Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento.
V ÍCTOR F RANKL
Todos somos genios. Pero si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles vivirá toda su vida pensando que es un inútil.
A LBERT E INSTEIN
Aunque la investigación muestra que la causa primera de un fenómeno es psíquica, investigaciones más profundas marcarán un día el camino y descubrirán una base orgánica del hecho mental.
F REUD
«En mi experiencia» es una frase que usualmente introduce una declaración sesgada o prejuiciosa. La información que le sigue no puede ser verificada, ni ha sido sometida a ningún análisis distinto de algún vago cálculo en la memoria de quien habla.
M ICHAEL C RICHTON
A MODO DE PRÓLOGO JUSTIFICATIVO
Cuando tenía seis o siete años, era frecuente que me aquejara algún episodio de amigdalitis. Sufría lo propio de tales circunstancias: fiebre, dolor al deglutir, malestar general, cansancio, etc. Esta situación implicaba no ir al colegio y guardar cama. Siempre que esto ocurría mi madre telefoneaba al médico, al «médico de cabecera» de la familia, el Doctor Montserrat. Lo recuerdo muy bien, cabello gris, moreno de piel, una corbata perfectamente anudada, con una sonrisa permanente, hablándome de una manera que ahora juzgo que debía ser simpática y tranquilizadora mientras me exploraba. La visita acababa prescribiendo algún fármaco, dando instrucciones a mi madre y diciéndome que me «pondría bueno» enseguida. También recuerdo muy bien que, tan pronto como se marchaba el Doctor Montserrat, yo me encontraba mejor, podía ponerme a jugar o a leer, y me apetecía levantarme de la cama. Vistas las cosas desde hoy, no me cabe duda de que yo había experimentado lo que llamamos efecto placebo. Me había afectado beneficiosamente el trato, que no el tratamiento, del médico que me atendió. Ahora pienso que también podía influirme ver que mi madre se había quedado tranquila tras la visita y las explicaciones de su médico de confianza.
Mi primer encuentro con el tema del placebo tuvo lugar de manera obligada cuando explicaba Psicología Médica en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona. Esto sucedió durante los años sesenta y setenta del siglo pasado. Fue un encuentro obligado porque, pretendiendo actualizar una asignatura que me parecía anquilosada, decidí incorporarle una serie de temas que en aquellos años eran muy novedosos, pero no se trataban en aquellas clases. Uno de ellos concernía al placebo. Pude dedicarle muy poco espacio y muy poco tiempo, entre otras razones por la escasez abrumadora de información y bibliografía sobre el tema que pude recopilar. Por lo tanto, mis clases sobre el placebo se limitaron a explicar esquemáticamente lo poco que se sabía, o se intuía, del fenómeno.
Abandoné la recogida de información sobre el placebo cuando dejé de explicar Psicología Médica para dedicarme a otros menesteres docentes y asistenciales. Pero el gusanillo del placebo culebreaba dentro de mí intermitentemente.
Como psiquiatra y psicólogo clínico, siempre me he sentido lógicamente preocupado por la eficacia de los procedimientos terapéuticos utilizados en estas ramas de la salud mental. Mi credo científico me ha conducido a aceptar como tratamientos eficaces solamente aquellos cuya eficacia haya podido ser demostrada. Esto es algo que solo pueden conseguir los procedimientos terapéuticos estudiados mediante ensayos controlados y a ser posible a doble ciego. Estos ensayos constituyen una ocasión evidente de darse de bruces con el placebo, es decir, con el imprescindible control placebo .
Plantearse el tema placebo a fondo entraña formularse mil preguntas. ¿En qué consiste? ¿Cuál es su naturaleza? ¿Produce cambios biológicos reales? ¿Y psicológicos? ¿Y qué demonio es el efecto nocebo? ¿Hay tratamientos eficaces que carezcan de efecto placebo? ¿Cura un placebo? ¿Qué efectos tienen los tratamientos llamados alternativos? Y muchas más...
Como psicólogo clínico siempre me he movido dentro de una orientación cognitiva conductual, por considerarla la más racional, científica y verificable en sus procedimientos. Pero algunos resultados de algunas investigaciones han ido desconcertándome intermitentemente. Para concretar, cuando se han comparado los resultados obtenidos mediante terapia cognitiva conductual con los de otros tratamientos que nada tienen que ver con ella, no se han hallado diferencias significativas. El impacto más reciente ha sido leer y conocer el metaanálisis de 23 ensayos terapéuticos, realizado por Steinert et al. (2017), comparando la eficacia de la terapia cognitiva conductual y la de orientación psicodinámica en distintos trastornos psicopatológicos. El impacto de este estudio, bien diseñado y bien realizado, lo ejerció su conclusión: ni una vez finalizados los tratamientos, ni en seguimientos a medio o largo plazo, se constataron diferencias significativas en cuanto a la eficacia terapéutica de ambos procedimientos. Algo muy importante nos están diciendo estos resultados y muchos otros semejantes. ¿Acaso los beneficios que se obtienen mediante distintas psicoterapias son simplemente efecto placebo? ¿Es este, el efecto placebo, su común denominador? ¿Pueden estar funcionando terapéuticamente del mismo o parecido modo en que, en los trastornos biomédicos, lo hacen acupuntura, homeopatía y otros tratamientos alternativos?
Envuelto en muchos interrogantes como este decidí revisar la literatura disponible. Hallé lo que sospechaba: las publicaciones y estudios internacionales sobre el fenómeno del placebo han ido proliferando exponencialmente en los últimos 20 años, pero en español la ausencia de investigación y por ende de publicaciones es prácticamente total.
Mi creciente interés por el tema junto con la sequía temática en español suscitó que dedicara un tiempo a revisar los conocimientos actuales sobre el placebo y sus efectos teniendo muy en cuenta sus implicaciones y aplicaciones en la asistencia en salud mental, concretamente en las psicoterapias y en la prescripción de psicofármacos. De ahí nació el convencimiento, quizás ilusorio, de que pudiera ser útil a muchos profesionales hacerse con ideas claras sobre el efecto placebo y sobre la necesidad de aprovecharlo en su labor terapéutica.
Ojalá sea así. Que así sea.
J OSEP T ORO
INTRODUCCIÓN
El término placebo , cada vez más divulgado y popularizado, reproduce la palabra latina placebo que significa «agradaré» o «satisfaré». Todo apunta que se trató de un error de traducción en que incurrió quien con el tiempo sería san Jerónimo. Jerónimo tradujo la Biblia del griego al latín, la Vulgata, y concretamente en el Salmo 116 escribió Placebo Domino («Agradaré al Señor») en lugar de Ambulabo coram Domino («Caminaré ante el Señor») (Lemoine, 2015). Si las cosas hubieran sido de otra manera, quizás hoy estaríamos hablando del efecto ambulabo.
Según parece, en la Edad Media la palabra placebo señalaba los lamentos de las plañideras que intervenían en cortejos y ceremonias funerarias. En algún momento del siglo XVIII, el término podía utilizarse como sinónimo de fármaco, de cualquier fármaco, pero poco después ya designaba algo que simulaba ser un medicamento. Entre 1840 y 1899 el British Medical Journal contenía algunas definiciones de placebo que poco tienen que ver con las actualmente vigentes: permitir el desarrollo de la historia natural de una enfermedad, satisfacer necesidades del paciente, cumplir el médico su papel asistencial, o ganar tiempo (Weimer et al., 2015a).