Primera parte
TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN
1. ¿CÓMO VIVE EL PANDA?
Como Jano, muchos animales (entre ellos, Jesse James, Alejandro Magno y el panda gigante) deben mostrar al mundo dos caras distintas: la que les reclama la leyenda y la que les es propia por naturaleza. Las facetas exhortatorias son (por este orden y en un sentido amplio) honestas, nobles y tiernas; los rostros naturales tienden al hurto, la rapacidad y el hastío.
En la introducción del mejor estudio realizado hasta la fecha sobre el panda, George B. Schaller y sus colegas escriben:
Hay dos pandas gigantes: el que existe en nuestras mentes y el que vive en su hogar salvaje. Suave, lanudo y con su peculiar estampado blanco y negro, con la cabeza redonda y grande y de cuerpo torpe y tierno, un panda se presenta como algo con que jugar y a lo que abrazar. Ningún animal ha conseguido cautivar al público de esta manera. […] Sin embargo, el panda real, el que vive lejos de la civilización, ha permanecido esencialmente como un misterio.
The Giant Pandas of Wolong es un intento de desenmarañar el misterio que rodea al segundo panda, y proporciona un testimonio extraordinario acerca de otro fenómeno que a menudo ha formado más parte de la leyenda que de la realidad. En la naturaleza solo sobreviven unos mil pandas, todos ellos repartidos en seis pequeñas regiones de bosques de bambú (con 29.500 kilómetros cuadrados en total) que se extienden a lo largo del extremo oriental de la meseta tibetana, aunque los registros históricos dan pistas de una distribución anterior dispuesta a unos mil kilómetros más al este, cerca de la costa del océano Pacífico.
La Reserva Natural de Wolong es el mayor santuario de pandas que hay en China, y alberga entre 130 y 150 ejemplares. En 1978, un grupo de científicos chinos iniciaron un estudio en profundidad sobre el panda de Wolong y, en diciembre de 1980, George B. Schaller, miembro de la Wildlife Conservation International, se unió al equipo de investigación chino que dirigía Hu Jinchu, del Nanchong Normal College. The Giant Pandas of Wolong aglutina todo el trabajo que ha realizado este equipo hasta la fecha.
Este libro trata del segundo panda, así que raras veces será encantador y placentero.
Se puede considerar más bien un tratado técnico, y no una contribución al distintivo género de libros populares que intentan describir la vida íntima de un naturalista con un ejemplar de otra especie en medio de la naturaleza (como es el caso de otro libro de Schaller, más famoso, llamado Year of the Gorilla). Nos podemos hacer una idea de con qué nos vamos a encontrar cuando leemos en la página 3 (proporcionaré una traducción si alguien me la pide) que «los arcos cigomáticos están distribuidos ampliamente, y posee una cresta sagital prominente […] La típica dentadura carnívora (I33 C11 P44 M33 = 42, pero puede que P1 no esté) ha sido modificada por la trituración y molturación de la comida». Y la incesante voz pasiva de la prosa científica convencional tampoco ayuda a configurar una redacción elegante y agradable, sobre todo en frases como «las aparentes picaduras son rascadas con la pata delantera o la trasera».
Incluso en el contexto de abundancia de la reserva de Wolong, los pandas son animales poco comunes y más bien elusivos. Así pues, no nos atrevamos a identificarlos con los peluches de juguete tan simpáticos de nuestros hijos. De hecho, tenemos que esforzarnos sobremanera para poderlos ver. Entre marzo de 1978 y diciembre de 1980, Schaller y compañía solo vieron pandas 16 veces, y entre enero de 1980 y mayo de 1981, el equipo ampliado registró 39 encuentros más. Con respecto a eso escriben: «La mayoría de nuestros contactos fueron breves: el atisbo de un animal cruzando un campo o deambulando por un sendero».
Por ello los investigadores deben confiar en métodos indirectos; en este caso, concretamente, en dos: uno, chapado a la antigua, y otro, más moderno. Por suerte, los pandas defecan extraordinariamente, y además lo hacen con tanta regularidad que su goteo proporciona una idea exacta del tiempo que han pasado en un sitio determinado. Creo que desde el momento en que reconocemos que esos cilindros marrones, en vez de los cuerpos de peluche que tenemos tan idealizados, son la fuente principal de pruebas de que disponemos para su estudio, el panda número uno (el de la leyenda) queda destronado definitivamente.
Schaller y su equipo atraparon seis pandas y les hicieron radio collares a medida. Esos aparatos sofisticados transmitían distintas señales durante las horas de actividad y descanso de los pandas. De los resultados que se obtuvieron en cuanto a registros geográficos y economía energética se pudo deducir que viven en zonas relativamente pequeñas: un promedio de unos 4,5 kilómetros cuadrados las hembras, y 6,1 kilómetros cuadrados los machos. Las hembras tienden a concentrar su actividad en un núcleo todavía más pequeño de su área, mientras que los machos deambulan con mayor profusión.
Durante gran parte del día, los pandas no hacen absolutamente nada que sea capaz de suscitar un interés más o menos sostenido por parte del ser humano. Durante los períodos activos, que representan alrededor del 60 % del día, se dedican sobre todo a comer bambú, y consagran el 40 % del tiempo restante a hacer todo lo demás. (Entretanto, emiten una cantidad ingente del trabajo que no han digerido por la salida de atrás.) En cuanto al resto de actividades, como viajar, marcar el territorio o, por ejemplo, el acicalamiento, estas solo representan un 1 o 2 % de un día normal. Como es evidente, en la época de apareamiento suceden más cosas: el juego esencial de traspasar la herencia genética de cada uno a futuras generaciones, al estilo darwinista, rara vez tiene lugar sin que pase algo interesante, haya un desgaste energético importante y, como ocurre en la mayoría de casos entre animales de nuestro tipo, se produzcan conflictos.
En medio de la monotonía que impone el bambú, cualquier cosa que la rompa despierta nuestro interés. Por ejemplo, nos entusiasmamos al leer la historia del panda que se puso a dos patas y arqueó la espalda para marcar territorio en un árbol. Casi gritamos de la alegría al descubrir que un semiadulto se deslizó cuesta abajo en la nieve, valiéndose del pecho y la barriga, cuando podría haberse limitado a caminar; además, mirabile dictu, una vez incluso volvió a subir la cuesta para hacerlo de nuevo.
Y aun así, en cierto modo me alegro de que la vida de los pandas sea tan aburrida para los humanos, pues nuestros esfuerzos conservacionistas no tienen demasiado valor moral si nos limitamos a preservar las criaturas que nos entretienen; estaré impresionado cuando mostremos tales atenciones a sapos con verrugas o gusanos escurridizos. Si seguimos apreciando a los pandas, incluso después de haber descubierto que no son (en el sentido del placer para el ser humano) esos seres cálidos y juguetones que creíamos que eran por su mera apariencia, estaremos siguiendo el camino correcto de respeto a la naturaleza. Y si además conseguimos admirar a los pandas por lo que son, e incluso aprender de ellos alguna de las lecciones que siempre nos enseña la diversidad de la naturaleza, entonces seremos capaces de entender por fin (en términos de beneficio tanto espiritual como práctico) lo que Huxley llamó «el lugar del hombre en la naturaleza».
Es más, el comportamiento monótono del panda como una máquina de comer bambú es precisamente lo que hace que sea aún más interesante desde el punto de vista de la teoría de la evolución. En ese sentido, lo que más me desilusiona del excelente libro de Schaller es su manera de abordar este punto crucial. Los pandas son miembros del orden de los carnívoros según su descendencia evolutiva, pero, en contra del nombre que los define, subsisten prácticamente a base de bambú. Llevar una vida totalmente contraria a la que se les supone por herencia los obliga a hacer un esfuerzo para procesar mucha comida, ya que su aparato digestivo no está diseñado para ser herbívoros. Por ese motivo, Schaller y otros hablan de tres dificultades esenciales: