Jorge Yamamoto - La gran estafa de la felicidad

PARTE I

CAPÍTULO 1

El impresionante desarrollo moderno e infeliz

El avance científico y tecnológico moderno

Durante los últimos cien años, la sociedad humana ha alcanzado un nivel de progreso sin comparación en la historia. A comienzos de la década del 2000, se decodificó el genoma humano, mapa que contiene las instrucciones detalladas de cómo se desarrolla, cómo se mantiene sano y cómo se enferma un individuo de nuestra especie. De forma complementaria, se comprende el epigenoma humano; es decir, el conjunto de mecanismos que despiertan o duermen los genes que están detrás de la salud o la enfermedad tanto física como mental. Este epigenoma se modifica con nuestras experiencias particulares desde el nacimiento, con aquello que comemos y que no comemos; a diferencia de los genes, que requieren de decenas de miles de años para modificarse. Por si esto fuera poco, el equipo del biólogo Craig Venter, el mismo que decodificó el genoma humano, creó en el año 2010 el primer organismo sintético; en otras palabras, diseñaron en computadora un ser vivo que no existía en la naturaleza y le dieron vida.

En el terreno de la física, se construyó el Gran Colisionador de Hadrones; se trata de un anillo de 27 kilómetros que cruza dos países y está a 100 metros bajo tierra. Es una de las máquinas más complejas jamás construidas, cuenta con 9300 imanes superconductores que aceleran partículas a velocidades cercanas a la de la luz para hacerlas chocar entre sí a temperaturas por debajo de los -270 °C; es decir, cerca del cero absoluto, con el fin de simular las condiciones del espacio. Dicho invento está ayudando a comprender los componentes fundamentales de la materia y del universo -incluyendo los seres humanos-, a fin de conocer el origen y formación del mismo.

Por otro lado, a través de la tecnología de la información y las comunicaciones, el mundo se encuentra conectado por redes de computadoras que unen a billones de personas, modificando virtualmente todos los ámbitos de la vida humana, incluyendo la música, la fotografía, la forma cómo se establecen las relaciones de pareja y cómo se fomenta la amistad. Ya no se necesita comprar discos, la música se almacena y se distribuye en nubes virtuales. Tampoco se necesita un contrato con una gran productora musical para saltar a la fama, pues un grupo talentoso puede subir a la nube su música y venderla directamente. Los teléfonos tienen cámaras que hacen palidecer a los equipos voluminosos y costosos de hace unas pocas décadas. Las personas pueden tener miles de «amigos» y no tienen que esperar a que la suerte les permita conocer a su media naranja; ya que, a través de programas informáticos en red, se van estableciendo amistades, citas sexuales, relaciones de pareja y hasta matrimonios felices.

Hasta hace pocas décadas, las costosas enciclopedias concentraban el conocimiento y nutrían a las familias para resolver tareas escolares, universitarias y curiosidades intelectuales. El avance de la ciencia alcanzó tal velocidad que las enciclopedias no pueden ya mantenerse actualizadas. Más aún, el cúmulo de conocimientos es tan grande que ya no caben en doce o veinte tomos. Ahora, la antes escasa y valiosa información se ha convertido en abundante, barata y accesible a través de sistemas de inteligencia artificial como Google o de bases académicas como ProQuest. Incluso, sistemas como YouTube y Wikipedia generan plataformas abiertas que intermedian entre la generación y la necesidad de conocimiento, filtradas por la «selección natural» de los usuarios. La fotografía digital ha superado ampliamente la fotografía tradicional en términos de resolución, capacidad de manipulación y gradación tonal. Ya están en las calles autos que se conducen solos, así como los aviones de guerra; estos son más precisos, silenciosos y no llevan piloto a bordo. Sobre la base de este espectacular desarrollo podríamos concluir que vivimos en una época privilegiada como ninguna otra en la historia, de lejos.

Una sociedad moderna cada vez más infeliz

Sin embargo, de forma paralela a estos espectaculares avances, el mundo se encuentra más deprimido e infeliz que nunca. La psicóloga estadounidense Jean Twenge publicó en el 2000 una revisión de múltiples estudios que en las últimas décadas han medido la ansiedad y el neuroticismo, dos medidas contrarias a la felicidad. Se trata de estados desagradables en los que la persona piensa y siente que algo va a salir mal y está en situación de alerta. Cuando el peligro es real y transitorio, esta reacción permite enfrentar el problema; sin embargo, conforme se va alejando de riesgos inminentes y se va volviendo un estado duradero, se vincula con la reducción del sistema inmunológico, lo cual propicia las enfermedades, aumenta los riesgos de problemas cardiacos, además de la evidente reducción del bienestar subjetivo. Con la ansiedad, el sentimiento desagradable puede llegar a generar fuertes dolores en el pecho, paralizar a la persona o hacer que, por temor, esta no salga de su casa. El neuroticismo, según se midió en este estudio, es una característica arraigada en la persona, asociada con la tendencia a reaccionar de forma negativa, rápida e intensamente ante las situaciones de la vida. Además de generar un estado emocional infeliz en la persona y en su entorno cercano, aumenta la ansiedad, creando un círculo vicioso. Twenge encuentra que en los Estados Unidos, país que suele ser tomado como modelo, en las últimas décadas, se han venido aumentado sustancialmente los niveles de ansiedad y neuroticismo, al grado que el niño normal de la década de 1980 reporta más ansiedad que los pacientes psiquiátricos infantiles de los años cincuenta. Concluye así que es posible que la reducción de las conexiones sociales, como las relaciones familiares y amicales, pueda ser la causante de este creciente problema.

Diez años después, Jean Twenge publicó las conclusiones de un exhaustivo estudio llevado a cabo por un equipo de investigadores, dirigido por ella, en los Estados Unidos. La investigación compara medidas de depresión tomadas desde 1938 hasta el 2007. La depresión es otra condición contraria a la felicidad, en la que la persona deja de disfrutar actividades que le eran placenteras, ve la vida con pesimismo, se vuelve irritable y vive en una profunda tristeza. Esto se relaciona con un deterioro de la salud, de la actividad y puede llevar en algunas condiciones al suicidio. Los resultados del estudio indican que, de forma sostenida, la depresión va aumentando década tras década. Este incremento de los niveles de depresión, sugieren los autores, se relaciona con cambios en la cultura de los Estados Unidos.

La influencia cultural negativa puede relacionarse con el aumento de la importancia del dinero, de la apariencia y del estatus, a la par de una reducción de la importancia de la comunidad y de las relaciones. Esta conclusión es coherente con estudios previos que encuentran que al inicio del siglo XX se diagnosticaba a entre 1 y 2 % de la población con desorden mayor de depresión, comparado con el más del 15-20 % con el mismo diagnóstico en las personas nacidas después de la mitad del siglo. El extraordinario progreso de la ciencia y la tecnología parece contrastar con una sociedad más depresiva, más ansiosa y más neurótica, condiciones directamente opuestas a la felicidad.

Los países desarrollados e infelices

La idea de un mundo desarrollado e infeliz es corroborada por los estudios mundiales sobre felicidad, que introducen la medida de la satisfacción subjetiva de sus ciudadanos; es decir, si las personas se sienten felices o infelices. Probablemente, la encuesta más prestigiosa sea el Índice del Planeta Feliz, elaborado por la Fundación para una Nueva Economía, en el Reino Unido. Ellos definen la felicidad como la satisfacción subjetiva con la vida, multiplicada por la expectativa de vida y por la desigualdad de los ingresos; todo esto dividido entre el impacto negativo en la conservación del planeta. Es decir, la felicidad como una larga y satisfactoria vida, con poca inequidad y sin arruinar la naturaleza. En este índice, América Latina aparece sistemáticamente como la región más feliz del mundo. En el reporte del año 2016, Costa Rica, México y Colombia aparecen en los tres primeros lugares. Panamá, Nicaragua y Ecuador figuran dentro de los diez primeros. El Perú figura en el puesto número veintiuno. Por el contrario, los países del primer mundo aparecen en los puestos de los países más infelices del planeta. Los Estados Unidos de América está en el puesto 108; Bélgica, en el puesto 87; Corea del Sur, en el puesto 80; China, en el puesto 72; Suecia, en el puesto 61; Japón, en el puesto 58; entre otros.