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SINOPSIS
En un entorno en el que la reputación de una organización o de un líder puede quedar hecha añicos con el simple «click» de un ratón de ordenador, la transparencia se convierte en un asunto de pura supervivencia. Pero cuando exigimos mayor transparencia, ¿qué estamos pidiendo en realidad? ¿Y por qué resulta crucial que los líderes comprendan su importancia? En este libro, los prestigiosos autores Warren Bennis, Daniel Goleman y James O’Toole exploran lo que significa ser un líder transparente, crear una organización transparente o vivir en una cultura global más abierta que nunca.
En tres ensayos interrelacionados, los autores examinan la cuestión de la transparencia desde puntos de vista diferentes: dentro de las organizaciones, en términos de responsabilidad personal, y por último en el contexto de la nueva realidad digital. Gracias a la combinación de teoría y experiencia, este libro ofrece una visión profunda de la transparencia, y es al mismo tiempo una impagable fuente de consejos prácticos.
Selena
Milán
TRANS
APARIENCIA
Soy Selena y soy una chica trans
«There’s nothing wrong with loving who you are.»
Born This Way, Lady Gaga
Cuando era pequeña, mi respuesta a la típica pregunta «Si pudieras tener un superpoder, ¿cuál elegirías?» era siempre la misma: ser invisible. En aquel momento, claro, no sabía todo lo que me ocurriría después. Resumiendo mucho, pasé de ser el niño tímido de la clase a lo que yo siempre había admirado: una mujer de pies a cabeza. Pero antes de contarte mi historia, deja que me presente.
Mi nombre es Selena, tengo veinte años y nací en Gran Canaria un 8 de febrero; soy Acuario, este dato no podía faltar, ¡lo siento! Me gustaría que leyeras el relato de mi vida, que por muy corta que sea, ha estado llena de «dramas y comedias», como diría Alaska. Crecí también en Gran Canaria, en la localidad de Carrizal. Es un lugar muy pequeñito, lo que significa que siempre estuve rodeada de la misma gente y hacía las mismas cosas. Aun así, era un sitio en el que me sentía a gusto, y además tenía la playa cerca. La mayoría de los recuerdos de mi infancia son de la casa familiar de mi abuela, un edificio de tres pisos en el que he pasado gran parte de mi vida.
Cuando nací, el médico me identificó como un niño. Todos nos equivocamos, no se lo tengo en cuenta, pero por su error pasé como chico a ojos de la sociedad catorce años de mi existencia. Supongo que nacer con pene es lo que tiene… Por eso hoy te quiero contar la historia de cómo supe que el médico se había equivocado, porque yo de niño tenía más bien poco.
Era, soy y seré una chica, una mujer: ¡yo misma!
Pese a todo, yo era una niña bastante normal, y eso mi madre lo agradeció (si te soy sincera, envidio a la gente que atesora historias de su infancia superlocas y divertidas, historias que me hubiera encantado vivir y contar aquí). Ahora no lo parece, pero créeme si te digo que yo de pequeña era lo más parecido a una ameba. Hablaba para pedir comida y poco más. Mi mayor pasión era sentarme en la cama a jugar con una colección de platos y vasos de pícnic de mi madre, mientras veía alguna película de Disney de las que tanto me gustaban. El hecho de que La Sirenita haya sido mi película favorita no influyó para nada en que yo también quisiera ser una chica con cola, lo juro. Es broma, en realidad, la cola era lo que me quería quitar.
A medida que crecía, descubrí lo divertido que me resultaba maquillarme y ponerme mona; un juego que hacía inconscientemente, porque me nacía. Además, mi madre me daba vía libre para usar sus tacones y su ropa. Con unas cuantas prendas suyas, yo me hacía una melena gigante. ¡Que me gusta a mí un buen melenón desde siempre!
Como les ocurre a muchas niñas, mi mayor inspiración era mi madre, que es tan coqueta o incluso más que yo. Aunque cuando aparecía alguna chica espectacular en la tele, recuerdo que no le quitaba ojo; si la veía por la calle, la miraba como si fuera una diosa.
He tenido la suerte de que en casa siempre he podido expresar mi identidad de género de manera natural y sin ser juzgada. Eso me permitió sacar cada día un poquito más la niña que llevaba dentro e hizo que me despojara del falso papel que la sociedad me hacía interpretar.
Pero el problema no era lo que yo sentía, eso lo tengo claro desde bien pequeñita. El problema era de los demás, que ¡incluso se confundían para acertar cuando se dirigían a mí! Me explico. Si mi madre me llevaba en el carro, todo el mundo le decía: «Qué niña más linda tienes». Está claro que yo había nacido para ser lo que soy, y el universo no paraba de darle señales a mi madre. Pero esas señales se hicieron más borrosas a medida que yo fui creciendo.
Cuando la sociedad cuestiona constantemente quién eres y qué debes hacer, teniendo solo en cuenta tu sexo asignado al nacer, comienzas a replanteártelo todo. Yo no sabía cómo llamar a lo que me estaba pasando y era demasiado pequeña como para fingir; simplemente me limitaba a ser yo. Si en el colegio me preguntaban qué quería para Navidad, mi respuesta siempre era la misma: «Una muñeca Bratz», y me miraban mal por ello. Pero, amiga, no es culpa mía haber tenido buen gusto desde siempre. Menos mal que Papá Noel también tiene buen gusto y me traía las Bratz.