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James E. Ryan - cinco preguntas más importantes: y otra pregunta esencial de la vida

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James E. Ryan cinco preguntas más importantes: y otra pregunta esencial de la vida
  • Libro:
    cinco preguntas más importantes: y otra pregunta esencial de la vida
  • Autor:
  • Editor:
    HarperCollins
  • Genre:
  • Año:
    2018
  • Índice:
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cinco preguntas más importantes: y otra pregunta esencial de la vida: resumen, descripción y anotación

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Una guía innovadora que revela el secreto de la búsqueda de una vida llena y abundante: el arte de hacer (y responder) buenas preguntas.

En su discurso de ceremonia de graduación, dirigido a la clase graduada del año 2016, James E. Ryan, decano de la Escuela Superior de Educación de la Universidad de Harvard, brindó consejos a aquel grupo de hombres y mujeres esperanzados y ansiosos por dejar su huella en el mundo. La clave para lograr las conexiones emocionales y el progreso social, se puede encontrar en cinco preguntas esenciales:

  • Espera. ¿Qué dijiste?
    • Me pregunto si...
    • ¿Al menos podríamos?
    • ¿En qué puedo ayudar?
    • ¿Qué importa en realidad?

      La frase «Espera. ¿Qué dijiste?» es la raíz de toda comprensión. «Me pregunto» se encuentra en el corazón de la curiosidad. «¿Al menos podríamos?» es el comienzo del progreso. «¿En qué puedo ayudar?» es la base de todas las buenas relaciones. Y «¿Qué importa en realidad?» nos lleva hasta el corazón mismo de la vida.

      Ryan promete que si nos hacemos de manera continua estas preguntas, estaremos preparados para responder con un «sí» lleno de entusiasmo a una pregunta final, y en definitiva, la más importante de todas: «¿Y sin embargo, lograste obtener lo que querías en la vida?» En este libro profundo y revelador, Ryan amplía el contenido de su discurso, que se ha vuelto sumamente popular, recibido muchos elogios y ha sido visto más de cuatro millones de veces en internet. Ofrece percepciones más profundas en el arte de hacer buenas preguntas, incluyendo anécdotas humorísticas y sorprendentes tomadas de la vida personal y profesional de Ryan, así como relatos tomados de la política, la cultura popular y los movimientos sociales que han existido a lo largo de la historia.

      Este libro interesante y cautivador cambiará la manera en que te ves a ti mismo y ves al mundo y, mientras tanto, te ayudará a conseguir lo que más quieres alcanzar en la vida.

      In his commencement address to the graduating class of 2016, James E. Ryan, dean of the Harvard University Graduate School of Education, offered remarkable advice to the crowd of hopeful men and women eager to make their mark on the world. The key to achieving emotional connections and social progress he told them, can be found in five essential questions:

    • Wait, what?
    • I wonder if . . .
    • Couldnt we at least?
    • How can I help?
    • What truly matters?
    • Wait, what? is at the root of all understanding. I wonder is at the heart of all curiosity. Couldnt we at least? is the beginning of all progress. How can I help? is the basis of all good relationships. And what truly matters? gets you to the heart of life. By regularly asking these questions, Ryan promises, you will be prepared to enthusiastically answer Yes to one final—and, ultimately, most important—question: And did you get what you wanted out of life, even so?

      Engaging and inspiring, Wait, What? will change the way you look at yourself and the world, and, in the process, help you get what you want most out of life.

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    E ste libro nunca habría sido posible sin Matt Weber Meredith Kamont y Miles - photo 1

    E ste libro nunca habría sido posible sin Matt Weber, Meredith Kamont y Miles Doyle, lo que significa que gran parte de la culpa es de ellos. Matt y Meredith son colegas de trabajo verdaderamente excepcionales y muy queridos en la Escuela Superior de Educación de Harvard, y fue idea suya poner en línea un breve clip de mi discurso de graduación. Estoy seguro de que fue la brevedad de ese clip, tanto como cualquier otra cosa, lo que hizo que se volviera viral y captara la atención de Miles, editor de HarperCollins. Miles, de manera amable pero insistente, me animó a convertir el discurso en un libro, incluso después de que le expresara mi idea de que no sería posible dadas las demandas de mi trabajo y el hecho de que no estaba seguro de que tuviera nada más que decir. Sin su confianza y optimismo, nunca habría comenzado el libro, y sin su hábil edición y su ánimo continuo, nunca lo habría terminado.

    Varios amigos y familiares leyeron el manuscrito, incluidos Steve Gillon, Mimi Gurbst, Marcy Homer, Mike Klarman, Meredith Lamont, Daryl Levinson y Matt Weber. Todos ofrecieron grandes sugerencias, e igual de importante, fingieron disfrutar las historias. Mi esposa, Katie, también leyó el manuscrito y estuvo de acuerdo, después de rogarle varias veces, en no borrar las historias que conté acerca de ella. Ella también me ayudó a recordar algunas viejas historias. Mientras tanto, nuestros hijos, Will, Sam, Ben y Phebe, generaron algunas nuevas historias mientras yo estaba distraído escribiendo este libro, las cuales compartiré si alguna vez hay una secuela.

    Gracias también a mi agente, Joward Yoon, por su experta guía y ayuda, y gracias a Progressive Publishing Services, quienes hicieron un gran trabajo repasando el libro. Gracias también a mi maravillosa asistente, Monica Shack, por ayudarme a encontrar tiempo para trabajar en este libro.

    La verdadera alegría de escribir este libro surgió de la oportunidad que me ofreció de reflexionar un poquito en los amigos y familiares con los que he tenido la bendición de compartir mi vida, y acerca de quienes se podrían contar muchas historias más. A todos ustedes, ya sea que los mencionara en estas páginas o fueran parte de historias que nunca deberían llegar a ser impresas, ofrezco mi más profunda gratitud y afecto.

    L a primera vez en mi vida que pregunté: «Espera, ¿qué dices?» fue momentos antes de que naciera mi hijo Will.

    Katie y yo pensábamos que sabíamos todo con respecto a las contracciones y el parto en sí, aunque éramos padres primerizos. Fuimos a clases de preparación para el parto, practicamos la respiración, vimos videos. Cuando llegó el momento, y Katie rompió aguas la mañana del 25 de febrero de 1996, sabíamos que estábamos listos.

    Hicimos el ingreso en el hospital Lenox Hill en la ciudad de Nueva York y nos llevaron a una sala de contracciones y partos, la cual estaba decorada como la habitación de un hotel Marriot. Como era su primera vez, Katie no sabía realmente si eran contracciones o no. Tenía algunos dolores suaves, pero las enfermeras más veteranas no estaban preocupadas. Mientras caminábamos por el hospital, esperando que el proceso se acelerase, con Katie casi todo el tiempo riendo y ocasionalmente haciendo muecas de dolor, una enfermera mayor le dijo con un clásico estilo neoyorkino: «Cariño, ¿sabes lo que necesitas? Una verdadera contracción».

    Las verdaderas contracciones llegaron unas diez horas más tarde. Era difícil no darse cuenta. El problema era que parecía que no ocurría nada más, y después de un tiempo, Katie y el que pronto sería nuestro hijo Will comenzaron a sufrir. El médico entró en la habitación y dijo con aire despreocupado que era el momento de llevarnos a otra habitación. Eso no formaba parte del plan original, pero fuimos sin preguntar, lo cual es bastante irónico dado el tema de este libro.

    La otra habitación era un quirófano, así que pasamos de los acogedores confines de nuestra habitación de imitación de un hotel a una sala iluminada y fría, de baldosines. Nos esperaba un equipo de técnicos y enfermeras. Yo estaba de pie junto a la cama de Katie mientras el médico explicaba con mucha calma que Will básicamente estaba atascado, probablemente porque tenía una cabeza muy grande, y que tenían que sacarlo de inmediato. El médico preguntó si preferíamos fórceps o ventosa para ayudar al parto. Katie gritaba: «¡Quítenme los dolores!». Eso no respondía directamente a la pregunta, pero decidí que era mejor no destacarlo. En cambio respondí que pensaba que el médico sabría qué era lo más indicado, dado que aquella era básicamente nuestra primera vez en esa situación. Él decidió usar la ventosa.

    Lo siguiente que supe es que apareció un hombre junto a mí y se presentó como médico. Después explicó, con mucha calma, que iba a presionar con su antebrazo el estómago de Katie y a deslizarlo para sacar a nuestro bebé, «algo parecido a cuando aprietas y le quitas un hueso a una aceituna». Mientras se cruzaba por el estómago de Katie para asirse del rail opuesto de la cama para hacer palanca, recuerdo claramente pensar que nunca vimos ese procedimiento concreto en las clases de preparación para el parto, y que tampoco vimos nunca eso de «quitarle el hueso a la aceituna» en los videos de preparación para el parto.

    Pero lo único que pude decir fue: «Espera, ¿qué dices?».

    En lugar de responder, el médico presionaba hacia abajo sobre el estómago de Katie. Katie educadamente explicaba que eso le causaba un ligero malestar; creo que sus palabras exactas fueron: «Quítese de encima o le mato». Momentos después, Will actuó como si fuera un hueso de aceituna y salió.

    Había oído la pregunta «Espera, ¿qué dices?» mucho antes de hacerla yo mismo en la sala de partos. Uno de mis compañeros de cuarto en la universidad, Keith Flavell, hacía esa pregunta a cada momento. Canadiense encantador y amable, a Keith le resultaba difícil a veces entender a muchos de sus compañeros de cuarto, incluyéndome a mí. «Espera, ¿qué dices?» se convirtió en la respuesta casi refleja de Keith en nuestras conversaciones, las cuales por lo general contenían rangos de aseveración que iban desde ligeramente increíble hasta ridículo. Sin embargo, hasta donde yo sé, la pregunta era única de Keith; era su pregunta de identidad.

    Desde entonces me dijeron que la pregunta es común entre los canadienses, pero no he sido capaz de determinar si era común a mitad de la década de los ochenta, cuando Keith y yo estábamos en la universidad. De hecho, no he podido saber con exactitud dónde o cuándo apareció esta pregunta por primera vez. Lo único que sé es que Keith comenzó una moda internacional.

    Cuando Keith y yo separamos nuestros caminos después de la graduación, la pregunta prácticamente desapareció de mi vida, al menos por un tiempo. Katie hacía la misma pregunta de vez en cuando, al habérsela escuchado a Keith, pero yo nunca volví a escuchar a nadie más hacerla. Después nuestro hijo Will, debidamente apropiado dado sus orígenes, comenzó a hacer la pregunta hace unos diez años. Observé que sus amigos también hacían la pregunta; y entonces casi de la noche a la mañana, parecía que a cada lugar donde yo iba, alguien estaba haciendo esa pregunta. Ahora es algo básico en las conversaciones del día a día, especialmente entre aquellos que tienen menos de treinta años, aunque ciertamente no está limitado a los mileniales.

    Algunos lingüistas tradicionales quizá lamenten que esta pregunta en particular se haya difundido tanto, y tal vez se quejen de la aparente superfluidad del «espera». Otros quizá vayan más lejos y señalen que es más una prueba de degradación del lenguaje y el declive de la civilización. Pero los odiosos siempre odian, como se suele decir, y en este caso los escépticos se equivocan, porque «Espera, ¿qué dices?» es verdaderamente una gran pregunta. Sin duda, esta pregunta engañosamente sencilla es esencial, si no profunda, una vez que uno aprecia bien cómo se puede usar.

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