASES SOCIALES SE DEBEN UNAS A OTRAS - photo 1

WILLIAM GRAHAM SUMNER

LO QUE LAS CLASES

SOCIALES SE DEBEN

UNAS A OTRAS

Prólogo de

William C. Mullendore

Traducción de

Isabel Palomo

Título original What social classes owe to each other Nueva York Harper - photo 2

Título original:

What social classes owe to each other.

Nueva York, Harper & Bros, 1883.

Imagen de la cubierta:

Jean Louis Gerome Ferris (1863-1930),

The First Thanksgiving 1621 (entre 1912 y 1915)

© 2014 para la edición española:

UNIÓN EDITORIAL, S.A.

c/ Martín Machío, 15 • 28002 Madrid

Tel.: 913 500 228 • Fax: 911 812 212

Correo: info@unioneditorial.net

www.unioneditorial.es

ISBN (página libro): 978-84-7209-633-2

Compuesto por JPM GRAPHIC, S.L.

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por las leyes, que establecen penas de prisión y multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeran total o parcialmente el contenido de este libro por cualquier procedimiento electrónico o mecánico, incluso fotocopia, grabación magnética, óptica o informática, o cualquier sistema de almacenamiento de información o sistema de recuperación, sin permiso escrito de UNIÓN EDITORIAL, S.A.

ÍNDICE

PRÓLOGO

Escrito hace más de cincuenta años (en 1883), Lo que las clases sociales se deben unas a otras es aún más relevante hoy en día que cuando se publicó por primera vez. En aquel momento, los argumentos y los movimientos que penalizaban a las personas ahorradoras, energéticas y competentes mediante la creciente imposición de las cargas provenientes de aquellos sin ahorros, holgazanes e incompetentes estaban tan solo comenzando a imponerse en nuestro país. Sin embargo, estas «reformas sociales» en la actualidad prácticamente dominan el pensamiento político y, presuntamente, el social.

Hoy en día, Estados Unidos es el único país de todas las grandes naciones del mundo que defiende los derechos del individuo frente a los derechos del Estado y los grupos organizados de presión. Han debilitado peligrosamente nuestra fe, la han atenuado valiéndose de un sentimentalismo ciego y cruel que es, en esencia, falso.

Sumner definió y enfatizó en Las clases sociales el importante papel que desempeña el «hombre olvidado» en nuestro desarrollo económico y social. Sin embargo, el mal entendimiento de esta figura —y su uso para denominar a un personaje totalmente opuesto para el cual Sumner originalmente inventó esta denominación— es desafortunadamente el típico ejemplo de la tergiversación de palabras y frases que se permiten realizar los liberales de hoy en día como un intento para promover su revolución, desviando la lealtad de teorías y creencias individualistas, así como colectivistas.

¿Cuántas veces has pensado: «¡Si tan solo contásemos con alguien que tuviera la visión de futuro, el coraje y la habilidad suficientes para desvelar la verdad acerca de estas falsas teorías que hoy en día están atrayendo a la juventud y confundiendo a gente bien predispuesta...!»? Bien, pues aquí está la respuesta a todas tus plegarias: la verdad imperecedera acerca de los temas más relevantes en ciencias sociales explicada por el maestro de este campo solamente para ti. El hecho de que la nueva edición de esta gran obra sirva para informar a cualquiera de vosotros por primera vez justifica por sí solo su futura publicación. Para aquellos de vosotros que hayáis leído esta obra con anterioridad, os la recomiendo de nuevo, por ser el mejor y más actual estudio que vais a poder encontrar en ninguna parte en cuanto a los temas más importantes de estos días críticos en los que nos encontramos.

W ILLIAM C . M ULLENDORE

Los Ángeles, California

15 de noviembre de 1951

INTRODUCCIÓN

Día a día se nos asegura que tenemos ante nuestros ojos los peores problemas sociales y que estos requieren una solución. Se nos ataca con oráculos, amenazas y advertencias respecto a estos problemas. En especial, existe una escuela de escritores que está desempeñando el papel de los precursores de las obligaciones y aflicciones a las que nos enfrentaremos en el futuro. Asumen que se dirigen a un gran número, aunque vago e indefinido, de votantes; establecen unas tareas, exigen su cumplimiento y amenazan por defecto con el castigo. Sin embargo, la tarea o el problema no es definido, sino que la responsabilidad de definir el problema recae directamente sobre aquellos que están sujetos a dicho deber. Se les dice tan solo que hay un problema y que les corresponde a ellos encontrar cuál es, cómo corregirlo y cómo idear un remedio —y todo esto se lleva a cabo de una manera más o menos agresiva—.

Después de leer y escuchar gran número de afirmaciones de este tipo se ha ido formando en mi cabeza una pregunta de manera cada vez más clara: ¿quiénes asumen la obligación de asignar estas cuestiones tan difíciles a otra gente y de exigir una solución para ellas? ¿Cómo obtuvieron el derecho de exigir a otros que les resuelvan sus problemas vitales? ¿A quiénes se les considera responsables de resolver estas cuestiones y cómo llegaron a serlo?

En lo que a mí concierne, creo que las clases son aquellas a las que se les dota de los derechos, así como de los deberes, de plantear y resolver problemas sociales: los ricos, cómodos, prósperos, virtuosos, respetables, educados y con buena salud son aquellos a los que les corresponde resolver los problemas; y los menos afortunados o menos exitosos en la lucha por la supervivencia son a los que les corresponde proponer los problemas a resolver. La pregunta entonces parece ser ¿cómo conseguimos que los segundos estén tan cómodos como los primeros? Se asume que los ricos deben resolver este problema y conseguir que todos estemos igual de acomodados. El castigo, en caso de no encontrar una solución, es la muerte y la destrucción. Si no consiguen hacer que el resto disponga de las mismas comodidades que ellos, están entonces condenados a sufrir las mismas miserias que los otros.

Durante los últimos diez años he leído gran cantidad de libros y artículos, principalmente de escritores alemanes, en los que se intenta concebir al Estado como una entidad con conciencia, poder y voluntad por encima de las limitaciones humanas que, además, ejerce una ilustre tutela sobre todos nosotros. No he sido capaz de encontrar en la historia o en mi propia experiencia nada que se parezca a este concepto. Ni siquiera cuando viví en Alemania durante dos años conseguí ver algo parecido. El mero hecho de pensar si el estado que Bismarck está moldeando se ajustará a esta definición me parece requerir, en el mejor de los casos, bastante fe y esperanza. Mi noción del Estado ha ido mermando a medida que he ido ganando experiencia de vida. Para mí, el Estado, de manera abstracta, significa todos-nosotros. En la práctica —es decir, cuando ejerce su voluntad o adopta una línea de acción específica— es solamente un pequeño grupo de hombres escogidos al azar por la mayoría de nosotros para llevar a cabo determinados servicios que nos afectan a todos. La mayoría no realiza su selección muy racionalmente y casi siempre está decepcionada por los resultados de su propia intervención. De modo que, el Estado, en vez de ofrecernos recursos más allá de los que nosotros poseemos en cuanto a sabiduría, justicia y sentido moral puro, generalmente no nos aporta ninguna de estas cosas. Es más, a menudo suele ocurrir que, en la práctica, el Estado ni siquiera son los funcionarios reconocidos y acreditados por todos, sino que, como ya se ha dicho anteriormente, es un empleado olvidado, escondido en un lugar recóndito del Gobierno, sobre el que ha recaído aleatoriamente el poder de control de la maquinaria del Gobierno. Antiguamente el Estado era a menudo un barbero, un violinista o una mujer. En nuestros días el Estado es a menudo un pequeño funcionario del cual depende por obligación un gran funcionario.

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