Carme Thió de Pol - Me gusta la familia que me ha tocado
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- Libro:Me gusta la familia que me ha tocado
- Autor:
- Editor:LIBRANDA PLANETA
- Genre:
- Año:2015
- Índice:4 / 5
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Me gusta la familia que me ha tocado: resumen, descripción y anotación
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A Lluïsa y Celia
Título original: M’agrada la familia que m’ha tocat
Publicado en catalán por Eumo Editorial
Diseño de la cubierta: © Eumogràfic
Adaptación de la cubierta: Departamento de Arte y Diseño, Área Editorial del Grupo Planeta
Fotografía de la cubierta: Istockphoto-GettyImages
© Carme Thió de Pol, 2012
Licencia otorgada por Eumo Editorial, Miramarges, 4, 08500 Vic
© de la traducción, Carme Thió de Pol, 2015
© Editorial Planeta, S. A., 2015
Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
Primera edición en libro electrónico (epub): septiembre 2015
ISBN: 978-84-08-14568-4 (epub)
Editor original:3L1M45145 (v1.0)
ePub base v2.1
Educar en positivo para aprender a vivir en positivo
En este libro hay una idea que planea de principio a fin y que ha acabado inspirando su título. Aprender a vivir en positivo y ser positivos. Éste es el reto fundamental propuesto por las reflexiones en torno a las vivencias de los padres y madres que son sus protagonistas.
Aprender a vivir en positivo para crear bienestar; para ser más felices y hacer más felices a aquellos con quienes nos relacionamos, especialmente a los hijos que tenemos que educar y a la pareja con quien compartimos la educación.
Es un verdadero reto, porque cuando nos detenemos a pensar en ello, como hemos hecho en estas páginas, nos damos cuenta de que, de modo natural, no somos muy positivos. ¡Si ni siquiera manifestamos nuestro afecto de manera explícita y comprensible!, cuando sentirse querido es lo que nos hace a todos más felices. Lo sabemos por propia experiencia y también lo corroboran distintos estudios sobre la felicidad, en los que la estima siempre aparece como primera causa de bienestar, por delante de la salud y el trabajo.
Vivimos en una cultura que promueve la ocultación de los sentimientos, la represión de la afectividad —especialmente la de los hombres—, que tiende al desánimo, la crítica y la negación. Casi ni se sabe qué es la empatía, como tampoco el elogio, al cual normalmente no se da importancia y, a veces, ni siquiera credibilidad, de modo que cuando se recibe se hace a menudo con vergüenza y dificultad de aceptación.
Sin embargo, como hemos expuesto a lo largo del libro, aprender a gestionar las reacciones a las emociones negativas es una condición necesaria para mantener buenas relaciones. Ser positivo y vivir en positivo, exteriorizar y poner altavoz a las emociones positivas, como son la estima, la amistad, la alegría, el buen humor, la compasión, el compañerismo o la amabilidad, son actitudes importantes para dotar de «luz y color» las relaciones, aumentar su calidad y fortalecer los vínculos afectivos. La positividad da más fluidez a las relaciones interpersonales.
Vivir en positivo comporta eliminar tópicos y maneras de proceder automatizadas que son habituales; es cambiar algunas formas poco agradables o, incluso, desagradables, de decir las cosas; es incorporar el reconocimiento, el elogio y la felicitación a nuestro talante; es educar y, cuando se deben poner límites, hacerlo desde la empatía y proponerse que los niños aprendan de la vivencia de sus propias experiencias. Vivir en positivo significa, para los padres, confiar en las buenas intenciones de sus hijos. Ya lo hemos dicho, pero vale la pena repetirlo. La confianza transmite optimismo, coraje y fuerza. La desconfianza provoca rabia y violencia; daña y quita las ganas de esforzarse en hacer bien las cosas, crea desánimo.
Educar en positivo es una actitud que acompaña la manera de actuar y de relacionarse, la manera de transmitir pautas de conducta. Orienta la forma de afrontar la vida y, en concreto, de tratar a los hijos.
Educar en positivo conlleva respetar y escuchar al niño; suprimir los castigos; diferenciar la persona de la acción que realiza; eliminar etiquetas; plantear objetivos positivos; proponer retos más que dar órdenes; proponer pequeños objetivos de aprendizaje factibles para disfrutar del camino andado. Aprender a valorar lo que se hace, lo que se va consiguiendo. Esto da fuerza y alegría de vivir, y proporciona motivos constantes para celebrar pequeños éxitos.
La actitud positiva consiste en hacer lo que sea necesario para que las cosas pasen como «yo» quiero que pasen y abandonar la actitud pasiva de «a ver hoy cómo va». Además, resaltar las emociones positivas, dar un buen modelo de sensibilidad, humanidad, optimismo, alegría, estimación, estrategias de control, rectificación y arrepentimiento, juega a favor, sin duda, del bienestar individual de cada uno. Pero no es solamente esto, también repercute en el bienestar de la familia. Las actitudes, las emociones y los estados de ánimo se contagian. El bienestar de uno repercute en el bienestar del otro. Pero para que una familia viva en positivo, en un ambiente saludable y feliz, es necesario que el padre y la madre se ocupen también de su propia salud y bienestar, así como de la salud de la relación de pareja.
Mejorar el ambiente dentro de la familia, que haya más alegría y buen humor, más amabilidad y confianza, más aceptación y reconocimiento, más calma y una comunicación de más calidad, más amor y respeto, está en nuestras manos.
Me gustaría que la lectura de este libro proporcionara ayuda, ganas y fuerza para modificar aquellos aspectos en las maneras de proceder y de relacionarse susceptibles de mejora, y que contribuyera a conseguir aquella sensación tan agradable de «¡qué bien que se está en casa!» o, dicho de otra manera, como lo han expresado distintos niños y niñas, «me gusta la familia que me ha tocado». O también, como decía aquella melliza, «en esta casa, parece que siempre brille el sol».
Mientras daba vueltas a esta presentación, me venía a la mente, de forma recurrente, un paralelismo entre mis primeros tiempos de trabajo en escuelas, con maestros y educadores, y mi trabajo posterior con padres y madres.
Cuando empecé a trabajar en la escuela como asesora psicopedagógica, hace unos cuarenta años, predominaba el criterio de que al «buen maestro» tenían que agradarle todos los chiquillos por un igual. Y cuando maestros y educadores pedían asesoramiento, sus demandas eran del estilo: «Me preocupa este niño o esta niña», «No sé qué le pasa», «No sé qué tiene». Se solía dar por descontado que las conductas conflictivas de los niños eran debidas a carencias o déficits suyos, como si se tratara de una enfermedad o de un defecto.
Pero durante los años de asesoramiento a maestros y familias en distintas escuelas infantiles nos fuimos percatando de que muchos de los conflictos que se detectaban dependían de la calidad de las relaciones que se establecían y de la manera de tratar a los niños, y que la mayoría de ellos no era consecuencia de ninguna carencia o déficit.
Modificar planteamientos no fue ni rápido ni fácil. Era necesario vencer ciertas resistencias para poder aceptar la realidad. En cualquier grupo, de entrada, hay algunos niños o niñas que nos gustan más que otros, algunos que nos gustan poco y otros que nos pasan desapercibidos. Admitirlo no significa ser mal maestro, sencillamente es aceptar que los profesionales, se quiera reconocer o no, también tienen sentimientos y emociones que influyen en su trabajo. La idea de lo que significa ser un «buen maestro» fue variando a medida que fuimos entendiendo el papel relevante de las emociones en la relación entre educadores y niños, y su incidencia en los sentimientos, las emociones y el bienestar de los pequeños. El buen educador debe conocerse y reconocer sus propios sentimientos y emociones para tener en cuenta todos los factores que intervienen en la relación maestro-alumno.
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