Stephen Jay Gould - El pulgar del panda
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- Libro:El pulgar del panda
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1980
- Índice:4 / 5
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El pulgar del panda: resumen, descripción y anotación
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Como en La vida maravillosa o en «Brontosaurus» y la nalga del ministro, S. J. Gould despliega en este libro las maravillas de la naturaleza y fija nuestra atención sobre algunas cuestiones enigmáticas: ¿qué nos dicen el extraño pulgar del panda, las migraciones de las tortugas marinas y la diversidad de los «peces pescadores» acerca de las imperfecciones que hacen de la naturaleza «una magnífica chapucera y no un divino artífice»? ¿Qué prejuicios racistas se esconden tras el término «mongolismo», acuñado por Down? ¿Cabríamos dentro de la célula de una esponja? Pero S. J. Gould no nos desvela el secreto de éstas y otras muchas cuestiones sólo para entretener nuestro ocio, sino que utiliza estas fascinantes curiosidades para ilustrarnos acerca de la teoría de la evolución «las rarezas de la naturaleza nos permiten poner a prueba las teorías sobre la historia de la vida y su significado» y para mostrarnos que del conocimiento de la naturaleza podemos deducir «mensajes para nuestras vidas» y una mejor comprensión de las paradojas de la condición humana.
Stephen Jay Gould
Reflexiones sobre historia natural
ePub r1.0
Titivillus 26.04.18
Título original: The Panda’s Thumb: More Reflections in Natural History
Stephen Jay Gould, 1980
Traducción: Antonio Resines
Revisión: Joandomènec Ros
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
En la primera página de su clásico libro The Cell in Development and Inheritance, E. B. Wilson incluyó una cita de Plinio, el gran naturalista que murió con las botas puestas mientras navegaba a través de la bahía de Nápoles para estudiar la erupción del Vesubio del año 79 d. C. Se asfixió con los mismos vapores que sofocaron a los ciudadanos de Pompeya. Plinio escribió: Natura nusquam magis est tota quam in minimis («En ningún lugar se encuentra la naturaleza en su totalidad tanto como en sus más pequeñas criaturas»). Wilson, claro está, hizo suya la frase de Plinio para exaltar los microscópicos ladrillos de la vida, las diminutas estructuras inevitablemente desconocidas para el ilustre romano. Plinio se refería a los organismos.
La frase de Plinio refleja la esencia de lo que me fascina de la historia natural. Según un viejo estereotipo (seguido no tan a menudo como proclama la mitología), los ensayos sobre historia natural se limitan a describir las peculiaridades de los animales: las misteriosas costumbres del castor, o cómo la araña teje su frágil tela. Existe en esta tarea, quién lo niega, una cierta exultación. Pero cada organismo puede significar mucho más para nosotros. Cada uno de ellos nos instruye; su forma y su comportamiento encarnan mensajes de índole general si tan sólo somos capaces de aprender a interpretarlos. El lenguaje de esta lección es la teoría evolutiva. Exultación y explicación.
Yo tuve la suerte de tropezar con la teoría de la evolución, uno de los campos más excitantes e importantes de toda la ciencia. Jamás la había oído mencionar cuando emprendí mi andadura en mis primeros años; simplemente me sentía fascinado por los dinosaurios. Yo estaba convencido de que los paleontólogos se pasaban la vida desenterrando huesos y juntándolos, sin ir jamás más allá del trascendental momento en que decidían cómo unirlos. Entonces descubrí la teoría evolutiva. Desde aquel instante, la dualidad de la historia natural (su riqueza en particularidades y su potencial unión en una explicación subyacente) ha sido el motor de mi existencia.
Creo que la fascinación que tantas personas sienten por la teoría de la evolución reside en tres de sus propiedades. En primer lugar, es, en el momento actual de su desarrollo, lo suficientemente sólida como para ofrecernos satisfacciones y confianza y, no obstante, está fructíferamente tan poco desarrollada como para ofrecernos un arcón de tesoros rebosante de misterios. En segundo lugar, está situada en medio de un continuo que se extiende desde las ciencias que tratan de generalidades intemporales y cuantitativas hasta aquellas que trabajan directamente sobre las singularidades de la historia. Así pues, ofrece cobijo a todos los estilos y propensiones, desde aquellos que persiguen la pureza de la abstracción (las leyes del crecimiento de las poblaciones y la estructura del ADN) hasta los que se regocijan con el desorden de la particularidad irreductible (¿y qué hacía, si es que hacía algo, el Tyrannosaurus con sus absurdas patitas delanteras?). En tercer lugar, entra en contacto con la vida de todos nosotros, porque ¿cómo íbamos a ser indiferentes a los grandes interrogantes de la genealogía: de dónde venimos, y qué significado tiene? Y después, por supuesto, están todos esos organismos: más de un millón de especies descritas, de las bacterias a la ballena azul, con todo un ejército de escarabajos en medio, cada una con su belleza particular y cada una con su propia historia.
Estos ensayos abordan temas muy dispares: desde el origen de la vida al cerebro de Georges Cuvier, a un ácaro que muere antes de nacer. Y aun así, espero haber conseguido soslayar ese íncubo de las colecciones de ensayos, la incoherencia difusa, centrándolos todos en la teoría evolutiva, subrayando el impacto y los pensamientos de Darwin. Como sostuve al presentar mi anterior colección, Desde Darwin: «Soy un minorista, no un erudito. Lo que sé de los planetas y la política reside en su intersección con la evolución biológica».
He intentado fundir estos ensayos en un todo integrado, organizándolos en ocho secciones. La primera, dedicada a los pandas, las tortugas y los antenáridos, ilustra por qué podemos confiar en que la evolución es un hecho. El argumento encarna una paradoja: la prueba de la evolución radica en imperfecciones reveladoras de una historia. Esta sección va seguida de un emparedado de tres pisos: tres secciones dedicadas a grandes temas en el estudio evolutivo de la historia natural (la teoría darwinista y el significado de la adaptación, el ritmo y mecanismo del cambio, y las escalas de tamaño y tiempo), y dos capas de relleno de dos secciones cada una (3 y 4, y 6 y 7) sobre los organismos y las peculiaridades de su historia. (Si alguien desea llevar al límite la metáfora del emparedado y dividir estas siete secciones en carne y estructura de soporte, yo no me sentiré ofendido). También he colocado palillos en el emparedado: temas subsidiarios comunes a todas las secciones, cuyo propósito es horadar algunas cómodas convenciones: por qué la ciencia tiene que estar imbricada en la cultura, por qué el darwinismo no puede identificarse con las esperanzas de armonía o progreso intrínsecos en la naturaleza. Pero cada pinchazo tiene su consecuencia positiva. Una comprensión de los prejuicios culturales nos obliga a considerar la ciencia como una actividad accesible y humana, muy semejante a cualquier forma de creatividad. El abandonar la esperanza de encontrar pasivamente en la naturaleza un significado a nuestras vidas, nos obliga a buscar las respuestas en nosotros mismos.
Estos ensayos son versiones ligeramente revisadas de mis columnas mensuales en la revista Natural History, tituladas colectivamente «This View of Life». He añadido posdatas a algunas: evidencia adicional acerca de la posible implicación de Teilhard en el fraude de Piltdown (ensayo 10); una carta de J. Harlen Bretz, tan polémico como siempre a sus noventa y seis años (19); confirmación procedente del hemisferio sur para una explicación de los imanes de las bacterias (30). Agradezco a Ed Barker que me haya convencido de que estos ensayos podrían resultar menos efímeros de lo que yo había pensado. El editor jefe de
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