El libro que tienes en las manos habla de «ordenar». Por supuesto presenta técnicas concretas de cómo ordenar y explicadas de forma sencilla. Pero no se limita a cómo hacerlo.
El primer capítulo gira entorno al papel que podemos tener los padres como «guías» a la hora de introducir al niño en el arte de recoger sus cosas en vez de enfadarnos y reñirles u ordenarles que las recojan de inmediato cuando descubrimos que está todo desperdigado por el cuarto. Y esto es así porque, por más que les exijamos que recojan, los niños no tienen la habilidad de hacerlo porque todavía no han aprendido cómo.
El segundo se fija en los objetos que llenan el cuarto del niño, su territorio, sus dominios; cómo son, de qué tipo, y cómo clasificarlos para que ordenarlos y mantenerlos en su sitio sea más sencillo. Es fundamental que sea el niño quien tome conciencia de que aquellas son sus cosas y de que tenerlas ordenadas es una tarea que le corresponde.
El tercer capítulo desplaza el foco de atención al resto de la casa, a los territorios comunes, y va desgranando uno a uno (salón, cocina, etc.) el papel que el niño puede jugar en el esfuerzo colectivo de tenerlos recogidos.
El cuarto toma distancia de la idea de recoger cosas concretas para reflexionar sobre «el cuarto del niño» desde un punto de vista más conceptual. Hasta qué punto y para qué es necesario que tenga su espacio, y cuándo y de qué manera debemos los padres acceder a él para comprobar su estado.
Como verás por este recorrido por los principales contenidos de cada capítulo, a través del ejercicio de ordenar, padres e hijos aprenden no solo técnicas sencillas para conseguir tener la casa recogida sino, y en mi opinión más importante, a reflexionar sobre asuntos como la forma en que tratamos los objetos y como respetamos a los miembros de nuestra familia. El verdadero objetivo de este libro es que descubras por ti mismo estos elementos y puedas incorporarlos en tu vida diaria.
Te invito a empezar a leer por donde más te interese, donde puedas o donde quieras.
A los niños no les gusta ordenar
A partir de los 2 años más o menos, los niños empiezan a preguntarse qué querrán decir las palabras «ordenar» y «recoger» que tantas veces oyen decir a sus madres.
«Vamos a ordenar antes de comer.»
«La habitación está hecha un desastre, ¿la ordenamos?»
«Tenemos visita, recoge esto.»
Y, por supuesto, los gritos del tipo:
«¿Cuántas veces tengo que repetírtelo? ¡Recoge de una vez!»
Pero a los niños no les gusta ordenar. Tampoco es que a los adultos nos entusiasme, en general, pero en el caso de los pequeños el rechazo es evidente. En cambio, cuando se ponen a sacar juguetes, coger un plato para servirse una merienda que les gusta, alinear cubos y palas para jugar en la arena o elegir la ropa que quieren ponerse del armario, esto no ocurre. Y es que el acto de «sacar» no conlleva la misma carga negativa a sus oídos.
A veces creo que los seres humanos no tenemos el comportamiento de ordenar grabado en los genes. El acto de sacar implica la satisfacción de una necesidad o un deseo, algo que el hecho de recoger, guardar u ordenar no comparte. Por lo tanto, solo me queda pensar que el impulso de ordenar es algo que nuestras madres han ido grabando en nuestras mentes a base de regañinas.
Por todo esto, cuando a un niño aún no se le ha enseñado a ordenar, no se trata tanto de que «no pueda» hacerlo como de que aún no sepa cómo. Y en consecuencia no deberíamos decir que a los niños no se les da bien ordenar, sino simplemente que no entienden cómo funciona el proceso.
¿Un niño que no es capaz de ordenar se está portando mal?
Ningún niño sabe ordenar correctamente sus cosas de buenas a primeras. Partiendo de esa base, a ellos no les molesta ni les pone nerviosos que algo esté «hecho un desastre» (desde el punto de vista de sus padres), por lo que no podemos considerar que un niño que no ordena se esté portando mal o sea rebelde. De hecho, se trata de un comportamiento normal, y cuando nos limitamos a ordenarles que recojan u ordenen algo sin añadir ninguna instrucción más, lo único que estamos haciendo es confundirlos.
Un niño no se merece que le digan que es «malo» solo porque deja las cosas tiradas, pero es un error recoger en su lugar creyendo que aún no está preparado o pensando que acabaremos antes si lo hacemos nosotros directamente.
Tenemos que enseñarles a ordenar igual que les enseñamos a hablar, a sujetar una taza o a cortar con unas tijeras. Aunque pueda resultar algo cansino, la única manera de conseguir que los niños ordenen es hacerlo con ellos paso a paso hasta que aprendan y sean capaces de recoger solos.
Nada de amenazas
Sería estupendo que existieran unas palabras mágicas que consiguieran que los niños aprendieran a ser ordenados de la noche a la mañana, a golpe de abracadabra. Por desgracia no las hay, y alguna vez yo misma he terminado amenazando a mis hijos con tirarles todas sus cosas si no ordenaban el desastre de su cuarto, o diciéndoles que no podrían subir al piso de arriba hasta que recogieran el salón (su habitación está en el segundo piso, por cierto).
Mi marido suele ir al grano en estos casos:
«Si no cuidas tus cosas (en otras palabras, las mantienes ordenadas), no te compraré nada más.»
También tengo una conocida que amenaza a su hijo con que vendrá el Gran Buda y se llevará todo lo que no esté en su sitio. Por lo visto, cuando era pequeño fueron a visitar la estatua del Gran Buda de Kamakura y al niño le impresionó mucho. Solo imaginarse que el gigantesco Buda podía aparecer en su casa resultaba para él amenaza suficiente.
En mi casa hubo una época en la que nos inventábamos monstruos para cada caso concreto: teníamos «el devorapitos», un monstruo que se les iba a comer el pito si se ponían a correr desnudos por casa después del baño, y también «el quemador», que les provocaría quemaduras si se acercaban demasiado a la chimenea, pero nunca se nos ocurrió crear una alternativa similar para fomentar el orden.
La razón es muy sencilla: la amenaza de que sus juguetes se romperían solos si no los recogían no resultaba creíble, y decirles que desaparecerían si no los ordenaban tampoco parecía preocuparles en exceso.
Todo esto nos llevaba a las amenazas clásicas: «te los voy a tirar», «no te compraré nada más», «te quedas sin merendar», «no verás la tele hasta que recojas», etc. Sin embargo, en el fondo ninguna de estas amenazas soluciona el problema, ya que los niños no están ordenando porque haya salido de ellos, sino para evitar el castigo prometido. Es más, con las amenazas solo conseguimos que ellos aprendan a disimular en lugar de ordenar de verdad, con lo que muchas veces se limitan a coger las cosas del suelo y apilarlas sobre la mesa, sin más, o bien a meterlas todas en un cajón o en el armario tal y como van cayendo.
Las amenazas de castigo solo son justificables, como último recurso, en los casos en los que un niño que ya sabe ordenar como es debido se niegue a hacerlo. Desde luego, no sirven para que aprendan cómo hacerlo.