APÉNDICES
Conclusión
Filósofo de la nueva ciencia, sociólogo de la nueva sociedad y sumo pontífice de la nueva religión: así es como se veía Comte, con la modestia que lo caracterizaba.
Todos estos títulos nos permiten observar la medida del proyecto positivista (y también del ego de Comte). El proyecto va más allá de una simple propuesta cultural, presenta una reforma científica y social que incumbe a toda la humanidad, desde las relaciones de producción económica hasta los fundamentos de las relaciones sociales, y desde los gobiernos políticos hasta las reformas de la vida moral y religiosa. Se trata ciertamente del inicio de una nueva era. El momento es crítico y para enfrentarse a él, la humanidad necesita un guía, una voz que le revele la ley del devenir histórico, que le haga tomar conciencia de las transformaciones que deben producirse y que le instruya sobre las formas (económicas, políticas, morales y culturales) que resulten más adecuadas para la inminente «Edad de la Ciencia». Y, claro está, necesitamos un sumo pontífice.
Comte no lo duda, él es el mejor candidato. Ahora hay que ver si el público está de acuerdo. Él lo pregunta sin cesar; ¿pero la humanidad responde? Pues sí lo hace, y la respuesta es «no».
Comte considera que la elaboración de la nueva religión de la humanidad es la parte más revolucionaria de su obra y ya se imagina en el púlpito de Notre-Dame difundiendo la filosofía y la religión positivista en calidad de sacerdote máximo de la humanidad. Se trata de un momento que no solo «ya se imagina», sino que prevé con seguridad que ocurrirá: «Estoy convencido de que antes de 1860 predicaré el positivismo en Notre-Dame como la única religión real y completa».
Error de cálculo. París es un público difícil, son muy pocos los que están dispuestos a seguir a Comte y su nuevo culto, y enseguida la teología positivista se considera una fantasía inútil e impracticable.
Si bien la nueva religión no recibe una buena acogida, en cambio, la nueva ciencia es todo un éxito. Los científicos y los filósofos reconocen la gran capacidad de crítica del método positivo, que sitúa en el centro de la investigación el hecho y sus leyes. El filósofo positivista deja de ser el único que trata con el Absoluto y se convierte en el lector de los hechos; para cualquier explicación científica, el positivista no confía en los datos que están fuera de los principios, no se fía de la metafísica sin la realidad, solo confía en los hechos y en sus posibles relaciones. Anécdota: serán estas mismas directivas metodológicas las que promoverán el desarrollo de algunas investigaciones que, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, pondrán en duda las premisas del modelo epistemológico positivista.
Los resultados revolucionarios en matemáticas y en física conllevan una redefinición radical de las premisas fundamentales del proyecto positivista como unidad del saber. Los «hechos» y los «datos» que los positivistas habían considerado el elemento «objetivo» y seguro sobre el que fundar la investigación, no garantizan ninguna certeza científica. Estos nunca son neutros, sino relativos, convencionales, definibles solo a partir de sus efectos o en función de los sistemas de referencia que el científico asume de antemano.
Antes hemos hablado de la geometría no euclídea. La pluralidad de modelos geométricos pone en crisis el principio de la «objetividad» de la ciencia y la hipótesis filosófica por la cual la verdad consiste en la relación entre pensamiento y realidad. Si resulta posible concebir el espacio de formas diferentes (todas coherentes y lógicamente posibles) y organizar el mundo de los hechos empíricos en sistemas de orientación espacial diferentes, entonces, ¿qué sentido tiene la pregunta de la geometría de Euclides sobre la objetividad? ¿Qué sentido tiene hablar de la identidad entre el espacio de Euclides y el espacio natural? El espacio definido de la geometría de Euclides no es el espacio natural, sino sencillamente una forma de espacio más cómoda (entre otras posibles) para ordenar los hechos de nuestro mundo:
Si el espacio geométrico fuese un marco organizado con cada una de nuestras representaciones, como individuales, sería imposible representar una imagen sin este marco, y no podríamos cambiar nada de nuestra geometría. Pero no es así: la geometría solo es el resumen de unas leyes según las cuales estas imágenes se suceden. Nada impide imaginar una serie de representaciones similares en cada punto a nuestras representaciones ordinarias, pero que se suceden de acuerdo con leyes diferentes a aquellas a las que estamos acostumbrados. Entonces podemos deducir que si unos seres reciben una educación en un entorno en que tales leyes están desordenadas, se podría dar una geometría muy diferente de la nuestra. Supongamos que existe un mundo encerrado en una gran esfera y sometido a las siguientes leyes…
Nos hemos permitido esta cita por dos motivos: primero, porque es un bonito pensamiento y, en segundo lugar, porque se trata de una reflexión inteligible y que esclarece el tema: los axiomas y los postulados geométricos no pueden confirmarse ni de forma empírica ni a priori. Se trata de convenciones que surgen de la «actividad libre de nuestro intelecto», que elige sencillamente el sistema más cómodo para dirigirse al mundo. Pero a lo mejor hay otro punto que debemos explicar.
Ya hemos echado una ojeada a algún cambio que se ha producido en las matemáticas y nos parece que nada va bien. Hemos perdido los «hechos», las «leyes» y la «objetividad», y ni siquiera el espacio está quieto y bien delimitado. Si tenemos en cuenta que en los estudios de física las investigaciones nunca son demasiado tranquilas, nos asalta una duda: ¿no será que la ciencia está en crisis? Sí, así es. Pero no le quita el sueño. Es más, incluso le gusta: si crisis significa apertura hacia nuevos puntos de vista y una revisión cuidadosa de los procedimientos científicos, entonces hablamos de crisis. Si bien es verdad que hemos tenido que renunciar a algo, a partir de la supuesta declaración para una verdad y una realidad objetivas de los conceptos geométricos, sin embargo, esto no significa negar su validez, sino sencillamente redefinirla en función de determinados sistemas de referencia y a partir de su capacidad de decir algo sobre el mundo exterior (permitiendo operaciones de medidas, por ejemplo), pero sin pretender describir los caracteres objetivos. Se trata de una postura más modesta, pero que permite aceptar mejor el cambio de las teorías.
En todo esto reconocemos el mérito de Comte por haber contribuido a establecer las condiciones para una sorprendente evolución del pensamiento científico. Toda esta evolución se ha desarrollado mediante una confutación sistemática, o al menos con una revisión radical, de las categorías positivistas fundamentales, pero esto no quita mérito a todo lo hecho. Al contrario, le aporta todavía más. Es la crisis que aporta motor y motivos para el desarrollo de la investigación.
El despertar de la cultura científica que propugna el positivismo abre la crisis del sistema de las ciencias europeas del periodo entre el fin del siglo XIX y el inicio del siglo XX. Por suerte.
CRONOLOGÍA
Vida y obras de Comte | Contexto histórico y cultural |
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1789 Estalla la Revolución francesa |
1792 Se proclama la República francesa |
1793 Luis XVI es ejecutado. |
1796 Napoleón empieza su campaña en Italia, Aparece Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister de Goethe. |
1798 Isidore Auguste Marie François Xavier Comte nace en Montpellier. | 1798 En el segundo número de la revista Athenaum aparecen los «Fragmentos» de Friedrich Schlegel, manifiesto del Romanticismo alemán. |