“El pasado es un maravilloso lugar para visitar, pero no para permanecer ahí.” Son palabras que me expresó en alguna ocasión mi amiga y terapeuta Gaby Pérez, especialista en tanatología. Ella dice constantemente esa frase a quienes no pueden sobrellevar el duelo y se quedan estancados en la negación de lo sucedido y les es imposible superar su dolor o su pena.
- “Pude hacer más…”
- “Puede evitarlo…”
- “Debí estar más tiempo…”
- “No debí hacer o decir eso…”
Sin embargo no hice más, ni lo evite, ni le di más tiempo y dije o hice eso. Por más que me cuestione lo hecho, hecho está y fue lo que en ese momento creí que era conveniente; fue la decisión que tomé en ese instante y por más que regrese al pasado no lo voy a cambiar.
Contrario al dolor que representa para muchos recordar el pasado, también está el otro lado de la moneda: quienes disfrutamos recordar el pasado por los gratos momentos compartidos.
Tengo el gusto de frecuentar, aunque esporádicamente, a mis mejores amigos de la infancia. Cinco compañeros de primaria y secundaria que compartimos esa etapa de formación; en realidad ninguno éramos considerados entre el selecto grupo de alumnos populares del colegio por poseer cierto carisma o destacar en algún deporte.
Sin embargo, las anécdotas están ahí. Las historias de vida que nos marcaron en esa época salen a relucir una y otra vez cada que nos reunimos. Las mismas historias que nos hacen reír a carcajadas como si las volviéramos a experimentar. En verdad lo disfrutamos y más risa nos da cuando les digo que cada que nos vemos platicamos lo mismo. ¡No puede ser! ¡Nos reímos como si fuera la primera vez que lo platicamos!
Ese pasado es digno de visitarse, porque nos alegra, no duele y nos da sentido de pertenencia. Un pasado lleno de anécdotas que forjaron nuestro presente y que por recordarlo no causa malestar, sino todo lo contario. Tengo que agregar que al finalizar las mismas anécdotas, no falta quien de nosotros termine con el clásico comentario: “¡Cómo pasa el tiempo! ¡No puede ser que hayan pasado tantos años!” Y es en esos precisos instantes cuando se rompe el encanto y entonces el pasado puede llegar a calar a más de uno.
Tengo que expresarte que jamás me he sentido así cuando recuerdo lo rápido que pasa el tiempo, ya que la vida es maravillosa así como está diseñada y cada que escucho o digo tan certera frase, me comprometo a disfrutar más todos esos instantes que forman mi presente.
Por eso desde que escuché también la frase: “El pasado es un maravilloso lugar para visitar pero no para permanecer ahí”, hice un pacto conmigo para visitarlo sólo con el fin recordar momentos felices, aprender lecciones que me sirvan en mi presente y no para lamentarme o sufrir. Que ese pasado me sirva de experiencia para no cometer los mismos errores y aplicar los conocimientos adquiridos en mi presente o en mi futuro.
Sin embargo, con frecuencia caemos en la tentación de creer que tiempos pasados siempre serán tiempos mejores, tal vez por el gran tesoro de la juventud, por los logros económicos que tuvimos o por la calidad de relaciones que disfrutamos y nos lamentamos. Momento exacto para agregar al recuerdo la afirmación de que ya pasaron esos tiempos y no puedo hacer nada para regresarlos.
Vivir en el pasado es un lamentable error que se cobra con intereses, ya que el tiempo no perdona y cada día que transcurre puede ser un día desperdiciado por estancarnos en los recuerdos que nos privan de lo que en verdad sí está, que es nuestro presente.
- ¿Cuánto tiempo perdemos al permitir que la mente visite constantemente el pasado?
- ¿Cuántos momentos dejamos ir por la añoranza?
- ¿Cuántos momentos dignos de olvidarse revivimos mentalmente varias veces con el pensamiento?
Momentos dolorosos que desearíamos no haber padecido, sin embargo, sucedieron y no por pensarlos todo el tiempo los cambiaremos.
Hoy quiero compartir contigo algunas recomendaciones y te pido que las repitas en voz alta, son fuertes afirmaciones o decretos para ver al pasado sin necesidad de engancharte sin sufrir por tus penas ni por tus éxitos lejanos:
Decido mirar con bondad lo vivido, y si siento que no es posible, terminaré por repetírmelo una y otra vez hasta que lo crea y lo acepte como posible. Aplico la frase: “Empiezo actuando y terminaré creyendo.”
Podré minimizar las consecuencias de las malas experiencias vividas si cambio las preguntas: “¿Por qué yo?” o “¿Por qué a mí?”, por “¿Para qué?”, y eso depende sólo de mí. Acepto que la gente es más sabia por lo vivido que por lo leído y acepto no ser una víctima más de las circunstancias.
Si recordar el pasado lleva consigo un gran conflicto, me diré cuantas veces sea necesario que por pensarlo una y otra vez no lo cambiaré, ya que lo hecho, hecho está. Cuando me aferro a vivir de los recuerdos, de los éxitos pasados, de los amores vividos y perdidos y de lo que pude hacer y no hice, me uno a las millones de personas que viven con el victimismo y aceptan el sufrimiento como estilo de vida. Rechazo ser víctima eterna de las circunstancias y de mis decisiones erróneas. Recordar el pasado también conlleva la gran oportunidad de aprender y desaprender de lo vivido. Aprender lo que sí vale la pena y desaprender los pésimos hábitos y costumbres que tanto dañaron mi autoestima y mis relaciones con los demás.
Extrañar es un proceso natural, pero no permanente. Puedo extrañar, mas no permitiré hundirme en el pozo de la tristeza y la desolación. Recuerdo y extraño, pero decido que en los momentos en que perdure esta sensación, me diré cuán maravilloso fue todo y bendeciré cada minuto de alegría vivido, agradeceré cada momento de gloria con la firme determinación de aprender y recordar una vez más que todo tiene sentido.
Acepto que no todo lo vivido ha sido bueno. Acepto el dolor y la tristeza que causaron las decisiones erróneas que tomé, pero no porque el pasado haya sido como fue significa que así seguiré. Hoy decido evitar y alejar pensamientos y palabras pesimistas y derrotistas. Sé que la mente tiende a los absolutos al querer convencerme de que las cosas seguirán igual o peor, porque sé que mi actitud positiva fomenta los milagros. Recordaré y afirmaré una y otra vez: “Dios conmigo, ¿quién contra mí?”
Hoy es muy buen día para hacer un recuento de bendiciones. Digo gracias por todo lo que he logrado y bendigo mental o verbalmente a quienes fueron claves en cada éxito. Acepto que cada coincidencia o diosidencia