MICHEL FOUCAULT. (Poitiers, Francia, 1926-París, 1984). Filósofo francés. Estudió filosofía en la École Normale Supérieure de París y, ejerció la docencia en las universidades de Clermont-Ferrand y Vincennes, tras lo cual entró en el Collège de France (1970).
Influido por Nietzsche, Heidegger y Freud, en su ensayo titulado Las palabras y las cosas (1966) desarrolló una importante crítica al concepto de progreso de la cultura, al considerar que el discurso de cada época se articula alrededor de un «paradigma» determinado, y que por tanto resulta incomparable con el discurso de las demás. Del mismo modo, no podría apelarse a un sujeto de conocimiento (el hombre) que fuese esencialmente el mismo para toda la historia, pues la estructura que le permite concebir el mundo y a sí mismo en cada momento, y que se puede identificar, en gran medida, con el lenguaje, afecta a esta misma «esencia» o convierte este concepto en inapropiado.
En una segunda etapa, Foucault dirigió su interés hacia la cuestión del poder, y en Vigilar y castigar (1975) realizó un análisis de la transición de la tortura al encarcelamiento como modelos punitivos, para concluir que el nuevo modelo obedece a un sistema social que ejerce una mayor presión sobre el individuo y su capacidad para expresar su propia diferencia.
De ahí que, en el último volumen de su Historia de la sexualidad, titulado La preocupación de sí mismo (1984), defendiese una ética individual que permitiera a cada persona desarrollar, en la medida de lo posible, sus propios códigos de conducta. Otros ensayos de Foucault son Locura y civilización (1960), La arqueología del saber (1969) y los dos primeros volúmenes de la Historia de la sexualidad: Introducción (1976) y El uso del placer (1984).
Fundamentalmente, este libro del pensador francés de más resonancia en estos momentos es una contribución a la historia de las ideas y, en concreto, de la idea del hombre que se ha ido abriendo paso en lo época moderna, desde lo perspectiva de la medicina. Estudia así los transformaciones socioculturales y económicas y las del examen médico, los estructuras lingüísticas y las técnicas anatomopatológicos. Su interés no se limita, entonces, al campo de la medicina y de lo historia de lo medicina, también los historiadores y sociólogos del conocimiento se sentirán atraídos por el planteamiento original del libro: la medicina como lenguaje, como óptica científica y como relación interhumana.
Michel Foucault
El nacimiento de la clínica
Una arqueología de la mirada médica
ePub r1.1
mandius 12.06.14
Título original: Naissance de la clinique
Michel Foucault, 1963
Traducción: Francisca Perujo
Editor digital: mandius
ePub base r1.1
PREFACIO
Este libro trata del espacio, del lenguaje y de la muerte; trata de la mirada.
Hacia mediados del siglo XVIII, Pomme cuidó y curó a una histérica haciéndola tomar «baños de diez a doce horas por día, durante diez meses completos». Al término de esta cura contra el desecamiento del sistema nervioso y el calor que lo alimentaba, Pomme vio «porciones membranosas, parecidas a fragmentos de pergamino empapado… desprenderse con ligeros dolores y salir diariamente con la orina, desollarse a la vez el uréter del lado derecho y salir entero por la misma vía». Lo mismo ocurrió «con los intestinos que, en otro momento, se despojaron de su túnica interna, la que vimos salir por el recto. El esófago, la tráquea y la lengua se habían desollado a su vez; y la enferma había arrojado diferentes piezas, ya por el vómito, ya por la expectoración».
Y he aquí como, menos de cien años más tarde, un médico percibió una lesión anatómica del encéfalo y de sus envolturas; se trata de «falsas membranas», que se encuentran con frecuencia en sujetos afectados por «meningitis crónica»: «Su superficie externa aplicada a la aracnoides de la duramáter se adhiere a esta lámina, ora de un modo muy flojo, y entonces se las separa fácilmente, ora de un modo firme e íntimo y, en este caso, algunas veces es muy difícil desprenderlas. Su superficie interna está tan sólo contigua a la aracnoides, con la cual no contrae ninguna unión… Las falsas membranas son a menudo transparentes, sobre todo cuando son muy delgadas; pero, por lo común, tienen un color blanquecino, grisáceo, rojizo y más raramente amarillento, parduzco y negruzco. Esta materia ofrece, con frecuencia, matices diferentes que siguen las partes de la misma membrana. El espesor de estos productos accidentales varía mucho; son a veces de una delgadez tal que se podrían comparar a una tela de araña… La organización de las falsas membranas presenta, asimismo, muchas variedades: las delgadas son membranosas, parecidas a las películas albuminosas de los huevos y sin estructura propia diferente. Las demás, ofrecen a menudo en una de sus caras huellas de vasos sanguíneos entrecruzados en diversos sentidos e inyectados. A menudo son reductibles en láminas superpuestas, entre las cuales se interponen frecuentemente coágulos de una sangre más o menos decolorada.»
Entre el texto de Pomme que llevaba a su forma última los viejos mitos de la patología nerviosa y el de Bayle que describía, para un tiempo del cual no hemos salido aún, las lesiones encefálicas de la parálisis general, la diferencia es ínfima y total. Total, para nosotros, porque cada palabra de Bayle, en su precisión cualitativa, guía nuestra mirada en un mundo de constante visibilidad, mientras que el texto anterior nos habla el lenguaje, sin apoyo perceptivo, de los fantasmas. Pero esta evidente división, ¿qué experiencia fundamental puede instaurarla más acá de nuestras convicciones, allá donde éstas nacen y se justifican? ¿Quién puede asegurarnos que un médico del siglo XVIII no veía lo que veía, pero que han bastado algunas decenas de años para que las figuras fantásticas se disipen y el espacio liberado deje venir hasta los ojos el corte franco de las cosas?
No ha habido «psicoanálisis» del conocimiento médico, ni ruptura más o menos espontánea de los cercos imaginarios; la medicina «positiva» no es la que ha hecho una elección «del objeto» dirigida al fin sobre la objetividad misma. Todos los dominios de un espacio quimérico por el cual se comunican médicos y enfermos, psicólogos y prácticos (nervios tensos y torcidos, sequedad ardiente, órganos endurecidos o quemados, nuevo nacimiento del cuerpo en el benéfico elemento de la frescura de las aguas), no han desaparecido; han sido desplazados más bien, y como encerrados en la singularidad del enfermo, del lado de la región de los «síntomas subjetivos» que define para el médico no ya el modo del conocimiento, sino el mundo de los objetos por conocer. El vínculo fantástico del saber y del sufrimiento, lejos de haberse roto, se ha asegurado por una vía más compleja que la simple permeabilidad de las imaginaciones; la presencia de la enfermedad en el cuerpo, sus tensiones, sus quemaduras, el mundo sordo de las entrañas, todo el revés negro del cuerpo que tapizan largos sueños sin ojos son, a la vez, discutidos en su objetividad por el discurso reductor del médico y fundados como tantos objetos por su mirada positiva. Las imágenes del dolor no son conjuradas en beneficio de un conocimiento neutralizado; han sido distribuidas de nuevo en el espacio donde se cruzan los cuerpos y las miradas. Ha cambiado la configuración sorda en la que se apoya el lenguaje, la relación de situación y de postura, entre el que habla y aquello de lo cual se habla.