EMPRESARIOS POBRES
Muchos anhelos de justicia han pintado a los pobres como asalariados oprimidos por empresarios desalmados. Son más bien empresarios oprimidos por asalariados bien intencionados.
No ser vistos como empresarios bloquea sus oportunidades. La oferta de progreso que reciben es inadecuada, además de ilusoria. No es efectiva, ni corresponde a lo que son. La vida pobre se caracteriza por una multitud de iniciativas empresariales, escasas de recursos y lastradas de trámites. Las buenas intenciones desprecian esas iniciativas; suponen que los pobres necesitan algo mejor: empleos asalariados, prestaciones, derechos laborales; y que lo urgente es crear millones de buenos empleos (ya veremos cómo, un siglo de éstos). Sin embargo, lo que necesitan son medios de producción baratos, créditos, mercados y libertad de operación sin trabas ni trámites.
De este desencuentro hay ejemplos curiosos, como la fiesta de San José Obrero.
¿Por qué nació Jesús en un establo, y no en su casa? Porque José fue requerido por el fisco en la ventanilla de Belén, aunque tenía el negocio en Nazaret.
¿Cómo se representa a San José Obrero? Trabajando en su carpintería, a veces ayudado por el niño Jesús, a veces junto a María, porque el taller estaba en casa, como es común en las microempresas. El hogar productivo es una tradición milenaria.
¿Cuándo se celebra la fiesta de San José Obrero? El primero de mayo, desde 1955, cuando la instituyó Pío XII.
Pero José no era obrero, sino empresario. No necesitaba empleo, sino que lo dejaran trabajar, en vez de hacerlo peregrinar de una ventanilla a otra. No dependía de un patrón, sino de autoridades que imponen trámites a ciegas, aunque trastornen la vida de los demás.
El primero de mayo de 1886, los anarquistas llamaron a la huelga general en Chicago para exigir que la jornada de trabajo se redujera a ocho horas. Varios fueron colgados (los Mártires de Chicago), y se armó un escándalo internacional. Lenin, que despreciaba a los anarquistas, tomó su bandera y la agitó como un símbolo de la marcha al socialismo. La Unión Soviética creó una liturgia del Primero de Mayo en la Plaza Roja para ostentarse como la vanguardia triunfal del movimiento obrero. En otros países, el Primero de Mayo se adoptó como un signo de progreso social y de buenas relaciones con los sindicatos. En el Vaticano, después de cancelar el movimiento de los sacerdotes obreros, Pío XII exaltó a San José como si fuera obrero de una fábrica de muebles, no empresario de su propia carpintería.
La prensa muestra con escándalo la buena vida que se dan los altos ejecutivos y los altos funcionarios, aunque lleven a la ruina a sus empresas o países. Denuncia sus “paracaídas de oro”: las cantidades fabulosas que hay que pagarles para deshacerse de ellos. Son una aristocracia asalariada que atrae los reflectores.
Los microempresarios no atraen los reflectores, pero basta con abrir los ojos para verlos por todas partes. Son una multitud anónima, poco llamativa. Según la Encuesta nacional de micronegocios del INEGI y la Secretaría del Trabajo, en las zonas urbanas de México (el año 2002), había 4.4 millones de micronegocios, y su ganancia promedio no llegaba a los cuatro salarios mínimos (sólo el 5% ganaba más de diez salarios mínimos). La encuesta no cubrió los micronegocios rurales, pero es de suponerse que también eran millones y ganaban menos. Curiosamente, la clase empresarial más numerosa vive en la pobreza, mientras en las alturas hay una clase asalariada que gana hasta cien veces más.
Lo que ganan los altos ejecutivos y los altos funcionarios suele justificarse por la escala de sus operaciones y la cantidad de personal bajo su mando. Lo cual parece lógico, pero resulta un incentivo perverso. Para que prosperen los altos empleos públicos, privados, sindicales, institucionales, tienen que crecer las burocracias, centralizarse las funciones, concentrarse los recursos, fusionarse las empresas y piramidarse las instituciones, convenga o no convenga a la sociedad.
Lo peor de todo es la ilusión de progreso que resulta de esa prosperidad en las cumbres salariales. Con la mejor intención del mundo, muchos ejecutivos y funcionarios llegan a desear para todos el camino trepador que los llevó de un ascenso a otro. Y todo queda en buenas intenciones, porque no es posible privilegiar a todos. Lo posible y lo deseable es favorecer las oportunidades de prosperar sin ascender, en operaciones productivas de pequeña escala.
EL PROGRESO EN BICICLETA
Producir es una felicidad deseable para todos, por el gusto de usar la inteligencia, las manos, las palabras, y ver el resultado; por la satisfacción que dan las cosas bien hechas y el reconocimiento de los otros; por la recompensa. Reducir esto a empleo es lamentable para el desarrollo personal y para el desarrollo económico. También es un error en el diagnóstico de la pobreza.
Los pobres son empresarios de alta productividad, en proporción a sus recursos. Siguen siendo pobres, porque la compasión no sabe admirar: los ve como asalariados sin empleo, aunque no necesitan empleos, sino recursos para producir más. Pero no hay mucha oferta de progreso dirigida a sus empresas: microcréditos, medios de producción baratos, mejores tecnologías en pequeña escala, redes de información y de servicios para comprar y vender, trámites mínimos, leyes diferenciadas según el tamaño de las empresas para que el costo de cumplir no resulte desproporcionado o imposible. Lo que hay es una oferta de ilusiones en las grandes ciudades o el extranjero, a donde emigran los que pueden. Así, la oportunidad empresarial se convierte en un problema laboral sin solución, porque la inversión necesaria para ocuparlos como asalariados es cien veces mayor que la necesaria para aumentar su producción donde vivían.
En las grandes empresas, la productividad es alta en proporción al personal, no a las inversiones. Producen con grandes dosis de capital y el mínimo posible de personal. Cada empleo supone una inversión de cientos de miles de dólares. La misma cantidad, invertida en microempresas, no genera un empleo, sino cientos. Como si fuera poco, las pequeñas inversiones producen más. Esto se puede comprobar en los censos económicos. Las grandes empresas son superiores en productividad laboral (por eso pueden pagar salarios altos), las pequeñas en productividad del capital (por eso pueden pagar intereses altos). Ahí está la oportunidad en el combate a la pobreza: no en atraer personas a donde es difícil ocuparlas, sino en llevar recursos a donde producen más.
Se puede ser feliz a pie, en bicicleta, en automóvil o en avión; a velocidades distintas, con inversiones diferentes. Los medios de transporte cada vez más veloces exigen inversiones cada vez mayores. El progreso más productivo (con respecto a la inversión) es el primero: de andar a pie a moverse en bicicleta. Se paga rápidamente, con inversiones fácilmente financiables. Permite velocidades cinco veces mayores a un costo tres veces menor, en calorías por kilómetro. En cambio, progresar del Boeing 747 al Concorde fue maravilloso, pero improductivo. El mismo Boeing 747, que ha tenido un éxito notable, es relativamente improductivo. Cuesta más que un millón de bicicletas, y la inversión por pasajero es tres mil veces mayor que la inversión en una bicicleta, aunque la velocidad no es tres mil veces mayor, sino treinta.
El gigantismo siente que lo generoso es ofrecer a todos el mejor modelo de vida, que es el suyo: mucha escolaridad, experiencia en grandes operaciones, cumplimiento de formalidades y acumulación de méritos demostrables para ir ascendiendo hasta posiciones estelares. Esta generosidad es poco práctica. Propone una solución utópica, imposible o indeseable para millones de personas. Sirve para ignorar otras vías de plenitud humana, que sí son posibles y muchos prefieren. No apoya la bicicleta porque el avión es mejor. Considera lamentable, cuando no despreciable, la autonomía en pequeña escala, aunque el progreso sin necesidad de ascenso de un puesto a otro es lo normal en las profesiones libres, los oficios, las artesanías, las artes y todo tipo de pequeñas empresas. Fue de hecho el modelo universal, hasta que apareció el gigantismo del siglo XX , con sus imágenes fascinantes de grandeza, poder, estatus, celebridad, en grandes estructuras de poder económico, político, mediático, institucional, donde se hace carrera.