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SINOPSIS
Cada vez son más los que siguen una dieta vegetariana, y el entorno, poco a poco, se está volviendo más y más facilitador. Pero existen hoy en día nuevos peligros derivados de una industria alimentaria dispuesta a vender sus productos vegetarianos ultraprocesados y nos encontramos ante situaciones en las que encontrar una opción vegetariana (y saludable) se convierte en un auténtico suplicio. Cenas de empresa, domingos en casa de tus suegros, el cumpleaños de tu mejor amiga… Y ahora ¿qué como?
Lucía Martínez, autora del blog «Dimequecomes», el más visitado en España sobre comida y hábitos vegetarianos, nos presenta Vegetarianos concienciados, un manual de supervivencia imprescindible para seguir una dieta vegetariana saludable sin tener que renunciar a ningún plan y, además, cargarse de argumentos para luchar contra la desinformación. Porque no es fácil vivir rodeado de dimes y diretes, pero tampoco es tan difícil sobrevivir si sabes cómo.
Repleto de recetas fáciles y rápidas de preparar, y consejos para sobrevivir en casa y fuera de ella (sí, con los más pequeños también), este libro se convertirá en el manual de referencia para todo aquel que ya haya decidido seguir una dieta vegetariana; y en la puerta de entrada perfecta para los que todavía dudan sobre su viabilidad.
Lucía Martínez
Vegetarianos
concienciados
UN MANUAL DE
SUPERVIVENCIA
A las que llevan ahí
desde el 95: Isa, Eva, Lydia.
PRÓLOGO ENFURECIDO,
por Virginia Gómez
Este libro no está en tus manos por casualidad, lo está porque anteriormente habrás leído Vegetarianos con ciencia, uno de los poquísimos —por no decir único, al menos hasta la llegada de éste— libros escritos originalmente en castellano que trata desde una perspectiva científica, actualizada y más que informada el vegetarianismo en nuestra sociedad, y en lo que supone para nuestra salud.
Ésta no es su segunda parte como tal, no es su continuación, pese a que el libro se llame Vegetarianos concienciados, pero sí es su mejor complemento. Si en el anterior Lucía destierra los miedos asociados a los prejuicios y la falta de información hacia la alimentación vegetariana con explicaciones objetivas y datos contrastados, éste tiene como razón de ser explicar y dar ideas sobre cómo llevarla a cabo, desde el plato hasta el trabajo, como modo de vida en cada uno de nuestros procesos circunstanciales y vitales: trabajo, familia, comer fuera… Y tratado desde cómo se vive el vegetarianismo y con qué nos encontramos en el entorno, que no siempre es comprensivo, sino más bien agresivo. De ello volveré a hablar más adelante.
Esto da pie a que recuerde cómo conocí a Lucía. Primero fue través de las redes sociales —como quizá también te ocurriera a ti— y la odié; no mucho, pero me molestaba. Creo que esto nos ha pasado y les sigue pasando a muchas personas. Yo era omnívora pero amante de los animales, típico. Tan típico como que te gusta acariciar perros y gatos, e incluso no quieres que les ocurran cosas malas… pero luego para cenar te comes un pollo de 35 días de vida. Tan típico como que si total tú no lo mataste, que si llegó muerto y envasado a tu casa y cocinado a tu plato, y que si no lo vamos a tirar con el hambre que hay en el mundo. Porque claro, ahí sí que nos acordamos del hambre y de las condiciones de las personas sin recursos (no tanto cuando regateamos por unos vaqueros de 11 € fabricados en países que ni sabemos nombrar por quienes no han tenido la suerte de vivir en el primer mundo, y no hablemos ya de en qué condiciones).
Pero volviendo al pollo: es que además, me lo como por cosas tan típicas como que si no qué hago con las proteínas (y eso que soy nutricionista), pero soy buena persona porque adopté a mi perra que estaba abandonada y la acaricio. Labor social (mente) y animal (mente) concluida. Estamos satisfechas, ¿no? O quizá sólo estábamos cerrando los ojos para sentirnos bien.
Y llegó Lucía… y me removió. Y que te remuevan molesta. Además ella tiene un don para molestar, pero, a su vez, para hacerte reflexionar. Que alguien te diga que tú, tan en contra de la tauromaquia, comes ternera molesta. O que tú, tan amante de los perros y que adoptas para que tengan una vida mejor, compras huevos de gallinas que viven (poco) en medio metro cuadrado y que su vida es comer, poner huevos y sufrir una muerte, probablemente por cáncer de ovarios porque ponen más del triple de huevos que hace 100 años, pues molesta también. ¿Por qué? Porque es verdad. Porque de esas afirmaciones en nuestro contexto no se sale con excusas: «Ya bastante hago» (asume, pues, que no quieres o que no te apetece hacer más) o «Es que el ser humano es omnívoro» (cosa que no discutimos, pero que tampoco es excusa a efectos prácticos).
Porque en un contexto que debería ser comprensivo con quien tiene estas sensibilidades, se es agresivo… Porque estas sensibilidades nos molestan. Esto es lo que dije antes que iba a explicar: vivimos en un entorno que nos supone esta agresividad ante una decisión que es lícita y se basa en… no querer ser cómplice de algo que consideramos que está mal. Y esto molesta. Y qué bien lo hace Lucía.
Y hasta aquí, yo creo que casi todas las personas a las que nos ha sucedido entramos en una fase de reflexión. Y digo casi todas porque que te digan estas cosas deriva en tres situaciones: en reflexionar, en correr un tupido velo y no pensar o en pasar al grupo cuñado de «Vamos a burlarnos de las personas vegetarianas» y que, comúnmente, contempla el «Burlémonos de la gente que hace o vive diferente» aunque ni les va ni les viene en absoluto. Hoy pasa con las personas vegetarianas o con el feminismo o con el poliamor, antes pasaba —y por desgracia sigue pasando— con el colectivo LGTBIQ, con las personas de color de piel diferente al de la clase social predominante o a la que pertenezca el interlocutor aka «cuñado», o de religión o cultura distinta. La máxima expresión de la mediocridad humana en nuestro entorno. Y esto es violencia contra otra persona, sólo por ser diferente.
Pero dejando a un lado a los cuñados que —evidentemente— no van a leer este libro, seguimos con quien, como tú, se para a reflexionar.
Supongo que el tiempo para cada persona es diferente. No sé si a mí me costó más o menos que a la media. Hay gente capaz de reflexionar y hacerse directamente vegana en cuestión de días, y continuar así el resto de su vida; me parece admirable. Igual que hay gente que empieza por ir reduciendo consciente o inconscientemente su nivel de consumo de carne y pescado. Aunque no nos quedamos ahí, ya hacen más que la media, que tampoco es difícil; una semilla de reflexión ha empezado a brotar y, una vez echa raíces, acaba floreciendo: quizá hace 3 años empezamos por reducir el consumo y actualmente estemos planteándonos si es ético explotar gallinas para poder comer huevos, o separar a un ternero de su madre para bebernos su leche aunque ya no nos lo comamos a él; pese a que la realidad nos dice que para que nosotros bebamos leche o comamos queso es condición prácticamente imprescindible salvo casos muy puntuales que mueran terneros u otras crías indirectamente.
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