ÍNDICE
A todas las presentes y futuras
entusiastas de las investigaciones
medianamente serias.
E l Libro de las Investigaciones Medianamente Serias (LIMS) pone a tu disposición la respuesta científica a 50 preguntas que tal vez te hayas hecho, o tal vez no. En todo caso, no importa, pues aquí las hemos recopilado. El propósito del LIMS es que las respuestas generen más preguntas, pero sobre todo, que provoquen sonrisas, caras de confusión y rostros de desconcierto (¡Ah! Y también de entendimiento, o al menos eso creemos).
Después de muchas investigaciones medianamente serias (pero bastante comprometidas) hemos registrado varias respuestas en estas páginas, pero nos quedan muchas dudas sin resolver. Aunque nos sentimos cómodos (e incómodos) con ellas, estamos conscientes de que, finalmente, de dudas se construye la investigación científica y el saber humano. Así, las incógnitas que permanecen serán materia de estudio para investigaciones subsecuentes.
Eso sí, el LIMS no pretende que ninguna de sus respuestas sea interpretada como una verdad inamovible (aunque sí razonablemente sustentada). Nuestro interés es ofrecer ejemplos de cómo la ciencia genera entendimiento y explicaciones de nuestro mundo en muy diversas cuestiones, desde la razón de ser de la pelusa en el ombligo, hasta la disputa de si los gatos son mejores que los perros (o viceversa). Si el mundo y sus misterios fuera un territorio, la ciencia sería uno de los mapas para recorrerlo y hallar, aunque con mediana seriedad, un rumbo cuasi certero.
¿Pero por qué somos medianamente serios? Como lo demuestra este libro, cuando algo se toma con fuerte compromiso y dedicación, inevitablemente pierde su «seriedad»: al conocer y profundizar con gozo en cualquier tema, emergen la diversión y el placer en el proceso. En el caso del LIMS, las investigaciones científicas despiertan alegría, diversión y, en ocasiones, hasta desenfado; y aunque algunas investigaciones pueden ser trascendentes, muchas otras no lo son tanto. A decir verdad, eso no es lo más relevante. Lo que busca en LIMS es que tú, lector, y, claro, nosotros, pasemos un buen rato. La hipótesis es que, al recorrer este libro, ese gozo del que hablamos habrá llegado a ti (o al menos eso indica la evidencia preliminar: el estado anímico del personal del LIMS es de 67% risas, 24% entendimiento y 9% desconcierto. Estamos 99% seguros de que sumarás a ese 67%).
¡ADVERTENCIA!
Cualquier parecido con la realidad (no) es mera coincidencia. Los datos aquí presentados se basan en información completamente seria (bueno, casi) y en fuentes 100% respetables (eso sí va en serio) —a excepción de algunos pocos de los personajes, ellos sí son medio inventados (¡pero no todos!)—.
L a pelusa en el ombligo, por qué existe, cómo evitarla y de qué está formada han sido motivaciones fuertes para la investigación (de un par de hombres), que han conducido a grandes mentes a la examinación de sus propios ombligos.
Tras observar que la pelusa aparece con mayor frecuencia en algunas personas que en otras, el Dr. Karl Kruszelnicki lanzó una encuesta. El objetivo: indagar sobre los patrones de dicha pelusa. Recibió decenas de respuestas, a partir de las cuales llegó a la conclusión de que la pelusa afecta más a hombres, en particular aquellos con bastante pelo en pecho y panza. Mientras más profundidad tiene el ombligo, es propenso a acumular más pelusa, por lo que, si además de peludo, el caballero en cuestión tiene sobrepeso, la pelusa será más frecuente. Descubrir la causa por la cual ocurre lo anterior le tomó al Dr. Kruszelnicki varias noches de especulación, hasta llegar a la hipótesis de que los pelos funcionan como una especie de escoba unidireccional que va atrapando pequeñas partículas de polvo, pero sobre todo de fibras de ropa, y que termina por depositarlas en el ombligo.
Para comprobar su idea, reclutó a varios voluntarios dispuestos a rasurar sus panzas. Tomó muestras de la cantidad de pelusa que ellos acumularon para compararlas con un grupo control cuyas panzas se dejaron peludas. Como se esperaba, el resultado fue que mientras más vello corporal posea el sujeto, más pelusa acumulará en su ombligo. Otros esfuerzos en aras de contribuir al conocimiento de la pelusa han mostrado, a través de modelos matemáticos, que el ritmo respiratorio es el responsable del movimiento del pecho y que, como Kruszelnicki pensaba, los vellos funcionan como escobetillas que dirigen la pelusa hacia el cuenco del ombligo.
Sin embargo, el misterio de la composición de la pelusa seguía presente. Afortunadamente, otro investigador comprometido con su ombligo, el Dr. Georg Steinhauser, decidió aclarar la cuestión. No tuvo que reclutar a ningún voluntario, pues en un acto heroico, decidió ser su propio sujeto experimental. Durante tres años hurgó en su centro abdominal para colectar lo que ahí se acumulaba. Sin importar si se bañaba o si cambiaba de ropa diario, la pelusa seguía apareciendo insistentemente. La observó, la hizo bolita, la pesó, y no sabemos si siga guardándola, pero gracias a sus indagaciones, sabemos que la pelusa del ombligo (o, al menos, su pelusa del ombligo) pesaba en promedio 1.28 miligramos (algo así como dos granos de azúcar, la medida universal para el peso de cosas chiquitas), aunque hubo algunos días en los que llegó a acumular hasta 9 miligramos (aproximadamente 14 granos de azúcar).
El siguiente paso en la investigación fue dilucidar la composición de la pelusa; la primera pista vino del color. Los días que el investigador usaba camisa azul, la pelusa era azul. Los días que usaba camisa blanca, la pelusa era blanca. Las correlaciones entre la ropa siguieron emergiendo: si usaba camisas viejas, la pelusa era menor; si usaba camisas nuevas, la pelusa era más grande. De estas observaciones surgió la hipótesis de que la pelusa estaba compuesta de fibras de ropa, particularmente de la ropa que tocaba la panza: las prendas nuevas sueltan más fibras, y estas son arrastradas por los pelos hacia el cuenco que forma el ombligo. El siguiente paso para comprobar la hipótesis fue, naturalmente, un experimento: se pondría una camisa 100% algodón y después analizaría la composición química de la pelusa de ese día. El resultado fue estremecedor, pues la pelusa no resultó ser 100% algodón, contrario a lo que la hipótesis planteaba.
Gracias a muchos hisopos que han picado ombligos, sabemos hoy que la materia restante que no es ropa es una mezcla de polvo, células muertas, sudor y microorganismos, los cuales constituyen uno de los ecosistemas más diversos sobre la Tierra. Si todos los ombligos del mundo fueran un solo ecosistema, este tendría más de 2300 especies. Cada persona tiene su composición única y, hasta ahora, no se han encontrado dos ombligos iguales en cuanto a diversidad microbiana. En promedio, cualquier individuo alberga en dicha cavidad unas 70 especies, cada una de las cuales probablemente viva pensando que existe en el centro del universo. Y, de cierta forma, están en lo correcto.
¿POR QUÉ TE MAREAS
SI LEES EN EL COCHE?
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