No hace mucho tiempo entrevistaron al exitoso pastor de una gran congregación acerca de su filosofía de liderazgo.
—¿Qué es meramente espiritual en su liderazgo? —le preguntaron.
—No existe nada exclusivamente espiritual —respondió él—. Creo que uno de los grandes problemas de la iglesia ha sido la dicotomía entre la espiritualidad y el liderazgo. Yo crecí en una cultura donde todo estaba demasiado espiritualizado —añadió.
Esta actitud, dijo, provocó que muchos cristianos perdonasen la incompetencia y el derroche de parte de sus líderes simplemente porque eran agradables, bienintencionados u oraban muy bien.
En vez de eso, el había adoptado la creencia de que un liderazgo apropiado está basado en los buenos principios que pueden descubrirse en cualquier esfera: los negocios, el gobierno o la iglesia. Según sus palabras: «Un principio es un principio, y Dios fue el que los creó todos».
Después de haber abandonado la idea de que algunos modelos de liderazgo son espirituales y otros no, se le abrieron las puertas para adoptar modelos eficaces de casi cualquier sitio. Y eso es exactamente lo que ha estado ocurriendo en los últimos treinta años. Pero, ¿ha sido nuestro deseo de tener principios de liderazgo eficaces una reacción desmesurada a los abusos y la ineptitud de las anteriores generaciones de líderes cristianos? ¿Hemos sido muy rápidos al rechazar las dimensiones espirituales del verdadero liderazgo cristiano? Después de todo, aunque los principios seculares del liderazgo se consideran eficaces en las empresas en expansión, generando ingresos o creando fidelización a la marca, ¿se pueden utilizar de la misma manera en el trabajo en el reino de Dios, que no es de este mundo? Simplemente, no somos llamados a vender a Cristo del modo en que lo haríamos con Coca-Cola o Chrysler. ¿No es cierto?
¿Y qué pasa con los defectos de la cultura corporativa? Los estudios indican que los trabajadores de las corporaciones estadounidenses tienen una calidad de vida más baja, mayores tasas de divorcio y una alta probabilidad de desarrollar una depresión clínica. Y el registro ético de la América corporativa seguramente no es algo que la iglesia quiera imitar. Nombres respetables como Enron, Anderson Consulting, AIG, Bear Stearns, Lehman Brothers, BP y News Corp se han visto manchados, y en algunos casos enterrados, por escándalos éticos causados por los valores fundamentales y los principios de liderazgo de sus directores.
Las deslucidas reputaciones de corporaciones, gobiernos y grandes organizaciones en general han hecho que mucha gente se cuestione la validez de los modelos de liderazgo seculares. Y en respuesta al pragmatismo de la generación del «baby-boom» dentro de la iglesia, la generación más joven de líderes cristianos que está emergiendo ahora se cuestiona seriamente la sabiduría de abrazar y emplear valores de liderazgo simplemente porque se han probado como efectivos en contextos seculares. Puede que estén de acuerdo en que «un principio de liderazgo es un principio de liderazgo» si el único criterio es la eficacia. Pero esto corre el peligro de deteriorarse en un utilitarismo nada cristiano donde el fin justifique los medios.
En vez de eso, cuando examinamos el ministerio de Jesús, los apóstoles o los patriarcas, descubrimos que a menudo la fidelidad triunfa sobre la simple eficacia. Y junto a lo contracultural, a menudo los valores del reino de Dios que van en contra del sentido común provocan que el líder tome decisiones incomprensibles para aquellas personas que no tienen la mente de Cristo. Y muchos de los jóvenes líderes con los que me relaciono se preguntan: ¿qué es el liderazgo exclusivamente cristiano? ¿Y en qué se diferencia del liderazgo en otras esferas? Y si nuestra lucha no es contra carne y sangre, sino «contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Ef 6.12), ¿entonces cómo puede nuestro liderazgo no contener un componente exclusivamente espiritual?
Para responder a estas preguntas necesitamos a un maestro sabio: uno que comprenda la continuidad histórica del liderazgo cristiano desde Jesucristo en adelante, y que aun así reconozca la útil contribución que las generaciones más recientes han hecho con su inclinación hacia el pragmatismo. Tenemos a un maestro así en Mel Lawrenz.
Mel ha sido pastor principal de una gran iglesia y ha empleado las herramientas necesarias para liderar una organización con cientos de partes móviles. En este puesto se ha beneficiado de la sabiduría práctica de otros líderes, tanto de dentro como de fuera de la iglesia. Pero nunca ha perdido de vista la dimensión exclusivamente espiritual de nuestro llamado como siervos de Jesucristo. En este libro explica el modo en que el carácter, la oración, la comunión con Dios, el discernimiento, las Escrituras y el Espíritu Santo impactan en nuestra habilidad para influir en aquellos que lideramos. En otras palabras, Mel Lawrenz ve la realidad genuinamente espiritual del liderazgo cristiano sin abandonar su aplicación práctica.