Maxie Wander
Buenos días, guapa
Título original: Buenos días, guapa
Maxie Wander, 1973
Traducción: Ibon Zubiaur
INDICE
Buenos días, guapa
Prólogo
Nota preliminar
Rosi: la casa en la que vivo
Doris: soy alguien
Bárbara: ¡mirad, aquí también hay una!
Ruth: esperando el milagro
Petra (hermana de Susanne): miedo al amor
Susanne (hermana de petra): central nuclear y delfines
Ute: familia extensa
Angela: deja, hija mía, ya lo hacemos nosotros
Gabi: el mundo con los ojos del abuelo
CHRISTL: NO PUe SER, PUES NO EXISTE[25]
Gudrun: que aún podían luchar
Katja: las fiables y los genios
Steffi: pan y caviar
Erika: marx y scheherezade
Lena: dejar que avance el barco y mirar el sol
Margot: mandrágora, o la vida no vivida
Karoline: el tejado de cobre
Berta: la abuela
Julia: visitando a goethe
Epílogo
Autor
Notas
«Me interesa cómo viven su historia las mujeres, cómo se imaginan sus historias. Quizá este libro haya surgido sólo porque yo quise escuchar». A mediados de los años setenta, Maxie Wander se reúne, una a una, con diecinueve mujeres y conversa con ellas, las escucha atentamente. «Lo decisivo para mí cuando empecé este proyecto era si una mujer tenía las ganas o el valor de contar cosas de sí misma». Wander —hasta entonces escritora, secretaria, reportera y fotógrafa— se hizo famosa instantáneamente al publicar este extraordinario libro sobre la vida de las mujeres de su país. No sólo cómo eran aquellas vidas, sino cómo hubiesen querido que fuese cada una de ellas: con qué soñaban, qué deseaban y qué tenían que soportar día a día. Sus respuestas trazan un mapa fascinante. Publicado en la República Democrática Alemana en 1977, fue desde el momento mismo de su publicación un libro de culto en ambas Alemanias y vendió millones de ejemplares: nunca antes se había publicado un texto semejante: lo que aquí se cuenta no se había contado nunca de este modo, y, sorprendentemente, sigue siendo muy actual. Palabra de mujer.
¡BUENOS DÍAS, GUAPA!
Por una mirada tuya
mil dinares son poco.
Por tus pechos
caminaré diez años.
Por tus labios
me olvidaré de hablar.
Por tus muslos
me ofreceré como esclavo.
¡Buenos días, guapa!
Monta el tordo y cabalga.
Yo te espero en el bosque.
Con una tienda de hijos no nacidos.
Con ruiseñores y un jacinto.
Con la cama de mi cuerpo,
con la almohada de mi hombro.
¡Buenos días, guapa!
Si no vienes,
sacaré del pan el cuchillo,
limpiaré del cuchillo las migas
y te lo clavaré en el corazón.
EL MARIDO ABANDONADO.
Se desata y cae la lluvia.
Sentado en el suelo, un hombre llora.
Llora sentado y le reza a Dios.
Se marchó la mujer. Ella está bien.
A algún sitio se va,
con uno de grandes bigotes.
Se detienen en un prado,
y ella le fríe un pollo.
A su marido no le frio ninguno. Nunca.
¡Por eso llora!
(De las Canciones gitanas).
PRÓLOGO
Este libro fue un acontecimiento y una revelación a ambos lados del Muro. Decenas de miles de lectoras, en el Este y el Oeste de Alemania, pudieron reconocerse en la frescura de sus testimonios y confirmar que, en cuanto a emancipación femenina, la República Democrática Alemana llevaba una considerable ventaja sobre la Federal. Vendió más de 60 000 ejemplares solo en su primer año, su adaptación teatral fue uno de los mayores éxitos en el país, y reportó a su autora una avalancha de cartas (hasta cincuenta diarias) de mujeres que le agradecían nada menos que haber cambiado su vida. Para toda una generación, encarnó como muy pocos libros el poder redentor del relato, del encuentro consigo mismo y con sus semejantes.
Reinventó también el reportaje de entrevistas, dando pie a un auténtico aluvión de protocolos y estudios de campo. El Premio Nobel de Literatura concedido en 2015 a Svetlana Aleksiévich ha actualizado y sancionado esta manera sobria y deferente de dar voz a la experiencia; frente a quienes la desdeñan como periodismo, deberíamos recordar que la ficción no es un mérito literario, sino un género (como lo son el drama o la epopeya). Cabría sostener incluso que el reportaje encierra una dificultad mayor que la ficción pura, puesto que ha de hacer brotar primero un material ajeno, escurridizo, y conformarlo luego con sensibilidad literaria. Maxie Wander se aplicó concienzudamente a esa labor; la comparación con su antecedente más famoso, Die Pantherfrau de Sarah Kirsch, ilustra bien las dimensiones de su logro. Los protocolos de Buenos días, guapa no son mera transcripción de unas conversaciones: son la decantación de una confianza suscitada y ensayos lingüísticos personalizados. Y su secreto reside en una actitud vital, en un talento innato para la empatía.
Maxie Wander nació como Elfriede Brunner en Viena, el 3 de enero de 1933, en el seno de una familia humilde y comunista. No terminó la escuela: a los diecisiete años entró a trabajar en una fábrica. En 1952, en un acto del Partido, conoce a Fred Wander, vienés también, de origen judío, y superviviente de Auschwitz y Buchenwald, que ahora se gana la vida como reportero y fotógrafo. Se enamoran de inmediato y viajan por todo el país entrevistando a gente, indagando sucesos, refinando su curiosidad por los personajes marginales y su don para la escucha. Se casarán en julio de 1956, tras divorciarse Fred de su primera mujer, Ottilie.
En 1955, Wander es invitado a formar parte, como único austríaco, de la primera promoción del legendario Instituto de Literatura Johannes R. Becher de Leipzig, donde estudiarán buena parte de los grandes autores de la República Democrática Alemana con docentes del nivel de Ernst Bloch, Hans Mayer, Victor Klemperer o Wieland Herzfelde. Será la RDA la que permitirá a Fred Wander iniciar su carrera de escritor. Alentados por un primer contrato con una editorial, los Wander emprenden un viaje a Córcega en 1956 (prácticamente sin dinero) y pueden redactar el reportaje acordado en la residencia para escritores de Petzow; allí conocerán a jóvenes colegas como Christa Wolf (cuyos padres regentaban la residencia) o la pareja Brigitte Reimann y Siegfried Pitschmann.
En 1958, el matrimonio Wander fija su residencia en Kleinmachnow, al suroeste de Berlín: las editoriales alemanas orientales, únicas dispuestas a publicarles, pagan solo en moneda del país. En su entrañable autobiografía La buena vida .
Antes los había golpeado una tragedia absurda y evitable: en 1968, su hija Kitty muere al caer en una zanja de obra sin señalizar. Maxie queda afectada durante años, y seguramente incuba entonces el cáncer que la matará. Pero se sobrepone al dolor, a la inseguridad y la ansiedad, volcándose en el trabajo doméstico (un reto hercúleo en una economía de escasez), en sus dos hijos (Roberto y Daniel), y en escribir: cartas, diarios, relatos cortos, guiones. Su talento natural, sin embargo, está en el diálogo. Cuando Fred acuerda con la editorial Der Morgen un reportaje sobre las mujeres en la RDA, tiene la certera intuición de delegar el proyecto en Maxie, que se vuelca en él con todo su fervor. Su desenvoltura, su sentido del humor y su impudicia para recurrir a la jerga arrabalera vienesa invitan a mujeres muy diversas a la confidencia: acumula horas de grabaciones y cientos de páginas transcritas. Con ese material, ingente y bruto, hará literatura.
Hay que insistir en este punto: lo que distingue Buenos días, guapa no es tanto el interés intrínseco de sus historias como el tratamiento de sus voces. Wander no tiene empacho en manipular lo grabado para perfilar mejor a un personaje: no solo selecciona y reordena, sino que retoca e inserta partículas orales, frases propias, sueños y recuerdos de su infancia. Hay otras interpolaciones: las dos hermanas adolescentes, por ejemplo, charlaron con Maxie juntas y en presencia de un hermano que aporta sus puntos de vista (y, aunque sea de manera subrepticia, la única voz masculina del libro). No es solo por respeto a la intimidad que las mujeres están anonimizadas (los datos sobre su profesión y edad se añadieron solo en la edición occidental, destacando la dimensión sociológica del reportaje): la versión publicada, más que el retrato fotográfico de una persona, es el personaje que inspira su voz real. El principio del montaje (básico en todo documental) es manejado con gran sentido dramático: a diferencia de los protocolos de Sarah Kirsch, por ejemplo, las mujeres de Buenos días, guapa no cuentan su vida de forma lineal, y el instinto infalible de Wander para los finales les otorga un toque sorprendente, marca de la casa. El resultado es de una frescura sin parangón en su reflejo del registro oral y hace justicia a la desenvoltura que propiciaba la autora: así, escuchamos a la adolescente que constata «debo decir que a veces tengo la necesidad de acostarme con uno, sin más», o a la nonagenaria que proclama «oportunidades con hombres nunca me faltan», y ambas se nos aparecen creíbles en su testimonio, plenas, vivas, chispeantes.
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