Guía práctica
de neoespañol
Enigmas y curiosidades
del nuevo idioma
ANA DURANTE
www.megustaleerebooks.com
A ti y a mis hijos.
Por las risas, por el cariño y por el apoyo
Nota previa
Los ejemplos que constituyen la base de este libro proceden de medios diversos, tanto hablados como escritos, pero en ningún caso de la comunicación privada entre personas, que, por supuesto, son libres de expresarse como quieran.
También se han dejado fuera los foros y blogs de internet, pues se consideran a todos los efectos conversaciones entre particulares, con la única diferencia del alcance planetario de las mismas y el número de participantes.
Sí se han incluido en cambio diarios y revistas digitales o webs oficiales de organismos culturales.
A lo largo de mi vida como lectora de libros, diarios y revistas en cualquier soporte, así como espectadora y oyente de cine, radio, teatro y televisión, en su momento alumna de escuelas y universidades y persona que circula por las calles de su ciudad y se relaciona con sus semejantes y con sus opuestos, estos ejemplos me han llegado a cientos.
Todo el contenido de esta guía está debidamente documentado, pero para no avergonzar en exceso a personas, algunas muy conocidas y otras menos, pero que en todo caso llevan a cabo un trabajo público, ya sea en medios de comunicación y audiovisuales en general o bien en el sector de la edición, tanto de libros como de diarios y revistas, o también en el de la enseñanza, he optado por no señalar a nadie en particular.
Así pues, no citaré fuentes ni nombres, porque no está en mi ánimo perjudicar a ningún trabajador, desempeñe la labor que desempeñe, que pudiera ser identificado por sus pifias verbales o escritas, pero tengan por seguro que en absolutamente todos los casos las frases recogidas son reales.
Esta autora bajo ninguna circunstancia tendría imaginación suficiente como para inventar algo ni remotamente parecido.
Introducción
Si han oído decir a un locutor de noticias que a una persona recién llegada del exilio su país «lo recibió con las manos abiertas» —no refiriéndose a que nada más llegar sus conciudadanos ya le pidiesen cosas—, en vez de que «lo acogieron con los brazos abiertos», o sea, con cariño, o a cualquier político de cualquier partido que el hecho de haber aprobado una determinada resolución «hace indicar que todo va a salir bien» —en una barroquización innecesaria del verbo «indicar», que hasta ahora no necesitaba auxiliares—, o bien han leído, por ejemplo en la traducción de una novela negra americana de gran éxito, que cuenta incluso con versión cinematográfica, que un hombre al que se cree autor de un crimen y está bajo sospecha y vigilancia va a visitar a su hermana y piensa por el camino «Tenía que descomprimirme, ella no podía verme tan nervioso», u oyen a una locutora de la sección de deportes de unas noticias de ámbito nacional decir que tal ciclista «se conoce la etapa como anillo al dedo» es que han vivido su Primer Encuentro con el idioma neoespañol, el primer contacto entre dos culturas, como sucedió con la de los nativos americanos y la de los españoles cuando éstos pusieron un pie en su tierra.
En mi caso, la primera vez que me di cuenta de que estaba oyendo una lengua que difería tanto en forma como en contenido de la que habíamos aprendido como castellano y habíamos estado hablando hasta entonces, fue ante un —en aquel momento todavía sorprendente y ni de lejos tan normalizado como ahora— «¿Se me escucha?», con el que la mujer que hacía esa pregunta en una televisión quería saber si se la oía, si el sonido de su voz llegaba a sus interlocutores, no si éstos le prestaban atención, claro. Pero como la frase había sido pronunciada por una presentadora ampliamente conocida por su ufana ignorancia, no hice demasiado caso.
Sin embargo, cuando al poco, al leer un libro publicado por un importante grupo editorial, vi que un niño «abría la boca hacia atrás» al llevarse una sorpresa, me quedé tan boquiabierta como él, si es que esa expresión quería decir eso, lo mismo que cuando, en una ojeada casual a una revista de cine de considerable tirada, fui informada de que un famoso director había salido «hecho un obelisco» en pos de un guionista con el que estaba disgustado.
Ese fue el momento en que me empecé a preguntar en serio qué pasaba, y como si al tomar conciencia del hecho hubiese abierto la veda, a partir de entonces percibí por doquier el torrente que nos arrollaba, o más bien el océano en el que estábamos sumergidos, la metáfora que prefieran, aunque creo que las dos reflejan bastante la situación.
Pero ¿qué es eso de neoespañol?, se preguntarán.
Pues para contestar sucinta y rápidamente: una forma de comunicación que está sustituyendo al español a marchas forzadas.
Bueno, ¿y qué?, se puede objetar. También el latín y el griego clásico desaparecieron y dieron lugar a otras lenguas vigentes en la actualidad.
Eso es verdad, pero la diferencia entre ambos fenómenos lingüísticos radica en una variable determinante: la velocidad a la que sucedió una cosa y a la que está sucediendo la otra.
El español no está perdiendo una conjugación aquí mientras le brota un vocablo allá, no está muriendo lenta y estéticamente como una Dama de las Camelias filológica, abonando poco a poco con sus restos nuevas floraciones —como lo fueron por ejemplo las lenguas romances—, sino que lo hace de un infarto masivo y fulminante, dejando en su lugar un mejunje en ocasiones comprensible mediante el mecanismo de traducción interna e intrínseca al ser humano, pero las más de las veces desconcertante: un fenómeno de implosión del lenguaje nunca antes visto en nuestra historia, al menos no en la historia documentada.
Pero esto no es grave, se podrá seguir objetando si se insiste en el optimismo, lo importante es entenderse, ¿no? ¿Qué más da si lo hacemos con palabras, con silbos, como los pastores canarios, en morse o bien con telepatía?
Así es, qué más da mientras todos compartamos el mismo código y comprendamos el mensaje. Y de seguir la deriva actual, es más que probable que, en efecto, en el transcurso de poco tiempo acabemos viviendo en un país donde nos comuniquemos con gestos, sonidos inarticulados o tal vez gritos o aullidos. Pero lo verdaderamente preocupante, y que quizá sí debería causarnos un poco de inquietud, es el período de transición, es decir, el actual.
Porque el neoespañol viaja rápido, pero lo hace a un ritmo que lo es todo menos común. Y mientras ahora mismo ya hay muchísima gente que lo domina a la perfección, otros no comprenden, o comprendemos, casi nada de lo que esas personas dicen o nos dicen.
Es verdad que existe ya una gran cantidad de periodistas, redactores, locutores de radio y televisión, traductores de libros y también de artículos extranjeros en diarios y revistas, guionistas, traductores para doblaje de series, teatro y películas, escritores de todo tipo, profesores de universidad y maestros de escuelas e institutos, políticos y muchas otras personas que en general se valen de la lengua española para trabajar y que en cierto modo son profesionales de la misma y la han estudiado específicamente (o, en todo caso, alguna carrera superior han estudiado) que son auténticos expertos en el nuevo idioma, y, mediante su trabajo, se esfuerzan seriamente, con tesón y constancia diarios, por hacer llegar esta lengua a la totalidad de la población.
Pero pese a este notorio empeño, y aunque el neoespañol está demostrando ser un vehículo de expresión que se asimila con facilidad, sobre todo por contagio auditivo, no es suficiente, porque, como se ha apuntado más arriba, no todos avanzamos al mismo ritmo, ni mucho menos lo hacemos de manera homogénea.