VOLAR
De todas las veces que vas a nacer en tu vida, el día que conozcas a tus hijos, la primera vez que huelas su piel y escuches su llanto, esa será tu llegada más real. El más maravilloso despegue y, al mismo tiempo, el aterrizaje más aterrador. No hay nada igual. No tienes ni idea de pilotar ese avión, ni siquiera sabes dónde sentarte ni dónde ubicar a tu familia. No encuentras las salidas de emergencia, los chalecos salvavidas o el piloto automático. Pero, aun así, vuelas y te enfrentas a turbulencias, amenazas de bomba y tormentas. No sabes cómo, pero vuelas.
Porque el suelo bajo tus pies, el camino que creías seguro y conocido, las baldosas amarillas que te habían traído hasta aquí, simplemente, desaparecen. Todo lo anterior se transforma, se ve cada vez más pequeñito y lejano, y a medida que te elevas, piensas que no sabes qué estás haciendo ahí, pero que ya no serías capaz de volver a ese antes. A esa tú, de allí abajo.
Te habían hablado mil veces de ese momento. Te habías leído mil manuales de vuelo e incluso habías utilizado el simulador con sobrinos, hijas de amigas o alumnas… pero nadie te había hablado de esa doble sensación de peso e ingravidez que se tiene al mismo tiempo. Porque mientras vas procurando mantener la estabilidad sin saber realmente dónde vas, te das cuenta de que nadie más que ellos, tus hijos, van a ser capaces de enseñarte a ser madre. A ser padre. Pero es que tampoco te había contado nadie que puedes escoger. Decidir entre morirte de miedo o disfrutar del vuelo, sentir unas cosquillas en la barriga como las que te producían las atracciones de las fiestas de tu pueblo.
¿Te acuerdas?
Quiero contarte cómo intentarlo, cómo convertir este salto a ciegas en el mejor y más emocionante viaje de tu vida. Porque no sabes cómo lo estás haciendo y piensas demasiadas veces al día «No podemos caernos»… y eso significa que no has aprendido aún a aprovechar las corrientes de aire, a confiar y a hacer piruetas apagando el motor de vez en cuando.
Quiero enseñarte cómo empecé mi vuelo con los mismos miedos que tú, y ahora, aunque cada día despego y aterrizo casi sin aliento, aunque yo también sigo sintiéndolos, no me rindo… quiero hacer de mi familia un equipo que pilote conmigo, trabajando juntos, cada uno en su lugar, pero todos con la vista puesta en el mismo cielo.
Este libro no está escrito por un catedrático de Pedagogía, no pretende ser un best seller y no encontrarás en él ninguna receta mágica e infalible que elimine por completo cualquier problema en tu familia. Quizá encuentres entre sus líneas alguna noche sin dormir, alguna pizca de esperanza, un trocito del sueño de una vida mejor para mis hijos o alguna carcajada inspirada por un atardecer jugando con ellos en la playa.
A lo mejor tropiezas con algún párrafo escrito después de un abrazo o justo antes de algún llanto de agotamiento, y seguro que lo notas. Porque al escribir como vivo, me vienen las palabras con la misma libertad con que mi mar me despeina el pelo. Y eso se siente de lejos.
Léeme con calma, yo te escribo desde mis madrugadas, mientras todos duermen, después de haber improvisado alguna nana o un par de cuentos de buenas noches. Esto no es un método educativo, es la transcripción de cómo quiero enseñar a mis hijos a bailar la vida… Más que un montón de consejos, es mi confesión para ellos.
Educación consciente en el siglo XXI
En mi ciudad hay un monumento con forma de lazo blanco, erigido en honor a tres policías, los llamados «héroes del Orzán», que no dudaron en tirarse al mar para salvar a un chico que no era capaz de volver a la playa. Ninguno de los cuatro lo consiguió, y cada vez que paso por allí y veo ese lazo que parece ondear al viento en la orilla del océano, pienso que no somos los de las masacres, los del odio o los del miedo… Nosotros somos los de la compasión, los que se tiran al agua para salvar a los demás, los que atraviesan un país por un solo beso, los que trasnochan para hacer una tarta de cumpleaños, los que componen canciones de fiesta, los que dedican su vida a echar una mano al otro lado del mundo, los que meditan, cantan, bailan y rezan, somos los que escriben entre rejas «Soy el capitán de mi alma» o lloran viendo La vida es bella.
Nos merecemos una educación digna, que deje de mentirnos, amaestrarnos, clasificarnos, culparnos y enfrentarnos, que deje de someternos a ese miedo, que no siga anulando todo el amor que somos, toda la luz y la fuerza, todas las ganas de vivirnos a flor de piel. Nos merecemos no dejar nunca de crecer, no quedarnos en el «Muy mal» o el «Muy bien», que se nos permita despertar, porque somos los que convierten un trozo de madera en una sinfonía, los que ganan medallas en sillas de ruedas, los que saben agradecer hasta el valor que nace en un mal diagnóstico y son capaces de escribir poemas de amor con el corazón roto.
Somos gritando la vida en un parto y somos decorando con flores los recuerdos y las despedidas de nuestros muertos.
No somos el dolor que causamos porque se nos desborda algunas veces. No entendimos para qué servía, a veces nos sentimos perdidos, es solo eso…
Si hemos llegado hasta aquí, si somos capaces de perdonar, amar y no dejar de creer habiendo crecido tan solos y con tanto miedo, imagínate lo que seríamos capaces de sanar, crear y sentir si nos atreviéramos a hacerlo encendiendo la luz, con el corazón al aire y los ojos abiertos.
Vamos a perdonarnos la ceguera y devolvernos los abrazos perdidos, vamos a agradecer a nuestros hijos la oportunidad de volver a sentirlo todo de nuevo, la esperanza de entender que no nos hacen falta héroes y heroínas porque ya somos de carne y hueso. Somos los valientes de la ilusión por los caminos inciertos. Y vamos a volver a crecer libres y despiertos.
Consciente
1. adjetivo. Dicho de una persona: Que siente, piensa y actúa con conocimiento de lo que hace.
«A mí me educaron así y soy normal (estoy bien)»
Si has oído esta frase alguna vez como justificación del inmovilismo educativo y al escucharla te han dado ganas de rendirte y abandonar la conversación, o si por el contrario has intentado defender todavía con más furor tu argumento en contra, bienvenida a este libro.
Si tú misma has suscrito esta idea y sigues con la convicción de que la educación recibida por nuestra generación nos ha permitido crecer como personas adultas, maduras y «normales», pero, por alguna razón, alguien te ha ofrecido esta lectura, bienvenida.
Me gustaría proponerte unas cuantas dudas, permitirnos la licencia de compartir alguna que otra contradicción y ver si somos capaces de llegar a otro sitio juntas. Movernos. Porque ese es el secreto de todo lo que está vivo: el movimiento que nos mantiene en un equilibrio oscilante entre la luz y el caos.
Todo lo que está quieto está muerto.
Solía decirlo a menudo mi querida profesora de Biología. Ella sabía que con sus palabras también nos enseñaba Filosofía. ¿Qué solemos entender por «estar bien»? Cuando alguien dice que «está bien», ¿a qué se refiere? ¿A sus estrategias de gestión emocional? ¿A los sentimientos que conoce? ¿A un estado de paz? ¿A su manera de afrontar los problemas en la vida?¿A su forma de conseguir lo que necesita? ¿A la posición social alcanzada? ¿A los recursos que utiliza para relacionarse de manera equilibrada consigo mismo y con los demás?