JAMES H. Hoke. Es un estadunidense destacado experto en el campo del hipnotismo, orador motivador y autor de dos libros de autoayuda: Lo haría si pudiera… ¡y puedo!, y Negociaciones PEP. Ha aparecido en numerosos programas de televisión (locales y nacionales) y publicaciones. Como hipnoterapeuta con licencia certificada, con 40 años de experiencia, Jim ha hipnotizado a más de 1 millón de personas.
Disponible para seminarios, espectáculos de hipnosis y sesiones privadas, también ofrece instrucción de hipnosis para médicos, asesoría y otros profesionales. Ya sea que desee dejar de fumar, perder peso, mejorar la autoconfianza, superar los comportamientos compulsivos o adictivos, una sesión de hipnosis con Jim lo conducirá al autodescubrimiento, ayudándole a hacer que su vida suceda, a propósito, con un propósito.
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Sus sentimientos
accidentales
Como hipnotista, veo las cosas sorprendentes que ocurren a diario en la mente de la gente. Obreros comunes y corrientes que se transforman en hombres de negocios; amas de casa desaliñadas que se convierten en impresionantes mujeres de mundo; atletas mediocres que sobresalen en hazañas deportivas; tartamudos que llegan a hablar tan bien como usted o como yo.
Es por esto que sé que usted, al igual que todo mundo, tiene dentro de sí capacidades ocultas. He aprendido a ayudar a la gente a rescatar esas capacidades haciendo a un lado la derrotista creencia de «Así soy y no puedo cambiar».
¡Sí se cambia! Los que se muerden las uñas dejan de hacerlo, los fumadores empedernidos tiran los cigarros a la basura, los gordos dejan de atiborrarse de comida, y los que le tienen miedo a los aviones abordan un Concorde y cruzan el Atlántico.
Usted también puede cambiar y convertirse en la persona que le gustaría ser. Con lo que he aprendido empleando la hipnosis como catalizador de la autoayuda, puedo enseñarle técnicas autopsíquicas para que rescate lo mejor y deseche lo peor de su persona, y para que cambie su vida accidental por otra elegida a propósito.
Usted es como es debido a las cosas programadas en su computadora subconsciente que controla el 90 por ciento de lo que hay de emocional en su persona. Dicha computadora hace latir su corazón y respira por usted. Hace que sus ojos parpadeen con más rapidez en una tolvanera, y cuando se presenta alguna emergencia hace que la descarga de adrenalina sea mayor. Esa computadora es la que lo obliga a cubrirse la cara si alguien le arroja algo.
Así como desencadena automáticamente estas decisiones físicas en beneficio suyo, también suscita decisiones emocionales, algunas de las cuales lo mantienen encadenado a la programación emocional de su niñez.
Pero no hay por qué conformarse con estos sentimientos accidentales programados en el subconsciente. Ya que usted cuenta con todas las emociones humanas dentro de sí, puede recuperar las mejores para llegar a ser una persona mejor.
Empiece por librarse de ese autoderrotista sentimiento de culpa. Ya no se sienta culpable porque no es perfecto. Si no elimina esa culpabilidad irracional del subconsciente, se verá imposibilitado para cambiar.
Una vez que acepte el hecho de que sus sentimientos y actitudes son parte de su programación subconsciente accidental, ¿por qué sentirse culpable de sus defectos? Sí, allí están los defectos, pero usted no los eligió. Son el resultado de la programación accidental y no tiene por qué tomarlos tan a pecho. No se culpe. Considere objetivamente los defectos, como un producto del subconsciente que usted desea modificar.
Aunque nadie nace con culpa, desde muy tierna edad se nos programa para que la sintamos. Es obvio que ciertos sentimientos de culpa son necesarios en una sociedad civilizada. Si un automovilista no se sintiera culpable cuando se pasa una luz roja, tendríamos accidentes de tránsito a cada momento. Esta culpa racional, que actúa a manera de una conciencia que nos da un sentido del bien y del mal, sirve para que la gente viva en armonía. Las culpas irracionales, en cambio, se manifiestan a través de sentimientos negativos.
Desde niños aprendimos a sentirnos culpables cuando nuestros padres nos castigaban por hacer cosas que a ellos no les gustaban. De adultos, cuando nos sentimos culpables, deseamos subconscientemente el castigo que elimine la culpa y nos haga sentir bien de nuevo. Si dicho castigo no procede de los demás, hay personas que se lo infieren por ellas mismas, ya sea demostrando una conducta autodestructiva o permitiendo que los sentimientos de culpa interfieran con su crecimiento personal. El exceso de culpa da por resultado una escasa autoestimación, lo cual, a su vez, produce lo que se llama un «perdedor».
La culpa que sentía Myra, por ejemplo, la orilló a hacerse daño en el rostro y a ocultar su cuerpo. Myra, hermosa muchacha de veintitrés años, de una belleza natural, habitualmente se rascaba y pellizcaba la cara día y noche. Tenía el cutis lleno de rasguños y costras, e iba vestida todo el tiempo con ropas feas y lo bastante sueltas como para ocultar la brevedad de su cintura y la esbeltez de sus caderas.
Al someterla a tratamiento hipnótico, la hice regresar mentalmente a la época en que por primera vez había empezado, inconscientemente, a pellizcarse la cara. Aquella costumbre destructiva se había iniciado hacía seis años, cuando su madre se destrozó la cara en un accidente automovilístico. Antes de esto, la gente comentaba frecuentemente la hermosura tan parecida de las dos. La culpa que Myra sentía por seguir siendo bella mientras a su madre le esperaban muchos años de cirugía plástica reconstructiva, la llevó a desfigurarse. Sólo después de reprogramar su percepción subconsciente del desdichado accidente de su madre, dejó de autocastigarse por aquella supuesta culpa.
Aunque Myra escogió la hipnosis para descubrir la razón de su problema, la hubiera descubierto por sí misma si se lo hubiera propuesto. Una vez que hubiera remontado sus pensamientos a la época en que se inició el hábito de pellizcarse la cara, ciertamente lo habría relacionado con el accidente en que su madre se estropeó la cara. El saber qué había propiciado su mal hábito sería el primer paso hacia la eliminación del mismo, junto con la culpa que lo acompañaba.
La culpa impide a los individuos crecer y los impulsa a castigarse y a buscar una penitencia que su programación subconsciente de la infancia les dice que necesitan.
Ray, por ejemplo, pasó de mecánico a agente de ventas en una automotriz, pero se le dificultaba cerrar las operaciones de venta a pesar de conocer al revés y al derecho todo lo concerniente a automóviles. Por espacio de quince años los había desarmado y vuelto a armar, y en ninguna otra compañía había un agente de ventas que conociera el producto mejor que él.
Con la hipnosis, el subconsciente de Ray reveló su problema. Ray estaba acostumbrado a sudar y ensuciarse cuando trabajaba como mecánico. Aunque consciente e intelectualmente reconocía que el haber progresado desde simple mecánico a agente de ventas era algo encomiable, emocional y subconscientemente no pensaba lo mismo, pues sentía que lo de las ventas no era verdaderamente trabajo. Como el acto de vender no lo cansaba físicamente ni lo hacía transpirar, en su subconsciente equivalía a pereza y se forzaba a arruinar toda operación de venta como castigo de su culpa.
Si hubiera analizado tranquilamente las cosas por sí mismo habría llegado a la misma conclusión a la que llegó por medio de la hipnosis. A pesar de querer ser un buen vendedor, no se sentía bien en su trabajo. Si hubiera empezado por analizar las posibles razones de sentimiento tan negativo, habría llegado a la conclusión de que era la culpa la única razón lógica. Una vez reconocida dicha culpa habría podido cambiar por sí mismo ese sentimiento, tal como lo hizo con ayuda de la hipnosis.