À Hannah: la suite, l’évolution, on la vivra ensemble. Permets-moi de paraphraser : il y a dans la contemplation du beau quelque chose qui nous détache de nous-mêmes, en nous faisant sentir que la perfection vaut mieux que nous, et qui par cette conviction, nous inspirant un désintéressement momentané, réveille en nous la puissance du sacrifice, qui est la source de toute vertu. Nous sommes meilleurs lorsque nous sommes émus, et aussi longtemps que nous le sommes. Tu me reprochais (et je sais bien que «reprocher» n’est pas le verbe pertinent) de mentir dans une dédicace originelle, car je n’avais pas écrit la plupart du texte à ton côté; j’étais éloignée, à Madrid, à cause du confinement. Mais je suis convaincue du fait que je n’aurais pas aimé ce texte sans t’aimer, et que je n’aurais jamais autant d’amour pour les choses sans le tien. Je ne dirais aucun mensonge si je disais de ce livre, ou de n’importe quel autre que j’écrive, qu’il doit quelque chose à la paix tranquille de tes bras. Or, je ne suis plus apathique, je ne suis plus cynique: je crois désormais à quelque chose. Je pense avec toi, et je pense à côté de toi, et je te pense; et, grâce à toi, je suis émue.
A Felipe Martín Ignacio Silvero, primer maestro: gracias a ti la filosofía devino algo inevitable.
Afrontémoslo. Nos deshacemos unos a otros. Y si no, nos estamos perdiendo algo. Si esto se ve tan claro en el caso del duelo, es tan solo porque este ya es el caso del deseo. No siempre nos quedamos intactos. Puede ser que lo queramos, o que lo estemos, pero también puede ser que, a pesar de nuestros mejores esfuerzos, seamos deshechos frente al otro, por el tacto, por el olor, por el sentir, por la esperanza del contacto, por el recuerdo del sentir. Así, cuando hablamos de mi sexualidad o de mi género, tal como lo hacemos (y tal como debemos hacerlo), queremos decir algo complicado. Ni mi sexualidad ni mi género son precisamente una posesión, sino que ambos deben ser entendidos como maneras de ser desposeído, maneras de ser para otro o, de hecho, en virtud de otro.
Judith Butler
Un certificado me dice que nací. Repudio este certificado: no soy un poeta, sino un poema. Y un poema que se escribe, aunque parezca un sujeto.
Jacques Lacan
Prolegómenos
Estoy hasta el coño de lo trans
No estoy tremendamente enfadada, que también: estoy hasta el coño de lo trans. Nota aclaratoria: me he re-ti-ra-do, me jubilo, quiero que me den una pensión o al menos alguna paguita por los servicios prestados a la patria posmoqueer; ya tuve suficiente con salir en El Intermedio a los catorce, ser portada de TENTACIONES en el reportaje «El futuro es trans» con Valeria Vegas y Topacio Fresh, conceder entrevistas en Cuatro, que me llamaran para ir de tertuliana a un programa de Telemadrid cuando se montó lo del autobús de Hazte Oír, las campañas fotográficas, las manifestaciones, asociaciones y organizaciones, y con Twitter, sobre todo con Twitter: me cansé del Twitter activista o LGTB; ya está, basta. No puedo cruzarle la cara a la próxima persona que insista en que la autora que firma estas páginas es la conocida y jovencísima «ACTIVISTA TRANS» Elizabeth Duval, ¡pero me encantaría! ¡Cómo voy a ser yo activista si no hago nada! Me dijeron una vez que tendrían que llamarme pasivista trans, en todo caso, pero que quien se refiriera a mí como activista trans o centrara mi producción en el hecho de lo trans no sabía de la misa la media: ¡qué razón! ¿Qué he hecho (en el presente) para merecer dicho apelativo? ¿En qué ámbito de lo trans me he centrado? ¿El activismo trans existe? ¿Existo, en mi cotidianidad, como persona trans? ¿Soy una activista por el mero hecho de existir? ¿Ana Botín es feminista militante por ser mujer y aparecer a veces en las noticias? Porque yo juro y prometo que mucho más no hago, de verdad, que yo no tengo interés como sujeto trans, que lo mío da bastante igual, que yo no sufro tanto por la calle, que ostento una posición privilegiadísima: yo no le estoy salvando la vida a nadie, yo no escribo sobre lo trans, yo no me centro en el género ni soy una teórica del género ni quiero suplantar el trono de Paul B. Preciado ni cortarme el pelo como Butler, finito , arrête ça, ¡cálmense de una vez!
No es mi intención montarle un altar a mi ego, lector, pero vamos a hablar de cómo se ha hablado de mí. «Resulta que Duval, lesbiana, trans, activista, performer y otras 200 cosas más, es un alma precoz». «El nombre de Elizabeth Duval hace aparecer los términos “trans” o “lesbiana” en una búsqueda de Google, “etiquetas” que aspira a “que no sean necesarias”». «Activista trans, tuitera, marxista…». «La escritora y activista trans publica su primera novela, Reina , escasas semanas después de lanzar su primer poemario, Excepción ». «La joven escritora trans nos presenta Reina, su primera novela». Nada, aquí, existiendo, siendo trans y luego otras cosas, pero siendo más trans (según algunas de las descripciones) de lo que soy esas otras tantas; siendo lesbiana, siendo activista (esto ya me lo creo menos), siendo marxista (tampoco estoy muy segura, casi que preferiría incluso marxiana o nada), siendo performer (¡todo el mundo es performer hoy en día: a mí déjenme en paz, no performo más de lo que performan los cristianos yendo a misa!), siendo muy jovencita, siendo trans.
He pensado mucho cada una de las partes de este libro: quería escribir un texto distinto al que está entre tus manos. Quizá no uno: muchos, muchos, ¡que a lo mejor ya no vuelven nunca, trenes que habré perdido para siempre! En fin: aquí tienes Después de lo trans: sexo y género entre la izquierda y lo identitario . Puedes deducir que esto no es una autoficción. Encontrarás en las páginas que siguen notas en los márgenes, apuntes, discusiones teóricas y mucha mala leche. Porque, incluso escribiendo, ¡aún sigo cabreada!
Voy a bajar el tono: yo creo que escribo porque nunca podré ser madre biológica. Lo pienso leyendo El coloquio de las perras , de Luna Miguel; ella cita a Sosa Villada, para quien «el deseo de escribir encuentra que [es] fértil, que [es] una hembra viable para incubarlo, pone sus huevos y [ella] lo [carga] dentro de [sí] como una madre». Yo tampoco, como Sosa Villada, soy una hembra viable (¿soy una hembra acaso?) para incubar nada, ni podría fecundar como hace el deseo (¿y entonces?). No estoy en esas dos categorías. Tampoco en el cruce: habito, en cualquier caso, la anulación. El tratamiento hormonal me ha vuelto estéril y no he guardado en ninguna parte células sexuales haploides que me permitan generar estirpe en un laboratorio. A falta de desarrollos tecnológicos suficientes, y porque el mundo ciberpunk no está aún tan cerca, la maternidad me es ajena; por ende, escribo.
Me consuelo diciéndome que Platón no condena la escritura; me pregunto si Platón condena la maternidad. En Platón, pensar y dialogar son casi una misma cosa: pensar es un monólogo interno que se deshace, un diálogo en el cual el desdoblamiento de quien ostenta la palabra construye dos sujetos autónomos y absolutos. La escritura es el reflejo de ese proceso dialógico interno. Proyectar el diálogo en el mundo no es síntoma de una voluntad adoctrinadora, sino la esperanza de despertar en el otro la posibilidad de un proceso, de una indagación, de un deseo de comprender: en los procesos mediante los cuales entendemos las cosas reposa la lógica, para Monique Dixsaut, de toda la obra platónica.
Ni el elogio de los diálogos ni el elogio de los demás son incompatibles con la rabia. Pero ese es un terreno farragoso: soy consciente, reconociendo algunas de las mayores aportaciones del feminismo de la diferencia y de pensadoras como Irigaray o Cixous, de que la rabia o el tono pueden jugarme una mala pasada. El lector puede sentirse ultrajado ante lo que considere una interpelación excesivamente vehemente, mis interlocutores podrían pensar que me ensaño insistiendo en vendettas personales, y la academia podrá considerar que desvirtúo y pervierto los fundamentos mismos de la escritura ensayística o filosófica. Escribir, más allá de ser una cuestión de tono, es también una cuestión de estatus, y no puedo aún permitírmelo todo o permitirme cualquier tipo de violencia; ¿me está autorizada la vehemencia si quiero asegurarme de que mi texto no será encerrado en el cajón de la «escritura femenina» o «escritura queer», relegado a una literatura de segunda división? ¿Puedo tener la certeza de que, por aspirar yo a ser clara y pedagógica, por no dar los conceptos por sabidos, por no utilizar la misma jerga y palabrería aséptica (ojo: no hablo aquí de un lenguaje especializado y necesario), no seré despreciada en la academia, en el mundo de la teoría? ¿Puedo asegurarme, por el contrario, de que el lector común tendrá algún interés en este texto? ¿Para quién escribo y por qué escribir así si tampoco considero mi cuerpo un texto o mi posibilidad de escritura, mi hablar mujer , como si fuera un cosmos, cual realidad fundamentada en el cuerpo o en las vísceras?
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