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Stephen Jay Gould - Las piedras falaces de Marrakech

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Stephen Jay Gould Las piedras falaces de Marrakech
  • Libro:
    Las piedras falaces de Marrakech
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2000
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Las piedras falaces de Marrakech: resumen, descripción y anotación

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Nadie ha sabido combinar de forma tan magistral el rigor científico con la amenidad literaria, como lo lleva haciendo desde hace décadas el biólogo y paleontólogo Stephen Jay Gould en libros tan memorables como «El pulgar del panda» o «“Brontosaurus” y la nalga del ministro». Con sus obras, Gould ha creado un género que muchos científicos han tratado de imitar, sin conseguirlo, porque nadie ha sabido mostrar como él el complejo y fascinante mundo de la ciencia desde la perspectiva de quien desea comunicar sus ambiciones, sus conocimientos, frustraciones e ignorancias, a sus semejantes, a sus lectores. «Las piedras falaces de Marrakech» forma parte de esa saga de libros. Dividido en seis secciones, Gould pasa revista a la paleontología, muestra cómo Buffon, Lavoisier y Lamarck inventaron el estudio de la historia natural, señala algunos de los aspectos y los protagonistas del «siglo de Darwin», describe las distintas expresiones de la evolución a través de las escalas de tamaño y tiempo que se encuentran en la Naturaleza, o revisa algunas de las consecuencias sociales de la ciencia, utilizando casos que van del darwinismo social de Spencer a la oveja clonada Dolly, pasando por la eugenesia.

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Prefacio

E n el otoño de 1973 recibí una llamada telefónica de Alan Ternes, editor de la revista Natural History . Me preguntó si me gustaría escribir artículos, uno cada mes, y me dijo que a la gente se la suele pagar por tales actividades. (Hasta aquel día, yo sólo había publicado en revistas técnicas). La idea me intrigó, y le dije que probaría con tres o cuatro artículos. Hoy, 290 ensayos mensuales después (sin haberme saltado nunca un plazo de entrega), miro sólo un poco hacia el futuro, al último ejemplar de esta serie extendida, que escribiré, exactamente como el número 300, para el número del milenio de enero de 2001. Uno debiera seguir realmente el honorable principio de abandonar cuando todavía va en cabeza, una forma de dignidad poco común que eligieron hombres tan admirables como Michael Jordan y Joe DiMaggio, mi héroe personal y mi mentor desde la infancia. (Joe murió, mientras estaba yo preparando este libro, lleno de años y con un estilo y gracia máximos, después de establecer un último récord: por el número de veces en recibir la extremaunción, y después recobrarse). Nuestra transición a un nuevo milenio puede representar una imposición arbitraria de decisiones humanas sobre los verdaderos ciclos de la naturaleza, pero ¿qué otro símbolo más grande para poner fin a una actividad y seguir caminando podría cruzarse en la vida de un hombre? Este noveno volumen de ensayos será, por lo tanto, el penúltimo libro de una serie que deberá terminarse rindiendo honores a la misma preferencia decimal que subyace a nuestra transición del milenio.

Si esta serie ha encontrado finalmente una voz distintiva, he aprendido este tipo de lenguaje de la manera más gradual, acumulativa y en gran parte inconsciente, contra mis más profundas creencias personales en el cambio interrumpido y el poder directivo absolutamente único (a pesar de un origen completamente accidental) de la razón humana en la evolución. Supongo que yo había leído algo de Montaigne en la clase de Inglés 101, y ciertamente podía deletrear correctamente el término, pero no tenía la menor idea acerca de las definiciones y tradiciones del ensayo en tanto que género literario cuando Alan Ternes me telefoneó de repente aquel hermoso día de otoño.

Empecé esta serie con nociones absolutamente convencionales acerca de escribir ciencia para el consumo general. Creía, como casi todos los hombres de ciencia (por imbibición pasiva de un ethos las ideas para acompañar la necesaria clarificación del lenguaje); segundo, utilizaría mis intereses humanísticos e históricos como un puente «de uso fácil» para llevar a los lectores al mundo accesible de la ciencia.

Sin embargo, a lo largo de los años este mero artificio (el «puente» humanístico) se convirtió en una centralidad explícita, una característica que me permití aceptar (y considerar una fuente de solaz y orgullo y no una idiosincrasia que había que reducir o incluso que esconder) sólo cuando finalmente me di cuenta de que todo el tiempo había estado escribiendo ensayos , no simples artículos; y que casi quinientos años de tradición habían establecido y validado (de hecho, habían definido de manera explícita) el ensayo como un género dedicado a la meditación y a la experiencia personales, utilizadas como una entrée placentera, o al menos como un anzuelo intrigante, para la discusión de temas generales y universales. (A los científicos se les adiestra sutilmente para definir lo personal como una asechanza de subjetividad de la máxima peligrosidad, y por ello a abstenerse de utilizar la primera persona del singular a favor de la voz pasiva en todos los textos técnicos. Algunos editores de revistas científicas suprimen automáticamente los terribles «yo» cada vez que asoman su fea cabeza entre el texto. Por ello, en nuestra opinión generalizada, las «obras de ciencia popular» y el «ensayo literario» figuran como el colmo de emparejamiento desigual, si no hostil, de algo tan inmiscible como el aceite y el agua… una convención que ahora sueño con fracturar como un objetivo preeminente de mi vida a la vez literaria y científica).

He intentado, a medida que estos ensayos se desarrollaban a lo largo de los años, expandir mi «porción» humanística de ciencia desde un artificio práctico sencillo (mi intención original, en la medida en que tuve algún plan inicial) hasta un emulsionador genuino que pudiera fusionar el ensayo literario y el artículo científico popular para hacer del conjunto algo distintivo, algo que pudiera trascender de nuestras provincianas divisiones disciplinarias para beneficio de ambos campos (la ciencia, porque la expresión personal honorable por parte de escritores competentes nunca jamás puede herir; y la composición, porque la emoción de la factualidad de la naturaleza no debe excluirse del ámbito de nuestros esfuerzos literarios). En último término, una tal empresa puede aumentar la dimensionalidad de los artículos científicos populares, porque no perdemos nada de la belleza objetiva y del significado de la ciencia, al tiempo que añadimos la complejidad de cómo llegamos a conocer (o no conseguimos aprender) los relatos convencionales de lo que pensamos que sabemos.

A medida que esta serie se desarrollaba, experimenté con muchos estilos para añadir este componente humanístico acerca de cómo aprendimos (o cómo erramos) a los relatos típicos acerca de lo que, en nuestro mejor criterio, existe «ahí afuera» en el mundo natural… a menudo sólo para demostrar la indivisibilidad de estos dos relatos, y el necesario encaje del conocimiento «objetivo» dentro de las visiones del mundo modeladas por las normas sociales y las esperanzas psicológicas. Pero con mucha frecuencia, como Dorothy y T. S. Eliot reconocieron a sus diferentes maneras, las sendas tradicionales pueden funcionar mejor y conducir a casa (porque han soportado realmente la prueba del tiempo y por ello han sido ajustadas a nuestras necesidades profundas y a nuestros mejores modos de aprender, no porque caigamos bajo su dominio por razones de pereza o supresión).

A pesar de esfuerzos conscientes para evitarlo, me encuentro constantemente arrastrado a la biografía; y es que absolutamente nada puede igualar la riqueza y fascinación de la vida de una persona, en su maravillosa mezcla de puro chismorreo, historia social personalizada y miniaturizada, dinámica psicológica y desarrollo de ideas centrales que motivan carreras y que eventualmente mueven montañas. Y por más que intente cimentar la biografía en varios temas básicos, nada puede sustituir realmente el alcance y el poder de narración de la cronología. (Considero que el Museo Picasso de París y el Ala Turner de la Tate Gallery, en Londres, son mis dos museos de arte favoritos, porque exhiben la obra de un gran creador en el orden cronológico estricto de su vida. Después puedo inventar cualquier disposición alternativa que se le ocurra a mi propia fantasía y sentido de utilidad… pero la flecha del tiempo no puede sustituirse o dejarse de lado; incluso nuestras afirmaciones de invariancia han de buscar rasgos constantes de estilo o tema a través del paso del tiempo).

De manera que me he esforzado, de manera perseverante y más explícita que por cualquier otra cosa en mi vida como escritor, para desarrollar una forma distintiva y personal de ensayo para tratar grandes temas científicos en el contexto de la biografía; y para hacerlo no mediante la cronología formal de las pesadumbres y logros de una vida (una tarea noble que requiere la amplitud de todo un libro), sino más bien por la sinergia intelectual entre una persona y la idea dominante de su vida. De este modo, cuando el artificio funciona, puedo captar la esencia de la principal obra de un científico, incluidos los mayores impedimentos e intuiciones que encontró y acumuló en su camino, al tiempo que también puedo poner al descubierto (en el parco epítome que exigen las limitaciones del ensayo como forma literaria de extensión reducida) el núcleo de un concepto intelectual clave en el más interesante microcosmos de la formulación y defensa de una persona.

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