Annotation
¿Quién ambiciona ya descubrir la verdad, alcanzar el bien, practicar la justicia? ¿Quién pretende poseer el secreto de la felicidad? Pequeñas verdades, minúsculos bienes, fragmentos de justicia, retazos de felicidad nos ayudan, si no a «vivir bien», en el hondo sentido de los clásicos, al menos a «pasarlo bien»: a pasarlo lo mejor posible. Y, sin embargo, las preguntas por la rectitud y la justicia, por la legitimidad del poder y la esperanza de salvación continúan pidiendo respuesta a una cultura que precisa contestarlas pata recobrar su sentido. Abordar tales cuestiones es el propósito de este libro. Para ello se interna en ese ámbito del saber llamado «práctico», desde las cuatro dimensiones que lo configuran: moral, política, derecho y religión.
ADELA CORTINA
ETICA MÍNIMA
INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA PRACTICA
Prólogo por José Luis L. Aranguren
SEXTA EDICIÓN
TECNOS
1ª edición, 1986
6ª edición, 2000
© Adela Cortina, 1986
© EDITORIAL TECNOS, S.A., 2000
ISBN: 84-309-3471-5
Depósito legal: M. 573-2000
PROLOGO
por José Luis L. Aranguren
Hace ya más de medio siglo, el profesor Manuel García Morente, coetáneo e íntimo colaborador de Ortega y Gasset, escribía sobre La mujer y la filosofía, prometiéndose el advenimiento de una dedicación de mujeres a esta señera disciplina. Fue, en efecto, la época en la que se dio a conocer María Zambrano, y en la que Rosa Chacel mostró un interés, luego no proseguido, por las cuestiones filosóficas. Hoy, con tanta y mayor razón que entonces, podríamos decir lo mismo: el número y calidad de las mujeres que se dedican ahora en España a lafilosofía es excepcional. Verdad también que si, en seguida de hacer esta afirmación, nos preguntamos el porqué, nos respondemos, inevitablemente, que, al vivir hoy —como una de ellas, Victoria Camps, afirma— en una época de «cultura posfilosófica», el fenómeno aparece como normal: las dedicaciones y profesiones que los varones abandonan tienden a ir siendo asumidas y desempeñadas por las mujeres. Mas a quienes pensamos que, de todos modos, el filosofar es inseparable de la condición humana, nos es muy grato ver a mujeres españolas entregadas a este menester.
Aun cuando el tema del presente libro no es la filosofía en general, sino la ética, es claro que vale también para la teoría ética lo que se afirma, en general, de la filosofía que hoy se hace: sobriedad, rigor y, en el plural sentido de la palabra, «formalidad», dentro de una «época de "neos" explícitos o implícitos», como escribe, aquí mismo, Adela Cortina; época de tendencia a la «reducción de la ética a un capítulo de la filosofía del derecho», como ha escrito Javier Muguerza; época de «ética fragmentaria», como la ha llamado Victoria Camps o,para volver a las palabras mismas de Adela Cortina, normativa, sí, pero «poco», «de mínimos» o minimalista, fundamentadora de una moral que se conforma con el consenso fáctico para la pragmática solución de los conflictos. Y que, cuando se decide a levantar el vuelo, se dice «ética que no es de este mundo», que demanda —sin ganas, claro— el sacrificio de la propia alma a la «comunidad ilimitada», a la laica e irreal «comunión de los santos», como ingeniosamente la ha llamado Javier Muguerza; época, para él mismo, de «razón sin esperanza», de «desmoralización» en el doble sentido de la palabra, a la que yo me he referido en otra ocasión; época, en fin, de una razón neoilustrada, y no sólo en tanto que pura razón, fría y desvitalizada, sino también en tanto que reduccionista, positiva y meramente procedimental.
La actitud, a la vez filosófica y humana, con la que reacciona Adela Cortina a esta situación epocal, es, como vamos a ver, doblemente encomiable. Por una parte, se da perfecta cuenta, siguiendo a K.O. Apel, del «primado sustancial» de la praxis cotidiana, del «mundo de la vida», sobre el discurso; y, más allá de Apel, echa de menos, en la reflexiva ética actual, su dimensión antropológica, la pregunta por la «vida buena» y la felicidad, el estudio del ethos, de las actitudes y las virtudes, del genus de la moral en toda su amplitud, y no únicamente en su dimensión deontológico-formal; y, asimismo, la ética de la razón prudencial, concreta, situacional, con su momento de decisión —no irracionalmente decisionista— de la voluntad; y, no menos, el estudio de la sensibilidad, la emoción, la valoración y la vocación morales. En suma, el repertorio entero del sistema de la ética clásica, hoy, al parecer, arrumbado por una situación que ella espera provisional o, como expresivamente dice, de «a rey muerto» no rey puesto, sino de «interregno»; de esperanza o, cuando menos, de espera de la esperanza.
Mas, por la otra parte, Adela Cortina, echando de menos todo esto, se atiene en este libro al planteamiento actual, al neokantismo al que antes aludimos, que toma como referencias fundamentales a Habermas y, sobre todo, a K.O. Apel, de quien ella es traductora y estudiosa española por antonomasia. ¿Por qué Apel y no, como hasta ella era inclinación entre nuestros jóvenes y menos jóvenes filósofos, Habermas? Habermas no es, por su procedencia —la escuela de Francfort-filosofo puro, sino sociólogo e incluso sociólogo antes políticamente comprometido; y, aunque excelente, yo creo que «zapatero remendón» (como llamó Ortega a N. Hartmann) de todas las concepciones, filosóficas y no filosóficas, ajenas. Con Apel, filósofo de origen, formado en Heidegger, Gadamer, la filosofía lingüístico-pragmática y, en el fondo, Kant —pragmática trascendental es la definición de su sistema— encuentra, por ahora, Adela Cortina su máxima «afinidad electiva». Prolongándola, pone en ella claridad, suprime reiteraciones y hace gala aquí, por escrito, de la capacidad comunicativa que, también, de palabra, posee, de sus admirables dotes profesorales.
En el primer apartado de este libro lleva a cabo la acotación del ámbito de la ética, que no es toda esa concepción clásica, a la que antes nos referíamos, y ni tan siquiera la moral deontológica, esto es, el conjunto de normas o prescripciones, códigos morales o «recomendaciones», que ya está siempre ahí —Faktum—, precediendo a nuestra reflexión, pues constituyen el contenido del «saber práctico» en que consiste lo que, en nuestro lenguaje ordinario, llamamos la moral; que no consiste en eso, sino en la forma de eso, en la forma de la moralidad; no en lo que debemos hacer, sino en el porqué. Porqué o fundamentación de la moral, y criterio para la preferencia racional entre los diversos códigos morales, estudiado en el apartado segundo.
El tercer apartado se dedica a la ética y la política, tema del que yo he escrito y hablado ampliamente desde otras perspectivas, y se desarrolla en tres partes: moral para la democracia, frente al minimalismo de lo que hoy suele llamarse «moral civil»; afirmación de una moral solidaria frente al mero acuerdo estratégico, y problema —tan debatido hoy entre nuestros filósofos morales y filósofos del derecho— de la legitimación ética del derecho, y de la autonomía moral como fundamento de la desobediencia —y de la obediencia— al derecho.
Finalmente, el apartado cuarto es dedicado a la ética y la religión. Partiendo de Kant —y aquí es grato deber el recuerdo del excelente libro de José G. Caffarena, elaborado, como en él se puntualiza en cada paso, en diálogo y, por lo que nos incumbe aquí, en diálogo con Adela Cortina—, se hace la propuesta de «ir más allá de Kant», para lo que se precisa la distinción de racionalidades o usos de la razón: razón histórica, distinta, pero no separable de la razón sistemática, con la que debe ser siempre confrontada. Aportación de la razón histórica es esa «innovación» que llamamos «revelación», revelación de Dios. Se constituye así el «nexo sintético» Dios-persona-moralidad: el fin práctico kantiano, la persona, no es inteligible por sí, sino que la determinación de lo que sea exige la mediación de Dios. No se trata, por supuesto, de una «demostración»: en el orden de la praxis, dentro del que nos movemos, es esencial el momento de la opción de la voluntad y del acto de libertad. De lo que se trata es de la reconstrucción, hacia su origen y validez, de lo que hoy se nos manifiesta como un saber secularizado. Pues para decirlo con las palabras mismas de la autora, como traductora de Apel, «la secularización no es, sin más, una categoría del desenmascaramiento propio de la crítica de las ideologías, sino más bien una categoría que rescata hermenéuticamente el "aparecer" (E. Bloch) de la verdad».