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Marie-France Hirigoyen - Las nuevas soledades

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Marie-France Hirigoyen Las nuevas soledades

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Luz

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Índice

Introducción

Me gusta perderme en las luces de la noche.
Allí me invento nuevas soledades.
Nuevas vidas.
Cuando ya no me interesa nuestro mundo.
Cuando los hombres me resultan definitivamente previsibles.
Cuando ya no tengo ganas.
De luchar.
Y de soportar la indiferencia.
Los tiempos cambian.
Pero el presente se parece extrañamente al pasado.
Ven a esconderte en las luces conmigo.
Ángel mío…
Te amo.
Y te dejo.
Aquí.

G AËTAN H OCHEDEZ ,

http://flash.zeblog.com/

No cabe duda de que el incremento de la soledad constituye un fenómeno social que se desarrolla en todos los países ricos del planeta, especialmente en las grandes ciudades. Pero si la soledad forma parte de la historia de la humanidad, con el paso del tiempo ha experimentado una profunda transformación. Por exceso o por defecto, la relación con el otro se ha convertido en el tema de preocupación fundamental de nuestra época. A la vez que vivimos en una era de comunicación y las relaciones entre los individuos son permanentes, e incluso invasivas, numerosas personas tienen un sentimiento doloroso de soledad. Y simultáneamente otras, cada vez más numerosas, optan por vivir solas.

Nos encontramos ante una paradoja: un mismo término remite al mismo tiempo al sufrimiento y a una aspiración de paz y libertad. Por un lado, se nos dice que la soledad es uno de los males de nuestro siglo y que hay que crear a cualquier precio vínculos y comunicación; y por otro, se nos predica la autonomía. No obstante, a pesar del individualismo de nuestros contemporáneos, la soledad sigue arrastrando una imagen negativa, que ignora la importancia de la interioridad. La mayoría de las veces, se considera que permanecer solo es una especie de consecuencia de un fracaso relacional, o, si produce la apariencia de una elección, se percibe como un camino garantizado al ascetismo y la desdicha.

Ante una persona sola, cualquiera de nosotros proyecta su propia percepción de la soledad y, en lugar de que este término corresponda simplemente a la descripción de un hecho, se convierte en un juicio. Como antaño el destierro de una comunidad, la prescripción de soledad es con frecuencia la amenaza de un marido violento a la mujer que intenta escapar de sus manos: «Si me dejas, te quedarás sola. ¡Nadie querrá saber de ti!». Especialmente, son los que no viven solos, sin duda porque no lo soportarían, quienes tienen la visión más negativa de la soledad. Sólo conocen el aislamiento de las personas mayores o los excluidos, o el de los enamorados rechazados.

Aun cuando el celibato se ha puesto «de moda», la pareja, oficial o no, sigue siendo la norma. Los medios de comunicación pregonan las «nuevas parejas», el amor y las vías fáciles a la felicidad. Pero apenas hacen el recuento de las frustraciones, porque los vínculos amorosos se han vuelto más complejos, y el número de separaciones y divorcios no deja de crecer. La autonomía de las mujeres ha implicado un cambio importante de las relaciones hombre/mujer y una precarización de los lazos íntimos y sociales. Actualmente, hombres y mujeres zigzaguean entre su necesidad de amor y su deseo de independencia. En efecto, muchas mujeres, a partir del momento en que teóricamente obtuvieron una autonomía financiera y sexual, rechazan sacrificar su independencia a cambio de la comodidad de la vida en pareja. El resultado es que la pareja tradicional desaparece y las nuevas parejas que ocupan su lugar son cada vez menos fusionales y cada vez más efímeras.

Con la prolongación de la vida, el aumento de los divorcios y las separaciones, y las elecciones de vida cada vez con mayor frecuencia tomadas individualmente, todo el mundo está, ha estado o estará solo. En una misma vida, tendremos períodos de encuentros centrados fundamentalmente en la sexualidad, períodos en pareja de convivencia, que se alternan con períodos de soledad, y luego relaciones amorosas a distancia, y sin duda otra vez la soledad.

Indudablemente, existe un aislamiento producido por la sociedad moderna. Pregonado como un valor supremo, el individualismo lleva consigo una inseguridad en todos los terrenos. La degradación de las condiciones de trabajo y el empobrecimiento de la vida social conducen a desconfiar de uno mismo y de los demás, a dudar antes de comprometerse. Nuestra sociedad centra a las personas en los éxitos materiales, la importancia del tener y del consumo. Pero la multiplicación de elecciones, la abundancia de la información y la obligación de la felicidad no consiguen llenar a los individuos que se muestran decepcionados, frustrados y desencantados.

Podría pensarse que Internet y las páginas de encuentros vendrían a paliar el déficit de vínculos. Pero también ahí el individuo se encuentra como uno entre una multitud de «mismos», de los que le cuesta diferenciarse. Los encuentros permitidos por estas páginas a menudo son frustrantes, ya que los candidatos desconfían, dudan en comprometerse y experimentan en ocasiones el sentimiento de servir para usar y tirar.

Sin embargo, si la soledad es a veces, desde luego, penosa y desesperada, también puede aportar momentos ricos de los que podemos extraer energía e inspiración. Evidentemente, es importante aprender a vivir en común, pero es también indispensable aprender a vivir solo, que cada uno pueda encontrar en la soledad un espacio de reposo y de regeneración: aceptar una soledad relativa es también procurarse los medios de escapar a la futilidad y la superficialidad de un mundo narcisista.

Inevitablemente, las nuevas generaciones de hombres y de mujeres estarán cada vez más solas. Sin embargo, los vínculos sociales no desaparecen, únicamente se han transformado. Si la vida contemporánea, por la multiplicidad de las elecciones que propone, ha traído consigo un mayor aislamiento de las personas, asimismo ha abierto el acceso a otros tipos de encuentros que pueden conducir a vínculos diferentes. Nuevas formas de sociabilidad se han desarrollado para oponerse a la precariedad de nuestro mundo. Y la pareja ya no es el único lugar de inversión afectiva, porque se puede estar igualmente unido a los otros de diferentes maneras: pequeños grupos asociativos no tradicionales, intensas amistades, camaraderías calurosas y solidaridades de proximidad. Lo que permite adaptar cada vínculo a las diferentes facetas de la personalidad, a fin de que cada uno pueda realizarse mejor.

He decidido dedicar mi libro a las múltiples facetas de esta extraña mutación, basándome abundantemente en la experiencia vivida con mis pacientes, a quienes tengo que dar gracias por todo lo que me han aportado. Porque me sorprendió la evolución, desde hace unos quince años, de las palabras que escucho en mi consulta de psicoanalista: lo que les plantea un problema no es la soledad en sí, ya sea padecida o elegida, sino sus consecuencias prácticas en la vida cotidiana.

A través de estas observaciones, me pareció que, en las sociedades desarrolladas, los años que marcan la transición entre los siglos XX y XXI son los de una profunda mutación, que se podría calificar como «antropológica»: aun cuando la representación tradicional de las relaciones hombre/mujer perdura en el imaginario transmitido por determinados medios de comunicación y por la publicidad —en cierto modo atrasados con respecto a su época—, su transformación, inaugurada en la década de 1970, se traduce en la actualidad cotidiana en nuevas prácticas y nuevos proyectos de vida, en todas las generaciones y, sobre todo, evidentemente, entre las más jóvenes.

Tras haber explicitado, en un capítulo preliminar, el aumento general del «sentimiento de soledad» y del «aislamiento relacional», el libro se desarrollará en tres partes. En la primera, mostraré cómo mujeres y hombres se «hacen cargo» de sí mismos afectiva y socialmente con esta mutación, las primeras con mayor facilidad que los segundos, a menudo confrontados a un endurecimiento inédito para ellos de las relaciones con su(s) compañera/o(s), más emancipada/o(s) que ayer. E insistiré en las diferencias entre las vivencias de estos cambios según las generaciones.

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