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Marc Augé - Elogio de la bicicleta

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Marc Augé Elogio de la bicicleta
  • Libro:
    Elogio de la bicicleta
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2007
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Elogio de la bicicleta: resumen, descripción y anotación

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Este delicioso Elogio de la bicicleta transcurre por tres etapas narrativas: el mito, la epopeya y la utopía. A pesar de que sus dimensiones mítica y heroica han sufrido algunos reveses derivados de su vinculación con el deporte profesional y el doping, la bicicleta -impulsada por las nuevas políticas de la ciudad- regresa con fuerza a los escenarios urbanos y su imagen es objeto de un renovado entusiasmo popular, como atestiguan los ejemplos de París y Barcelona. La bicicleta encarna una bella utopía: una promesa de felicidad. Podemos soñar y proyectar a grandes rasgos una ciudad utópica del futuro en donde la bicicleta y el transporte público sean los únicos medios de desplazamiento. Incluso imaginar un planeta en el que las propuestas de los ciclistas dobleguen el poder político y en donde reinen la paz, la igualdad y el aire puro. Porque, en su humildad, la bicicleta nos enseña, ante todo, a estar en armonía con el tiempo y el espacio. Nos hace redescubrir el principio de realidad en un mundo invadido por la ficción y las imágenes. El ciclismo es un humanismo que abre con renacidos bríos las puertas de la utopía y de un futuro más esperanzador: el símbolo de un futuro ecológico para la ciudad del mañana y de un proyecto urbano que tal vez podría reconciliar a la sociedad consigo misma.

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Este delicioso Elogio de la bicicleta transcurre por tres etapas narrativas: el mito, la epopeya y la utopía. A pesar de que sus dimensiones mítica y heroica han sufrido algunos reveses derivados de su vinculación con el deporte profesional y el doping , la bicicleta —impulsada por las nuevas políticas de la ciudad— regresa con fuerza a los escenarios urbanos y su imagen es objeto de un renovado entusiasmo popular, como atestiguan los ejemplos de París y Barcelona.

La bicicleta encarna una bella utopía: una promesa de felicidad. Podemos soñar y proyectar a grandes rasgos una ciudad utópica del futuro en donde la bicicleta y el transporte público sean los únicos medios de desplazamiento. Incluso imaginar un planeta en el que las propuestas de los ciclistas dobleguen el poder político y en donde reinen la paz, la igualdad y el aire puro.

Porque, en su humildad, la bicicleta nos enseña, ante todo, a estar en armonía con el tiempo y el espacio. Nos hace redescubrir el principio de realidad en un mundo invadido por la ficción y las imágenes. El ciclismo es un humanismo que abre con renacidos bríos las puertas de la utopía y de un futuro más esperanzador: el símbolo de un futuro ecológico para la ciudad del mañana y de un proyecto urbano que tal vez podría reconciliar a la sociedad consigo misma.


Marc Augé

Elogio de la bicicleta

Título original: Éloge de la biciclette

Marc Augé, 2008

Traducción: Alcira Bixio

Ilustraciones: Marco Sandoval

Diseño de portada: Inspirada en la obra de Ramon Casas « Ramon Casas i Pere Romeu en un tàndem »


Prólogo. Del recuerdo a la utopía

Este libro es una reflexión en torno al recuerdo el mito y la utopía En mi - photo 1

Este libro es una reflexión en torno al recuerdo, el mito y la utopía. En mi adolescencia, el mito era para mí el Tour de Francia y, más concretamente, el ciclista italiano Fausto Coppi, que me fascinaba, porque reunía todos los atributos de un héroe mítico. En 1949, cuando alcanzó su primera victoria, yo tenía trece años; cuando logró la segunda, ya había cumplido los dieciséis. Y cuando Federico Bahamontes, «el águila de Toledo», se impuso en el Tour de Francia de 1959, hacía un tiempo que mi adolescencia había quedado atrás (si bien es cierto que en el corazón de todo ser humano siempre, en algún rincón, late adormecido ese adolescente que alguna vez fuimos). Por aquel entonces, yo ya era menos sensible —o al menos estaba menos atento— a la dimensión mítica de los héroes del Tour, del Giro y de la Vuelta. Para evocar el deporte ciclista y a sus héroes, sólo hago referencia en esta obra a ese breve momento de mi primera juventud en que aún sentía instintivamente la grandeza épica de esa lucha en la que se medían los «gigantes de la carretera». Cuando surgió, Bahamontes mostró espectacularmente todas las cualidades de un héroe de epopeya, pero yo ya no era el mismo. A mis ojos, Anquetil y luego Hinault no fueron más que grandes campeones, no mitos. Ciertamente, el deporte posee una fuerza capaz de obrar el milagro de que el mito renazca, sólo que éste reverdece, eternamente joven, para otras generaciones. Y así, nos enseña a aceptar el paso del tiempo. El mito de antaño adquiere las tonalidades del recuerdo y ese mito del ayer, para mí, como digo, fue italiano. No obstante, si volvemos nuestra mirada hacia el futuro, el mito se reviste con los colores de la utopía. Nuestra juventud ya no retornará y ¡ay! es muy probable que nunca lleguemos a ver ciudades en las que sólo se circule en bicicleta. Pero tal vez sí podamos, colectivamente, acercarnos a ese ideal, así como podemos, individualmente, aproximarnos al pasado apelando a la memoria. En ambos casos, se trata de intentar rememorar el mito para desmitificarlo, y así —si todo sale bien— hacerlo realidad.

La bicicleta del mito a la utopía Nadie puede hacer un elogio de - photo 2


La bicicleta, del mito a la utopía

Nadie puede hacer un elogio de la bicicleta sin hablar de sí mismo La bici - photo 3

Nadie puede hacer un elogio de la bicicleta sin hablar de sí mismo. La bici forma parte de la historia de cada uno de nosotros. Su aprendizaje remite a momentos particulares de la infancia y la adolescencia. Gracias a ella, todos hemos descubierto un poco de nuestro propio cuerpo, de sus capacidades físicas, y hemos experimentado la libertad a la que está indisolublemente ligada. Para alguien de mi generación, hablar de la bicicleta es pues evocar, fatalmente, muchos recuerdos. Pero esos recuerdos no son sólo personales; están arraigados en una época y en un medio, en una historia compartida con millones de otros. Después de la Segunda Guerra Mundial, el ciclismo, como deporte eminentemente popular, recobró una dimensión épica, particularmente cuando se reinstauró el Tour de Francia. Hoy esta dimensión sobrevive a pesar de la crisis vinculada con las desviaciones del deporte profesional y del doping . Esta crisis es grave por múltiples razones, pero sobre todo porque atañe a la memoria íntima y a la mitología personal de cada individuo. Sin embargo, tal vez esta misma razón lo sea también de su resolución, pues los mitos tienen una vida resistente. Y además, la política de la ciudad llega al rescate. En el mismo momento en que la urbanización del mundo condena a que el sueño rural se refugie en el cliché de la naturaleza acondicionada (los parques naturales) o en los simulacros de la naturaleza imaginada (los parques de diversiones), el milagro del ciclismo devuelve a la ciudad su carácter de tierra de aventura o, al menos, de travesía. Desde hace mucho tiempo ese milagro sumaba encanto a ciudades como Amsterdam o Copenhague y ahora nos encontramos con que los planificadores de nuestras ciudades comienzan, a su vez, a creer en los milagros e intentan, no sin esfuerzos ni torpezas, ponerlos en práctica en dos de las ciudades francesas más congestionadas por el tránsito de automóviles. Tanto en París como en Lyon, dejar bicicletas a disposición de los habitantes o de los turistas casi equivale a obligarlos a verse, a encontrarse, a socializar las calles, a reconstruir lugares de vida y a soñar la ciudad. Pero ya no estamos en el 68. Hoy, cambiar la vida es, en primer lugar, cambiar la ciudad. Hay mucho por hacer y lo que se hizo no siempre está bien hecho. Pero que una utopía haya encontrado su lugar, ya es algo nada desdeñable.


El mito vivido

El mito y la historia Empecemos por algunas fechas y algunas - photo 4

El mito y la historia

Empecemos por algunas fechas y algunas referencias. Las citaré sin ordenar con objeto de que aquellos que no fueron testigos puedan entender en parte cómo fue aquel particular momento que se vivió a fines de la década de 1940. Al salir de las peores atrocidades de la historia, al día siguiente de las primeras explosiones atómicas, en vísperas de lo que pronto se denominaría el «equilibrio del terror», en una Europa que, sin embargo, en muchos aspectos no había salido enteramente del siglo XIX, la necesidad de vivir se expresaba como nunca antes. La clase trabajadora existía y —a pesar de todo lo que algunos sabían o deberían haber sabido de las ambigüedades y de los crímenes del campo soviético— creía en el futuro del socialismo. La bicicleta, instrumento indispensable para las personas más modestas, era también un símbolo de los sueños y la evasión: expresaba la ambivalencia de una situación en la que las durezas del presente aún se medían con la vara de las promesas del futuro. Ladrón de bicicletas [Ladri di biciclete], de Vittorio de Sica, es de 1948; Día de fiesta [Jour de féte], de Tati, de 1949. En ese mismo año Fausto Coppi, campeón mundial de persecución, gana el Giro de Italia y el Tour de Francia. Ladrón de bicicletas , obra maestra inaugural del neorrealismo italiano, cuenta las angustias y andanzas de un desocupado de los arrabales de Roma que consigue un empleo consistente en pegar cartelones y que implica el uso de una bicicleta, herramienta indispensable de trabajo que él, sin embargo, ha empeñado días antes en el montepío. Su mujer debe entregar tres pares de sábanas para recuperarla. El filme relata las peripecias del día en que a nuestro desdichado héroe le roban la bicicleta, sus intentos por encontrar al ladrón y cómo luego, expulsado del barrio donde habita el ratero, trata de robar a su vez una bicicleta, cae preso y termina la jornada hundido en la vergüenza y la desesperación. Día de fiesta es un filme burlesco que se desarrolla en el marco del ambiente campesino francés. El personaje del cartero que interpreta Jacques Tati no tiene ningún aspecto trágico. Desgarbado, algo torpe, objeto de las burlas amables de quienes lo rodean, es esencialmente mimético. Haciendo el papel del cartero como el camarero de la cafetería de Sartre hacía el papel de camarero, dándose aires de ciclista avezado cuando ve pasar a los participantes de una carrera local donde compiten los jóvenes de la región, sólo existe para la mirada de los demás, pero nadie lo observa verdaderamente. Encarna una forma determinada de soledad y de pobreza, pero en una versión liviana y humorística. Fausto Coppi trabajaba de joven en una tienda de embutidos y entregaba los pedidos en bicicleta, como un poco después entregaría sus panes y cruasanes de la panadería familiar el aprendiz Bobet. En busca de su sueño de convertirse en un verdadero ciclista de competición, comienza como gregario de Gino Bartali antes de llegar a ser el «héroe perfecto» de quien hablará Barthes, el campeón con el que soñarán generaciones enteras porque encarnaba a la vez el coraje, la inteligencia, el buen porte y la desgracia. Coppi pasó, durante algunos años, de las trivialidades del neorrealismo a los esplendores del mito. Mito político, además, pues, comparado con el conservador Gino Bartali, ídolo de los democristianos, Coppi se mostraba como un hijo del pueblo que, apreciado por la prensa de izquierdas, se ganó además la cólera del Vaticano por mantener una romántica aventura adúltera.

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