Noam Chomsky (Filadelfia, 1928). Es profesor del prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts desde hace cincuenta años. Como lingüista, es el padre de la gramática generativa transformacional, un sistema de análisis lingüístico que ha revolucionado esta disciplina. Su faceta de activista político salió a la luz a partir de su radical oposición a la guerra de Vietnam y la publicación, en 1969, de «La responsabilidad de los intelectuales y otros ensayos históricos y políticos: los nuevos mandarines», al que siguieron desde entonces, varios libros e innumerables artículos de tema político, publicados en todo el mundo. Chomsky se ha convertido en una de las voces más influyentes de la izquierda norteamericana.
I
Cien años atrás, la voz del liberalismo británico describía el hombre chino como «una raza inferior de los dóciles orientales del siglo XIX, alguien con sentido común se plantearía dos tipos de cuestiones: ¿Cuál es el grado de cientificidad de tales afirmaciones? ¿A que necesidades sociales o ideológicas responden? Estas cuestiones son, lógicamente, independientes pero, la segunda, naturalmente, nos lleva a preguntarnos por los fundamentos de toda pretensión científica. La cuestión del status científico de la antropología etnológica del siglo XIX no tiene, a fin de cuentas, mayor importancia y su función social no es difícil de percibir. Si el chino es dócil por naturaleza ¿qué tenemos que objetar ante el control ejercido por una raza superior?
Consideremos ahora una versión muy generalizada de la pseudociencia del siglo XIX: no solamente los infieles chinos son dóciles por naturaleza sino que también lo son muchas otras personas. La ciencia ha revelado que es una ilusión hablar de «libertad» y de «dignidad». Lo que la persona hace viene absolutamente determinado por su constitución genética y por la historia de sus «refuerzos». En consecuencia, debemos hacer uso de la mejor tecnología conductista para conformar y controlar el comportamiento en pro del bien común.
De nuevo podemos preguntarnos por el significado exacto y el status científico de esta afirmación y a qué funciones sociales obedece. Si bien su status científico es insignificante, sin embargo, es particularmente interesante considerar el clima de opinión a través del cual dicha afirmación ha llegado a ser importante.
En sus especulaciones sobre la conducta humana —que deben ser claramente diferenciadas de sus investigaciones experimentales sobre la conducta condicionada— B. F. Skinner ofrece una versión muy particular sobre la teoría de la ductilidad humana.
La aceptación pública de su trabajo es asunto de verdadero interés. Skinner ha sido condenado como defensor de un pensamiento totalitario y ensalzado por su defensa de un medio social fuertemente controlado. Es acusado de inmoralidad y a la vez valorado como representante de la ciencia y de la racionalidad en los asuntos humanos. Aparece como enemigo fundamental de los valores humanos porque exige el control en lugar de defender la libertad y la dignidad. En este sentido parece algo escandaloso; en el momento en que Skinner invoca la autoridad de la ciencia, algunos críticos condenan la ciencia misma o «el punto de vista científico del hombre» por mantener tales conclusiones, mientras otros nos aseguran que la ciencia prevalecerá sobre el misticismo y las creencias irracionales.
Un análisis más profundo muestra que la apariencia es engañosa. Skinner no nos dice nada sobre la libertad y la dignidad aunque emplea las palabras «libertad» y «dignidad» en algunas ocasiones y en un sentido muy particular. Sus especulaciones están vacías de contenido científico y ni siquiera perfila los contornos generales de una posible ciencia de la conducta humana. Además, Skinner impone ciertas limitaciones arbitrarias a la investigación científica a la que virtualmente garantiza un continuo fracaso.
Respecto de sus implicaciones sociales, la ciencia de la conducta humana de Skinner, al ser completamente vacía, conviene igual a los libertarios que a los fascistas. Si alguna de sus observaciones sugiere una u otra interpretación, debemos señalar que no es más consecuencia de su «ciencia» de lo que lo sería su contraria. Pienso que sería mucho más sensato considerar el Más allá de la libertad y de la dignidad de Skinner como una especie de test de Rorschach. El hecho de que se refiera a los futuros tiempos de 1984 es, quizá, una sugestiva indicación de ciertas tendencias de la moderna sociedad industrial. Sin duda alguna la teoría de la ductilidad humana podrá ponerse al servicio de la doctrina totalitaria. Si realmente la libertad y la dignidad son meras reliquias de trasnochadas creencias místicas, entonces ¿qué inconveniente puede haber ante el establecimiento de estrechos y efectivos controles que aseguren «la supervivencia de la cultura»?
Ante el prestigio de la ciencia y de las tendencias de centralización de un control autoritario, que pueden fácilmente detectarse en la moderna sociedad industrial, es importante investigar seriamente las demandas que satisfacen la ciencia de la conducta y la tecnología consecuente y que proporcionan las razones y el sentido al control de la conducta. De hecho, ¿qué cosas han quedado demostradas o sugeridas de manera plausible a este respecto?
Skinner nos asegura repetidamente que su ciencia de la conducta está haciendo grandes avances y que existe una efectiva tecnología del control. «Es un hecho, propone él, que todo control es ejercido por el ambiente» (pág. 108), en consecuencia, «cuando nos parece que dejamos el control a la persona misma, estamos simplemente cambiando un modo de control por otro» (pág. 126). La única tarea seria consiste entonces en idear controles menos «aversivos» y más efectivos, en definitiva, un problema de ingeniería. «Las líneas maestras de una tecnología ya están claras» (pág. 188). «Disponemos de las tecnologías física, biológica y conductual necesarias “para salvarnos a nosotros mismos”, el problema consiste en conseguir que las personas las usen» (pág. 198). Es un hecho, plantea Skinner, «que la conducta queda afectada y cristalizada precisamente por sus propias consecuencias» y que, al investigar el contingente de consecuencias que actúan sobre una conducta «las variantes ambientales sustituyen cada vez más, en su función explicatoria, a aquellas realidades que antiguamente servían para este menester: personalidades, estados mentales, sentimientos, peculiaridades de carácter, propósitos e intenciones» (pág. 29).
«Conforme la ciencia de la conducta va adoptando la estrategia de la física y de la biología, el agente autónomo a quien tradicionalmente se había atribuido la conducta, es reemplazado por el ambiente —un ambiente en el cual la especie se desarrolló y en el que la conducta del individuo es modelada y mantenida» (página 229).
El «análisis conductista» reemplaza «el recurso tradicional a estados mentales, sentimientos y otros aspectos del hombre autónomo» y «está efectivamente más avanzado de lo que sus críticos creen» (págs. 200-201). La conducta humana es una función de «las condiciones ambientales o genéticas» y la gente no debe protestar «cuando un análisis científico atribuye su conducta a las condiciones exteriores» (página 100) o cuando una tecnología conductista mejora los sistemas de control.
Según Skinner, no solamente todo esto ha sido demostrado sino que además, a medida que progrese la ciencia de la conducta, estos hechos quedarán inevitablemente establecidos. «En la naturaleza misma del proceso científico está el hecho de que las funciones del hombre autónomo van siendo sustituidas, una tras otra, conforme se va conociendo cada vez más el papel del medio ambiente» (pág. 78). Este es el «punto de vista científico» y es «consustancial a la investigación científica el que la evidencia debería inclinarse en favor de este punto de vista» (pág. 131). «Pertenece a la propia naturaleza del análisis experimental de la conducta humana el hecho de sustituir al hombre autónomo en las funciones previamente adjudicadas a él y transferirlas una por una al control ambiental» (pág. 245). Más aún, algún día la fisiología «explicará por qué la conducta queda, desde luego, relacionada con los sucesos anteriores, de los que se puede llegar a demostrar que esa conducta no es sino una función de ellos» (página 242).