Noa Pascual - Amigos enredados

Introduzco la mano en mi bolsillo del pantalón vaquero y extraigo de él un billete arrugado de veinte euros, dos monedas de dos euros y tres monedas de un euro. Mientras mi vista divisa el paquete de cigarrillos que tengo encima de la mesa y contemplo que está prácticamente casi vacío. Respiro hondo y me digo a mi misma «¿Cómo has llegado a esta situación?», quedan dos días para cobrar y se presenta un fin de semana de juerga, sin dinero y sin comida en el frigorífico.

Desde hace un par de meses la misma historia. Mi mente busca una solución, algo tarde. Soy una manirrota, no tendría que estar apurada, más cuando mis padres me regalaron el adosado en el que vivo. Eso significa que no tengo hipoteca de la que preocuparme. Aun así, aquí estoy mirando el poco dinero que me queda y lo fácil que sería llamar a mi madre para pedirle una pequeña ayuda. Pero no es justo, fui yo quien quiso llevar esta vida y no pienso avergonzarme ante mis padres para que ellos me echen en cara que he desperdiciado mi vida.

Dentro de dos meses cumpliré treinta años, eso significa que tengo que ser lo bastante madura, como para mantenerme sin necesidad de recurrir a mis padres. Bastante decepción tienen en su única hija como para darles un disgusto más.

Mi padre uno de los cirujanos cardiovasculares más importantes de Europa y mi madre una prestigiosa notaria retirada desde hace un año. Con una hija que ha dedicado la vida atormentarlos, dejando los estudios de bachiller para dedicarse al estilismo. Soy esteticista y estilista titulada, muy a pesar de mis padres, a quienes les provoqué el mayor disgusto de la historia. Cuando nada más conseguir mis títulos profesionales me marché un año a Londres para estudiar el idioma y regresar con la titulación suficiente para convertirme en profesora de inglés. Al regresar de mi año sabático les di la noticia que empezaba a trabajar como recepcionista en una gran empresa de marketing y publicidad. Esa fue la primera vez en la que decidieron desheredarme. Aunque sinceramente, muchas veces pienso que sería la mejor opción, porque la gran fortuna que poseen en mis manos sería una locura, tantos años de esfuerzos y yo sería capaz de malgastarla en un par de años.

La única esperanza que me queda, es que esta tarde viene mi nuevo inquilino. Decidí compartir casa para salir un poco de este bache económico por el que estoy atravesando. En realidad no era mi intención pero mi amiga Sandra me dio la solución. Un buen amigo suyo de Madrid tenía que venir por motivos laborales a Valencia, y como es un apasionado de la playa y mi adosado está en primera línea de playa junto al paseo marítimo de la Malvarrosa, le pareció una gran solución tanto para mi economía como para su amigo. Así ambos tendríamos lo que necesitábamos y, como tan solo se trata de un par de meses pues no me pareció mala idea.

Así que ayer me dediqué a limpiar la casa porque sinceramente… siempre la tengo como una leonera. Los viernes por la tarde me paso las horas limpiando sin parar, y me maldigo una y otra vez por ser tan cerda. Aun así, a la semana siguiente tanto de lo mismo, de poco me sirve, nunca aprendo la lección. Para colmo el adosado es muy grande para una sola.

Mis padres lo hicieron con vistas a futuro, tenerme cerca era lo primordial. Ellos viven en Alboraya a unos diez minutos en coche de mi casa. Con la esperanza de que siente la cabeza, me enamore y les dé los nietos que están deseando tener desde hace años.

Hoy por suerte tengo la casa limpita porque ayer me di la paliza padre, no quiero que mi nuevo inquilino, la solución de mi economía salga corriendo.

Me acerco al frigorífico y no hay nada comestible en su interior, tan solo hay cervezas y leche. Vuelvo a soltar aire por la boca en forma de queja por no tener comida y cierro la puerta del frigorífico quedándome apoyada en él, suplicando un milagro.

Suena el teléfono y me acerco al salón donde veo en la pantallita el nombre de J.J y una gran sonrisa surge en mis labios.

Llevo más de un mes sin tener noticias suyas, es mi gran amigo, mi compañero de fiestas y mi alma gemela. Fuimos juntos a la guardería, al colegio, hasta que dejé los estudios de instituto. Estuvimos juntos en Londres compartiendo piso y mucho más.

Es un gran abogado y lleva un mes muy centrado para ser notario, hoy era su gran día y espero que le haya ido bien, pues si alguien lo merece ese es mi J.J.

―¡Vaya, la criatura existe! ―digo en tono burlón, al tiempo que se escucha una risa al otro lado.

―¿Estás liada? ―suena su voz con dulzura.

―No, hasta las siete de la tarde no tengo nada que hacer ―respondo mientras me aliso mi melena negra delante del espejo, a la vez que pienso en lo bien que me quedan las sombras de ojos nueva que me compré, dando mucha luz a mis ojazos verdes.

―En ese caso te invito a comer.

Dios, por fin un milagro en mi vida, cuanto quiero a este hombre, aunque mejor avisarle que estoy hambrienta, para que sepa lo que le va a costar la invitación.

―Fantástico porque estoy hambrienta, ¡famélica total! ―Se escuchan risas de nuevo y me confirma que me recoge en diez minutos.

Salgo corriendo dirección a mi dormitorio para arreglarme, me pongo un pantalón vaquero Levi’s Strauss claro y una blusa blanca con tonos rojos de tirantes, es junio y hace bastante calor. Me cepillo mi larga melena y sonrío en el espejo como una tonta porque voy a comer a lo grande sin gastarme un duro. En realidad mi felicidad no es tan solo por ese motivo. Sino porque voy a estar con J.J, a quien ya estaba echando de menos, un mes sin él es como una eternidad. Me pregunto si también vendrá su nueva novia María, deseando que no lo haga, no tengo nada en contra de ella pero no me cae bien, ¿quién soy yo para decirle que no la traiga?

Suena el timbre de la entrada y salgo corriendo, nada más abrir la puerta antes de que J.J diga una sola palabra me lanzo a sus brazos, para abrazarle con todas mis fuerzas, quedando encima de él con las piernas cruzadas a la altura de su cintura.