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David Pastor Vico - Filosofía para desconfiados

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David Pastor Vico Filosofía para desconfiados
  • Libro:
    Filosofía para desconfiados
  • Autor:
  • Editor:
    Planeta México
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  • Año:
    2019
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Filosofía para desconfiados: resumen, descripción y anotación

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Eres un animal. No te preocupes. ¡No tiene nada de malo reconocerlo! Por mucho que nos queramos resistir a aceptarlo, somos tan animales como el perro que se siente dueño de tu sillón o el gato que se duerme sobre el teclado de tu computadora. Sin embargo, algo nos distingue de todos ellos y nos convierte en, bueno, humanos. ¿Qué es eso que nos separa? Con letras certeras sobre la pérdida de la confianza en estos días, que nos condena a una vida tan hiperconectada como solitaria, Vico nos enseña que la amistad es importante, que compartir y sabernos parte de algo es vital. Solo debemos atrevernos y eliminar los miedos sin sentido, a ser capaces de ver el mundo con ojos curiosos y recordar que «sin los demás no somos más que animales». ¡Más de 160 mil jóvenes se han entusiasmado con las conferencias del autor!

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E scribí este libro con la única intención de plasmar, negro sobre blanco, muchas de las ideas que he compartido durante años en conferencias y charlas en diferentes espacios universitarios, en colaboraciones televisivas, radiofónicas y en prensa escrita, e hilar así, de la mejor manera posible, líneas de pensamiento que, entendía, podían servir de pegamento para llegar, quizá, a algún lugar más sustancioso. Aunque siempre supe que no me bastaría con un solo libro, y que este sería el primero de una serie que habré de ir completando con los años.

Filosofía para desconfiados , por consiguiente, no pretende ser un manual de filosofía aunque pueda usarse como tal, ni un libro original en cada una de sus partes, eso se escapa de mis posibilidades. Es un libro que puede leer casi todo el mundo, es cierto, y basta con no tener miedo a la palabra impresa y estar dispuesto a asumir que otro (yo en este caso) pueda tener algo interesante y útil para contar.

La divulgación y la crítica filosófica no son un campo yermo y seco, como alguno pudiera imaginarse, y lo último que querría es que Filosofía para desconfiados fuera una obra endogámica solo apta para filósofos o eruditos, ni mucho menos. La divulgación es un género que necesita apoyarse en disciplinas hermanas, como la antropología, la sociología, la biología y otras tantas más para, aun así, presentar un universo muy limitado, que si bien no contesta todas nuestras preguntas, sí nos invita a seguir investigando o, por lo menos, empezar a ver el mundo con ojos más críticos y curiosos.

Ojalá lo haya conseguido.

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Q ue el mundo es una mierda es algo que muchos repiten sin cesar, creyendo que están descubriendo una gran verdad solo develada ante sus ojos. Lamentablemente, no creo que nadie en concreto pueda adjudicarse el copyright de semejante verdad trascendental. Que el mundo es una mierda lo supieron en todo momento nuestros antepasados mientras corrían ante algún depredador por las sabanas africanas hace 200 000 años. Y aún hoy nos lo repetimos cuando nos empujan en el metro o aguardamos en la sala de urgencias de algún hospital a que nos atiendan, mientras la vesícula biliar amenaza con destrozarnos las entrañas. Definitivamente el mundo, en esos momentos, es una auténtica mierda.

El problema fundamental de la mayoría de nosotros es que no tenemos más referencia del mundo y del tiempo que nuestra propia vida. Nos convertimos en el único referente válido ante nuestro entendimiento del paso del tiempo y de cómo se desarrollan las cosas.

Es duro descubrir que en la cabeza de cada cual pasa básicamente lo mismo, y que nuestro sentimiento de unicidad no es más que, en el mejor de los casos, un espejismo con raíces en nuestra propia estupidez individualista. Todo aquello que pasó antes de que tuviéramos conciencia del mundo se nos representa lejano, poco definitorio y, en muchos casos, fantasioso o simplemente imposible y, a la sazón, nos importa un carajo. Viajamos por la existencia con la sensación pueril de que todo lo que pasa es por algún motivo que tiene que ver con nosotros y, si por el contrario, no nos afecta, entonces es poco relevante o simplemente no existe. De modo que tenemos la omnisapiente sensación de que todo lo que de alguna manera nos afecta es competencia de nuestro entendimiento y podemos resolverlo, entenderlo y razonarlo por nuestros propios medios, sin más mediación del «otro» que la que me interese o convenga en ese momento.

Con la simpleza del mecanismo básico de un cajón que se abre y se cierra, el animal humano reduce todo el mundo al filtro deficiente de su pensamiento individualista, creyendo estúpidamente que en el fondo está en posesión de lo verdadero, de lo cierto, de lo definitorio, y además se considera un ente autónomo y crítico. ¿Y qué más?

Los filósofos somos esos ociosos por vocación que hemos inventado, como el primer poeta en su día, un género literario basado en crear posibilidades de entendimiento del mundo, haciendo uso de un recurso intelectual al que se le dio el nombre de logos . Así, nos atribuimos la capacidad de hacer pasar a la humanidad de una época de oscurantismo, magia y mitos a un nuevo y luminoso mundo racional. Cuando este nos quedó pequeño, nos trasladamos a la posibilidad de un hipotético mundo del cálculo lógico-matemático, al que descubrimos como una buena herramienta para entender el otro mundo sensible que ya teníamos suficientemente retorcido y trastornado. Cuando también acabamos con el mundo formal, nos inventamos —no sé si antes, después o al mismo tiempo— un cosmos virtual, metafísico u ontológico, al que volvimos a dar características de los aparentemente superados relatos mágico-míticos y, removiendo con el cucharón de la vehemencia por demostrar que el guiso estaba quedando sabroso, reventamos el poco sentido común que aún pudiera quedar en el mal llamado Mundo de Sofía .

Desde la búsqueda de la verdad hasta la pura especulación racional y el positivismo lógico más radical, se ha desarrollado un blindaje de formas para desmembrar la realidad, hasta el punto de intentar —ya en la posmodernidad— desechar las posibilidades de los grandes discursos y los sistemas complejos de pensamiento, y dar lectura a cuestiones particulares sin intentar unirlas más que con ellas mismas.

Pero como no nos podemos estar quietos, ni mucho menos calladitos, no nos resistimos a hacer reinterpretaciones de la realidad, relecturas de textos que en muchas ocasiones no deberían ser más que un adorno de anaquel de librería de viejo. Se emprenden especulaciones sobre tal o cual línea de pensamiento en desuso y sus posibilidades aplicadas, o sobre qué pensaría fulano si hubiera tenido la oportunidad de leer los textos de mengano que nació 700 años después, o enfrentamientos pugilísticos entre obras que jamás tuvieron el interés de enfrentarse, porque simplemente se construyeron en siglos y espacios diferentes. En definitiva, seguimos enmarañando una realidad que ya no nos tiene paciencia ni nos valora más allá de lo meramente anecdótico.

Los filósofos no están en los consejos de ministros, en los círculos de banqueros, en los comités de empresas internacionales. Los filósofos son como las aves disecadas de los museos de ciencia natural de siglos pasados. Solo servimos para ser señalados con cierta curiosidad morbosa y para acumular polvo sobre las urnas de cristal que nos salvaguardan del mundo real y que, por contrapartida, nos brindan una visión desenfocada y poco acertada de qué está pasando realmente al otro lado del fanal que nos aprisiona.

Así pues, ¿cómo empezar a desollar la realidad si yo mismo he puesto en tela de juicio esta acción tan filosófica líneas atrás? Pues supongo que asumiendo la arrogancia del intento y confiando en que el lector entienda que, lejos de pretender desvelar una verdad absoluta, si conseguimos acercarnos un poco a aquellas posibilidades que nos hacen ser como somos, y si no nos confundimos demasiado, nos habremos adelantado considerablemente respecto a aquellos que apuntando a la luna solo consiguen que los más incautos les miren atónitos el dedo con el que señalan, para que otros más listos les roben la cartera. Si aun así no confías y dudas, bienvenido a mi mundo, te invito a que te tomes estas palabras como un mero ejercicio literario y especulativo que, en el peor de los casos, lo mismo te sirve para regalar algún dato curioso en una reunión de amigos, ganar el quesito marrón en el Trivial Pursuit, o echarte alguna apuesta exótica con algún incauto que no conozca la máxima popular de la idiocia: «La ignorancia es muy temeraria».

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