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Heather Fehst - Amo odiarte

Aquí puedes leer online Heather Fehst - Amo odiarte texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2018, Editor: Grupo Planeta - México, Género: Ordenador. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Heather Fehst Amo odiarte
  • Libro:
    Amo odiarte
  • Autor:
  • Editor:
    Grupo Planeta - México
  • Genre:
  • Año:
    2018
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Amo odiarte: resumen, descripción y anotación

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CONTENIDO Para Zach Esposo final feliz y reparador de corazones rotos - photo 1


CONTENIDO

Para Zach:

Esposo, final feliz

y reparador de

corazones rotos

(Tsatmaeo)


I want your ugly

I want your disease

I want your everything

As long as it’s free

I want your love

— L ADY G AGA

Lectuepubgratiscom mil seiscientos minutos Es el tiempo que me toma - photo 2
Lectuepubgratis.com

mil seiscientos minutos. Es el tiempo que me toma empezar a desenamorarme de ti. Un año. Nuestra propia estación del amor. Ya sabes a qué musical me refiero, ¿verdad, Gavin? Porque no hay posibilidad de que seas mi novio y no sepas que, por supuesto , por supuesto, iba a sacar el musical Rent a colación. Quinientos veinticinco mil seiscientos minutos de tus labios sobre los míos y susurros en la oscuridad, de que me cargues, y me des vueltas, y tomes mi virginidad, y me jodas la cabeza y me digas que no valgo nada, nada, nada.

Si estuviera escribiendo un musical sobre nosotros, no empezaría por donde estamos ahora mismo: el final. Querría que el público comprendiera realmente cómo fui capaz de engancharme a tu anzuelo por completo. Las chicas no se enamoran de imbéciles manipuladores que las tratan como mierda y les hacen cuestionarse seriamente las decisiones que tomaron en la vida. Se enamoran de imbéciles manipuladores (que las tratan como mierda y les hacen cuestionarse seriamente las decisiones que tomaron en la vida) que ellas creen que son caballeros de resplandeciente armadura. Tu cabalgabas en tu maldito caballo blanco, es decir, un Mustang de 1969, y yo pensé: «¡Mi héroe!». Pero estoy cansada de ser una damisela en apuros. En mi próxima vida seré una reina guerrera ninja que rompa caras, y perseguiré a mierdas como tú. Voy a echarlos a un calabozo y a tirar la llave a un foso para que mi caballería de mujeres exclame «¡Bravo!», y yo me sentaré en mi trono con actitud de «¡Sí!».

Pero no puedo fantasear mucho con mi próxima vida porque todavía tengo que encargarme de ti en esta. Antes de terminar contigo, quiero reflexionar. Quiero volver a nuestra historia parte por parte. Quiero recordar por qué estaba loca de amor por ti. Quiero saber por qué me tomó tanto tiempo darme cuenta de que eres veneno.

Así que voy a empezar con esta mierda como en La novicia rebelde : «Empecemos por el principio, un buen lugar por donde comenzar…».

Ahí estoy, en primer plano a la derecha, terminando mi desayuno en la mesa del comedor. Es el invierno de mi primer año de preparatoria. Un martes, que es mejor que un lunes, pero para nada tan bueno como un miércoles. Todavía no estamos juntos, Gav, pero, como dice mi mejor amiga, Alyssa, de exquisito mal gusto, «me la pones muy dura». Acabo de terminarme mi pan tostado con crema de cacahuate y estoy pensando que ayer te vi comiendo un chocolate Reese’s con crema de cacahuate y quise lamerte el chocolate de los labios. Porque ese sería el beso más increíble, que Gavin Davis supiera a chocolate Reese’s con crema de cacahuate. SÍ . Tú eres mi lugar superfeliz, lalalá, y ahí estoy, tratando de ignorar a mi padrastro (al que de ahora en adelante llamaré el Gigante), que aporrea cosas en la cocina mientras murmura cosas; yo sé que quiere que le pregunte «¿Qué ocurre?», pero no lo voy a hacer porque es un jodido loco (también es una expresión de Alyssa, que es muy creativa lingüísticamente hablando) y nadie debería tener que tratar con jodidos locos sin cafeína.

El Gigante está molesto.

―¿Dónde demonios está mi almuerzo? ―gruñe, ahora más fuerte, mientras mete su zarpa en el refrigerador.

Hoy es el día en que va a cambiar mi vida. Pero, por supuesto, eso no lo sé. No tengo idea de qué tiene preparado la vida para mí. De lo que tú , Gavin, tienes preparado para mí. Lo único que sé es que el Gigante está arruinando mi fantasía con Gavin y de verdad quiero un poco del café de la jarra, pero no me lo permiten porque ellos así lo dicen. Todo es «porque ellos así lo dicen».

El Gigante golpea su lonchera sobre la barra y la abre. Sólo entonces recuerdo que se me olvidó hacer algo la noche anterior antes de acostarme.

Cierro los ojos y deseo que haya un coro griego que agite los puños hacia el cielo por mí («¡Oh, dioses! ¡Dioses!»), porque esta ligera infracción podría resultar en que pierda todo el fin de semana.

―Perdón ―murmuro―. Se me olvidó hacerlo.

Dejo caer la cabeza por la vergüenza. Soy la viva imagen de una «mujer contrita y servil», que es lo que el Gigante siempre quiere ver, pero eso es en mi exterior. Por dentro, adonde el Gigante no puede llegar por mucho que lo intente: «Jódete, hazte solo tu jodido lunch y, ya que estás en eso, lava tu propio auto y tu propia ropa, en especial tus bóxers, ¿y podría dejar de limpiar tu baño? Porque tus vellos púbicos perdidos me dan náuseas».

Interpreto este papel de chica pisoteada y cobarde porque tengo miedo. En realidad, estoy aterrada. La poca libertad que tengo es como una delicada pieza de vidrio soplado. El más ligero empujón podría hacer que se quebrara en un millón de pedazos. No siempre fue así. Antes de que mi mamá se casara con el Gigante, en nuestra casa había risas, fiestas de baile repentinas, aventuras. Pero ya no. Vivo en un reino gobernado por un tirano que está empeñado en destruirme.

El Gigante maldice en voz baja y yo quisiera decirle: «Hacerte un jodido sándwich no te va a matar». Es en serio: pan, jamón, mostaza, queso y, ¡bam! , tu sándwich. Por Dios.

Oigo que se abre una puerta en el pasillo y mi mamá entra con su propia versión de «mujer contrita y servil» en la cara. Ella cree que la mugre invisible es real, que los desastres se esconden detrás de cada esquina. Piensa que la muerte se oculta en las grietas del mosaico, sobre las repisas, en el escusado. No está bien.

―¿Qué ocurre? ―pregunta, pasando la mirada del Gigante a mí. Frunce los labios hacia abajo mientras me mira, como diciendo que no son siquiera las ocho de la mañana y ya soy una decepción.

―Tu hija no me hizo el lunch otra vez , así que tendré que gastar dinero en el lunch otra vez . Eso es lo que ocurre. ―Me mira y casi puedo oír lo que piensa: «Tú no eres mi hija, ojalá te largaras de mi casa de una vez por todas». Añade―: Espero que ni se te ocurra ir al cine el viernes con Natalie y Alyssa.

Gran sorpresa. Déjame adivinar: me toca ser niñera.

No me malinterpretes: aunque Sam es mitad Gigante, lo amo a morir. Es muy difícil odiar a un niño de tres años. No es culpa suya que el Gigante sea su papá, así como no es culpa mía que mi papá sea un cocainómano rehabilitado, o quizá lo siga siendo, que vive en otro estado y que cada año se olvida de mi cumpleaños.

Mi mamá me mira irritada y pasa a mi lado mientras se dirige hacia la cocina sin decir una palabra más. Le da una palmada en el brazo al Gigante y después se toma una taza de café. Dice «Mamá #1», lo cual es diez veces irónico. Me gustaría tener plumones para tazas para hacerlas más auténticas. Por ejemplo, ¿por qué no hay tazas que digan «Una mamá bastante buena que se volvió a casar y dejó de interesarse por sus hijos»? O sea, son muchas palabras, pero si usas una tipografía de 12 puntos, podrías hacer esa taza perfectamente.

El Gigante no sólo pasa a mi lado de camino a la puerta, me empuja al pasar junto a mí, me da un hombrazo como de linebacker con tanta fuerza que caigo hacia la entrada y mi espalda choca contra la esquina de la pared. Se me dispara el dolor por la espalda. Él no se da cuenta, o a lo mejor sí. Imbécil. En cuanto cierra la puerta tras él, mi mamá se voltea hacia mí.

―¿Qué te dije de terminar tus tareas? ―pregunta―. Ya me estoy cansando de esto, Grace. Primero no enjuagas bien los platos, después es el lunch de Roy o los juguetes de Sam. ―Alza un dedo amenazador como los dictadores de todas partes―. Más vale que te comportes, jovencita. Estás caminando en hielo frágil.

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