Introducción
UN VIAJE SIN RETORNO. ¿Y SI TE PAGARAN POR ENGAÑAR?
Esta historia empieza con la crisis de 2008. Como muchos miles de españoles fui víctima de la burbuja inmobiliaria. Tras ser despedido de la empresa para la que trabajaba, y dada la desoladora situación laboral, decidí reconducir el rumbo de mi carrera profesional. Entonces sucedió algo que cambió mi vida por completo.
Todo comenzó cuando me postulé para una oferta de trabajó que encontré en un conocido portal de empleo. Encajaba perfectamente en el perfil, así que no dudé un instante en presentar mi candidatura. El panorama no era muy alentador, y no me hubiera extrañado no obtener respuesta alguna. Sin embargo, no tardé mucho en recibir un correo electrónico en el que me citaban para una entrevista de trabajo. Al poco tiempo estaba reunido con el responsable de recursos humanos de una empresa de la cual jamás había oído hablar. El encuentro tomó la forma de una conversación larga y distendida en la que tratamos diversos temas de actualidad: economía, política, sociedad... Me hicieron algunas preguntas a las que no presté demasiada atención en aquel momento y que me parecieron irrelevantes considerando el puesto al que creía postularme. Sin embargo, con el tiempo, he entendido que estaban orientadas a descubrir si yo era la persona adecuada para el peculiar cargo que iba a ocupar durante los años siguientes: «¿Cómo actúas cuando alguien te lleva la contraria?», «¿Cómo convencerías a alguien para que hiciera algo que no quiere hacer?». En realidad, el objetivo no era averiguar qué opinaba sobre determinados asuntos, sino que iba mucho más allá: se trataba de valorar mi flexibilidad y mi forma de actuar ante cierto tipo de situaciones. A pesar de la peculiar entrevista, aquella no fue una situación incómoda. Horas después, tenía una oferta en firme.
No hubo una presentación formal de la empresa ni de los proyectos de los que se encargaba en el momento de mi incorporación; tan solo una propuesta económica, las condiciones de trabajo y la fecha de mi incorporación en la plantilla.
Recuerdo mi primer día. Al llegar, me esperaba la misma persona que me había entrevistado. Me llevó a una mesa aparte y colocó dos documentos sobre el escritorio: el contrato laboral y el de confidencialidad. Hasta que no los hube firmado no pude obtener una pequeña pincelada sobre el proyecto. En ningún momento se mencionó la palabra «bot». Tampoco «trol» ni ninguno de los conceptos que veremos en las páginas de este libro. Sin embargo, la descripción del proyecto encajaba a la perfección con todo aquello. Me presentaron al cliente, un grupo político de ámbito estatal, y me explicaron cuál era mi lugar en el organigrama de la empresa. En aquel momento pensé que sería cosa de unos meses, hasta que encontrara otro trabajo. En cambio, mi estancia en aquella agencia duró mucho más tiempo de lo esperado. Aquel día empezó mi aventura en el astroturfing .
Sin saberlo, acababa de firmar un contrato que me convertiría en un desinformador profesional. Durante los años siguientes trabajé en distintos proyectos y ocupé diferentes cargos dentro de aquella agencia de relaciones públicas. Participé en procesos electorales, colaboré con empresas multinacionales, partidos políticos y asociaciones, me encargué de la redacción de blogs, de crear contenido para páginas falsas de Facebook, de operar con bots y de gestionar cuentas trol, entre otras tareas. Poco a poco fui alcanzando una buena reputación entre los altos cargos y, con el tiempo, ascendí hasta llegar a una posición privilegiada en la empresa: coordinador del equipo de troles. Este estaba formado por unas diez personas, y cada una de ellas gestionaba una media de treinta cuentas que se dedicaban a difundir y a defender el discurso del cliente. Aquel trabajo exigía una dedicación casi total y un compromiso mucho mayor del que requiere cualquier otro tipo de empleo. Con la firma de ese contrato, me convertí, entre otras muchas cosas, en alguien capaz de influir en la opinión de cientos de personas en un proceso electoral.
Durante varios años he estado agazapado en la sombra, como un espía durmiente que busca el mejor momento para intervenir en la conversación o la ocasión idónea para colarse en la multitud y lograr el mayor impacto posible. He simulado ser a la vez una hermosa muchacha y el líder de una organización ciudadana.
Ha pasado ya algún tiempo desde que salí de la agencia y debo reconocer que, tras mi renuncia, nada ha vuelto a ser igual que antes de adentrarme en ese mundo. No he logrado deshacerme de la ansiedad y me he convertido en una persona desconfiada y un tanto paranoica.
En las siguientes páginas desvelaré algunos de los secretos de las agencias de astroturfing encargadas de poner en marcha la Máquina del odio.
LA ERA DE LA DESINFORMACIÓN
Convivimos con la desinformación desde que existe la información. En 2001, tras el 11-S, el atentado más mediático de la historia, muchos de nosotros pasamos horas frente al televisor. Vimos con nuestros propios ojos cómo caían aquellas torres gigantes y consumimos un relato que se iba construyendo en directo. Con el paso del tiempo, son muchas las fuentes que han señalado las incongruencias de la versión oficial. Sin embargo, ninguna voz ha tenido la suficiente fuerza como para desmontar el relato del Gobierno de Estados Unidos.
Siempre han existido los bulos. De ellos hay constancia ya en civilizaciones antiguas. Nerón nunca tocó la lira mientras veía Roma arder y durante la persecución de los cristianos no se los condenó nunca a ser devorados por los leones. En ese momento no existían las redes sociales y, sin embargo, la noticia falsa recorrió el país a la velocidad del rayo. A los pocos días de la supuesta emisión, ya eran muchas las personas que aseguraban haberlo visto en directo o haber escuchado la historia por parte de alguien cercano. El origen del bulo nunca ha sido descubierto.
Sin embargo, también es importante mencionar mentiras más graves. Todos recordamos la mañana del 11 de marzo de 2004, cuando explotaron diez bombas en Atocha en el mayor atentado terrorista de la historia de España. Pese a la falta de pruebas, la primera versión que sostuvo el Gobierno del Partido Popular fue contundente: había sido ETA. Durante bastante tiempo, diversos periodistas apoyaron esta teoría en distintos artículos que se publicaron en diferentes medios, por ejemplo, en El Mundo , por aquel entonces dirigido por Pedro J. Ramírez. La campaña no tuvo éxito. Las investigaciones policiales desvelaron muy pronto que la atrocidad había sido ejecutada por una célula yihadista. Los atentados tuvieron lugar unos días antes de las elecciones generales y, en ellas, la ciudadanía dio la espalda al Partido Popular, que perdió el Gobierno. Los medios que sostuvieron la teoría de la conspiración formaron parte de un episodio negro en la historia del periodismo en España.
Ahora bien, ¿qué es lo que ha cambiado hoy? Vivimos en una era en la cual toda la información está a nuestro alcance en todo momento. Cualquier persona —o casi todas— tiene un dispositivo móvil que le permite acceder a aquella con facilidad. No solo eso: también contamos con la capacidad tecnológica para capturar fotografías y vídeos en tiempo real de cualquier suceso que ocurra en nuestro entorno y compartirlos al instante. Como consecuencia, tenemos a nuestra disposición una cantidad de información mucho mayor de la que una sola persona puede gestionar. Dicho de otra manera: estamos expuestos a una permanente infoxicación digital.
El paso de meros consumidores a creadores de contenido es un avance que difícilmente se puede refrenar —salvo mediante estrategias de control, de cariz poco o nada democrático, como sucede en China—. Este cambio en el paradigma de internet ha creado la falsa ilusión de la democratización de la información. Una información que antes solo podía hacerse pública —y, por lo tanto, tener alcance e impacto en la sociedad— a través de los medios de comunicación tradicionales.