Anna Brones - No sin mi bicicleta

Dos ruedas. Una bicicleta no tiene mayor complicación.

En su forma más simple, la bicicleta se compone de dos ruedas, un cuadro, una cadena, pedales, manillares y un sillín. Es la más hermosa de las máquinas, tan agradable estéticamente como funcional. Las bicicletas actuales no han sufrido muchas variaciones desde su invención a comienzos de 1800. Han evolucionado, sin duda, pero conservando su forma básica, y esas modificaciones mínimas son las que revelan su verdadera fuerza: su simplicidad.

Uno de los inventos más importantes de la humanidad es la rueda. Fue tan revolucionaria que lo cambió todo: nuestra forma de trabajar, de viajar, de vivir. En el transcurso de los siglos, la rueda se ha usado en numerosas máquinas y artilugios, pero su forma básica y función no han variado en absoluto. Las ruedas —dos, en concreto—, dispuestas en línea, hicieron de la bicicleta un prodigio. Y, como la rueda, la bicicleta también es revolucionaria.

La bicicleta es un medio de transporte sencillo, una forma fácil de transportar carga, un modo sencillo de practicar ejercicio. Para que funcione no se necesita más combustible que las piernas. Para mantenerla no utilizas un ordenador; unas cuantas herramientas y algo de energía te llevarán lejos. La bicicleta es pura diversión.

En una época en la que buscamos formas de vida más sostenibles, crear una sociedad mejor y gozar de buena salud, la bicicleta se revela como un medio inmejorable para lograr estos tres objetivos. Si hoy en día empezamos a fijarnos en la bicicleta con renovado interés es porque, a la larga, resulta la solución más fácil a muchos problemas. No es que vaya a arreglar el mundo, pero supone un buen comienzo: urbanistas, políticos y ciudadanos la ven como una herramienta útil para incitar cambios positivos.

¿Por qué deberíamos pasarnos la vida sobre dos ruedas? Porque es una vida sencilla: ayuda a disminuir el ritmo, disfrutar del entorno, ver la belleza en lo cotidiano, gozar de los paseos con amigos, descubrir y construir comunidad, sentir el viento en la cara cuando se baja por una ladera, el empuje de un pie después del otro, esa meditación rítmica que nos parece tan cautivadora y adictiva. Resulta difícil ir en bicicleta sin sonreír. Las bicicletas sientan bien y, en esta vida moderna apresurada y febril, las necesitamos.

Sin embargo, pese a esta simplicidad, el mundo del ciclismo puede intimidarnos fácilmente. Si hace tiempo que no vamos en bicicleta, no sabremos por dónde empezar. Pero ese es el quid: complicar en exceso algo tan sencillo es, precisamente, lo que lo hace intimidatorio. ¿Te apetece revivir la euforia de cuando eras pequeño e ibas en bici? Solo necesitas superar todas esas aparentes complicaciones.

Este es el propósito del libro, que va dirigido a aquellos que recuerdan la emoción de su primera bicicleta; a quienes, de camino al trabajo, observan a los que se desplazan en bici y se preguntan si ellos también podrían hacerlo; a cualquier persona que devora con los ojos una bici equipada con una cesta para las compras aparcada en la puerta de una tienda. Este libro también es para quienes ya tienen bicicleta, pero quieren dar un paso más: cambiar los neumáticos, planificar una ruta ciclista o incluso abrir un negocio a pedales. Es para cualquier persona que se haya dicho alguna vez: «Quiero ir más en bici, pero…».

Lo que vaya después del «pero» es lo de menos. Lo importante es que quieres ir en bici, que la idea de montar en bicicleta te emociona.

Pienso mucho en el «porqué» de ir en bicicleta. Como suelo desplazarme en bicicleta por la ciudad —esquivando autobuses, sonando la bocina al cruzarme con peatones inconscientes, lamentando la escasez de carriles bici—, no puedo evitar fijarme en mí y en los compañeros ciclistas que veo a diario y preguntarme por qué lo hacemos. ¿Por qué nos lanzamos entre el tráfico, cuando iríamos mucho más protegidos en coche? ¿Por qué aguantamos a autobuses, taxis y motos, a cuyos conductores parece no importarles las bicicletas que circulan a su lado? Cualquier persona sensata ante la enorme presencia de ciclistas en ciertas zonas urbanas pensaría: «¿Esta gente está loca?». ¿Por qué vamos en bici? Porque nos encanta. Podría aducir que quiero ejercer un impacto positivo en mi comunidad, que supone un ahorro económico o que es una forma de practicar ejercicio. Todas son excelentes consecuencias de ir en bicicleta, pero, en realidad, sé que es una actividad que practico simplemente porque me hace feliz. Me encanta ir en bicicleta.

«Cada vez que veo a un adulto en bicicleta, recobro la esperanza en el futuro de la raza humana».

H. G. WELLS

Sin duda, el miedo puede superar a las ganas. No todos vivimos en sociedades favorables al ciclismo, y para algunas personas el uso de la bicicleta no resulta fácil. Se trata de una opción que implica mucho esfuerzo. Pero muchos vivimos en lugares donde podríamos utilizar más la bicicleta. Considero que una de las razones que nos lo impide es el miedo: al tráfico, a la falta de carriles bici o a la estrechez del espacio para circular en las ciudades, entre otras cosas. Pero creo que, en parte, también se debe a que no hemos tenido la oportunidad de reavivar nuestro amor por el ciclismo. Muchos ciclistas se enfrentan a estos miedos, a los inconvenientes que deberían disuadirles, y no desisten. ¿Por qué? Porque lo único que desean es ir en bicicleta.

Hace poco alguien me contó su viaje a Ámsterdam, donde había pasado una semana con sus hijos y habían alquilado bicicletas. «Siempre me gustaron las bicicletas, tengo una, pero no me enamoré de ellas hasta que pasé una semana pedaleando en un entorno urbano donde el ciclista es el amo de la calle». Como ciclista urbana, me encantaría vivir en Ámsterdam, donde las bicicletas no son solo un medio de transporte, sino una forma de vida. Pero no vivo en esta ciudad, como la mayoría de nosotros. Debemos aprender de capitales respetuosas con los ciclistas como Ámsterdam y Copenhague para empezar a exigir políticas que fomenten el uso de la bicicleta en nuestras sociedades. Pero ¿cómo?

El primer paso es redescubrir y recuperar el amor por las dos ruedas. Esa simplicidad. Si la encuentras, ya no hay vuelta atrás.

El mundo del ciclismo es accesible a todo el mundo. No sin mi bicicletacleta quiere contribuir a facilitar ese acceso. No es una guía técnica ni de entrenamiento. Se trata de un libro inspirado por el amor hacia el ciclismo y por el deseo de ver a más personas en el mundo compartiéndolo. Pretende animar a utilizar más la bicicleta.

¿Por dónde se empieza? Quizá te estés preguntando qué clase de bicicleta debes comprar, qué equipo se necesita para desplazarse o cómo ir más allá y planear una excursión. Sea cual sea tu interés, este libro garantiza una transición suave a la vida sobre dos ruedas. Sus páginas te descubrirán el ciclismo no solo como deporte, sino también como estilo de vida. Aprenderás a aflojar el ritmo diario y a vivir con plena consciencia, a divertirte, a preparar un pícnic para llevar en bici a tu parque favorito, a ponerte el impermeable y pedalear bajo una tormenta invernal. Este libro habla de ir en bici, 365 días del año. Y aunque no puedas salir algunos días, quiero asegurarme de que estás deseando el momento de volver a dar una vuelta en bici.

Se suele decir que las bicicletas tienen el poder de cambiar el mundo, y no me cabe la menor duda al respecto. ¿Por qué? Porque son simples. Porque aprender a ir en bici es fácil. Porque hay en el mundo entero. Pero, sobre todo, porque la bicicleta nos hace sonreír, nos hace sentir bien y, cuando eso ocurre, queremos repetir una y otra vez.

Volvamos a enamorarnos. Empecemos a pedalear.