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Arturo Peña Lillo - Los encantadores de serpientes: mundo y submundo del libro

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  • Libro:
    Los encantadores de serpientes: mundo y submundo del libro
  • Autor:
  • Editor:
    A. Peña Lillo
  • Genre:
  • Año:
    1965
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Los encantadores de serpientes: mundo y submundo del libro: resumen, descripción y anotación

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Arturo Peña Lillo

Los encantadores de serpientes

Mundo y Submundo del Libro

Título original: Los encantadores de serpientes

Arturo Peña Lillo, 1965

Editor digital: orhi & GONZALEZ

ePub base r1.2

A

Víctor, frustrado en un sueño eterno.

A

Laura Marta, que reencarnó la esperanza.

J U S T I F I C A C I Ó N

Este libro fue redactado, impacientemente, en pocos meses; pensando durante gran parte de nuestra vida. No se trata exactamente de un libro sobre libros, como hay tantos y como lo es —salvando el abismo— el de Cervantes cuya acida crítica al idealismo del siglo XVII, la realiza a través de un hombre —Don Quijote— ya, en ese entonces, perturbado, —alienado, diríamos ahora—, por la literatura. A casi cuatrocientos años del suceso, el signo de la literatura y por extensión, del libro, como supuesto cultural, es el delirio hecho dimensión, cantidad y volumen; como es el tamaño de los edificios, la velocidad de los aviones, la cifra de la producción, y la de los hambrientos.

La maquinaria cultural compuesta por “usinas” de pensadores, empresas difusoras, editoriales elefantiásicas, equipos de escritores, con la resultante montaña de publicaciones, tritura el espíritu del hombre de nuestros días, manifiesto en un tipo de “enfermedad social” incluida en la psicología patológica : la neurosis del lector. El hombre, intelectualizado, ha invertido el sentido de la vida: vive para leer; no lee, para vivir: es ese personaje ensimismado, al que la realidad diaria le produce estupor .

Llegado al libro, no por azar, pero sí huérfanos de los instrumentos que capacitan para realizar una labor lúcida y eficaz, hemos debido malgastar años para explicarnos cosas que se comprenderían, tal vez, en pocos meses; una de ellas es querer participar en el juego cultural del país de manera ingenua, sin tener en cuenta que intereses más pragmáticos, ocultos, enmascarados o disimulados, juegan solos este partido. Probablemente incida el hecho de que el hombre no puede abarcar más, que la realidad inmediata que lo rodea. Más allá empieza a ser metafísica. Hipótesis. Presunción. Es cuando se comprende el servilismo, la degradación o la mixtificación editorial. Si lo hemos evitado, es porque un hombre no debe publicar un libro, por el que sienta vergüenza al colocarlo en la biblioteca de su hijo. Pero las tentaciones del negocio fácil y rápido, hacen presa de muchas personas que no atinan a compatibilizar el oficio con la dignidad; las penurias económicas, las acechanzas, en que la cárcel no pocas veces constituyen las únicas y forzadas vacaciones, no pueden conformar una sana vocación. Mas el oficio de dar curso a las ideas, no está hecho para quienes aspiran a la certidumbre de que el repiqueteo del timbre de calle obedece al lechero y no a la policía. En esta seguridad está implícita la complacencia, lo convenido, el acuerdo o el conformismo.

Posiblemente este libro sea la respuesta reflexiva a muchos interrogantes, abiertos durante nuestro trabajo. Una paradoja atribuida a Bernard Show, sostenía que: “no había nada mejor para aprender, que enseñar”. En estos anhelos circulares, hemos producido la presente labor que no pretendemos original; sólo un esfuerzo para replantear, desde el ángulo profesional y dentro de nuestras magras posibilidades, compensadas por un enorme entusiasmo, la neta diferenciación de la cultura concreta y real, de la abstracta y de las aberraciones y la parodia que se hace de ésta, al ser arrastrada por el caudaloso río de su industrialización.

De advertirse cierto descreimiento inevitable, no debe cargarse a la cuenta de lo irrespetuoso; la proximidad reduce a su justa proporción los cuerpos agigantados por las sombras que proyectan, sobre todo si se coloca la luz a los pies de ciertos enanos.

No negaremos que hemos superado la tilinguería conceptual del libro, como imagen excelsa de la sabiduría humana; hay personas, que se persignan al hablar de muertos, como hay las que ponen los ojos en blanco, al hablar de libros; esta religiosidad ha causado sus víctimas entre nosotros, al aceptar sin examen ni juicio crítico, cuanto se envasó como pócimas rotuladas de cultura, en vez de llevar el cráneo y las tibias, con su correspondiente leyenda: veneno.

Por último queremos recordar la pregunta que nos hiciera un amigo —excelente escritor que purga penitencias impuestas por los “bastoneros” de la cultura— al concluir la lectura de este “original”: “¿Se lo perdonarán?”. Posiblemente, no. Pero es muy posible, que más allá de los intereses de grupos profesionales, gremiales, financieros e ideológicos, que no perdonan la independencia, se hallen los intereses de muchas personan animosas, dispuestas de buena fe a intervenir en este quehacer, inquietante de por sí; el de jóvenes que quieren incorporarse a una auténtica labor intelectual; el del lector anónimo, desorientado, entregado de pies y manos, a la sugestión de la letra impresa, a la hipnosis de la palabra escrita, al encantamiento de los flautistas, que pretenden, como los monederos falsos, pasar por cultura cualquier cosa.

A. P. L.

Morón, diciembre de 1964.

Capítulo I

EL LIBRO EN LA ARGENTINA

LA IMPRENTA EN EL RÍO DE LA PLATA - EL COMERCIO DEL LIBRO - LOS PRIMEROS LIBREROS - LIBREROS EDITORES - GRÁFICOS EDITORES - AUTORES EDITORES - LA EDITORIAL ARGENTINA AL ESTADO “QUÍMICAMENTE PURO” - MOMENTOS ESTELARES DEL LIBRO ARGENTINO.

¿FUNCIÓN SOCIAL O ARTE? En el Río de la Plata el primer libro — Martirologio Romano , año 1700—, aparece naturalmente diríamos, ya que se gesta entre el “original” y la prensa y nace prescindiendo de la asistencia del “partero”, que es el editor [1] a igual que la Biblia de Guttenberg. A cada instante y especialmente deslizado en los discursos donde se rinde homenaje al libro, se expresa el lugar común de que la historia del libro, es la historia de la cultura. Creemos nosotros que tal enunciado es tan cómodo como falso. Tanto la imprenta, como el libro y posteriormente la editorial, es la industrialización en escala nacional e internacional, de la cultura. La necesidad de comunicación o captación que es la necesidad de culturar, como dirían los técnicos, da origen a la imprenta [2] como más tarde a la empresa editorial.

Ya en plena Colonia, La Real Imprenta de los Niños Expósitos —año 1780— da a luz, bandos, periódicos y libros. Un antecedente de gestión de editor lo tenemos con Mariano Moreno que traduce y prologa El Contrato Social de J. J. Rousseau imprimiéndose en la Real Imprenta donde también haríase la “Gazeta de Buenos Aires” bajo la inspiración del mismo Mariano Moreno. De esa época existen trabajos de índole histórico sobre la imprenta y sus impresos tan exhaustivos y eruditos, como son el de Félix de Ugarteche, Furlong, Torre Revello, Buonocore, Toribio de Medina y, últimamente, el de Rosarivo; pero estos trabajos nos dan con más propiedad una historia del “arte tipográfico” que de la imprenta propiamente dicho. Furlong es quien con más exactitud titula su libro, Orígenes del arte tipográfico en América , pues es la invención de los tipos movibles que hace el mérito de lo llamado, generalmente, imprenta y no el acto de “prensar” que es el hecho más antiguo del hombre, puesto que lo realiza desde el momento de su presencia sobre la tierra, imprimiendo sus huellas.

Es por lo tanto, la tipografía la parte fundamental de la imprenta y la que hace a la belleza del arte gráfico. A esta cualidad se refieren en sus libros, invariablemente, los autores anteriormente citados. Sus estudios son nostálgicas exaltaciones de un arte exquisito por lo que tiene de arcaico, minoritario y raro. Hoy mismo tenemos el ejemplo de la imprenta Colombo, cuya artesanía y colofón certifican por sí misma la calidad del impreso y su colocación entre los bibliófilos, siendo la bibliofilia la que destaca ante todo y por sobre todo, el arte tipográfico; en tanto a nosotros nos interesa el hecho de imprimir. Hecho que da la dimensión y trascendencia social del libro, el periódico o el folleto.

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