Amandine Dhée, nacida en 1980 en Lille, es una autora y actriz francesa.
También es artista asociada de la Générale d’Imaginaire, una compañía artística con sede en Lille que desarrolla enfoques artísticos y culturales en relación con la palabra hablada y la literatura. La escritura de Amandine Dhée cuestiona el deseo, la feminidad y la sexualidad.
En 2017 ganó el Prix Hors Concours por su novela La mujer borrador.
¿Q ué hago, doy unos golpecitos con la cuchara en un vaso? ¿Pido silencio y atención?
No me apetece ser el centro de las miradas, ni hacer alarde de nuestra felicidad conyugal.
Lo cierto es que, desde hace unos días, la alegría y el terror se devoran mutuamente.
Tengo ganas de pegar un grito. O de clavarle el tenedor en la mano a mi vecina, como Charlotte Gainsbourg en La pequeña ladrona.
Pero no me atrevo. Demasiado comedida. Demasiado bien educada. Así que me remuevo en mi silla y farfullo que bueno, que estoy embarazada.
Me felicitan. Incluso los que tienen hijos.
Nadie me lanza miradas de alarma ni me envía mensajes anónimos para que renuncie a semejante proyecto. ¿Es una trampa? ¿Se están regocijando para sus adentros de que cometa el mismo error que ellos?
Ya no estoy segura de nada.
Cuando te los cruzas en el parque o en una fiesta de cumpleaños es imposible saber. La felicidad es una cosa que las familias fingen la mar de bien. Habría que tener informantes infiltrados para asegurarse. Estar allí por la mañana antes de que los niños salgan para el colegio, o en los días encapotados de invierno.
¿Y yo, fruto de tres generaciones de madres deplorables, qué oportunidades tengo de salir airosa? Debería estar inmunizada contra la maternidad. Pero no, tuve que reincidir.
Ante mis compañeras feministas experimento un vago sentimiento de culpabilidad. ¿No habré traicionado al bando de las mujeres libres? Como si, bajo un exterior emancipado, soñara en secreto con una pequeña felicidad conformista, charloteos delante del colegio, un horno pirolítico, un buen marido. Como si lecturas y debates no me hubieran servido de nada. Yo solita me lo he buscado. Heterosexual y monógama, estaba dentro de la población de riesgo, la que cae fácilmente en el discurso a favor de la maternidad. Las mujeres inteligentes son lesbianas, todo el mundo lo sabe.
En todo caso, lo que es por el anuncio no tenía ningún motivo para preocuparme. La mayoría de las veces, mi abstinencia radical del tabaco y la seguridad con la que pido un zumo a la hora del aperitivo despiertan sospechas. Miradas insistentes, indirectas muy directas. Me arrancan la confesión. Para que luego hablen de experiencia íntima.
Lo que viene al mundo para no perturbar nada no merece ni consideración ni paciencia.
RENÉ CHAR, Furor y misterio
Título original: La femme brouillon
Amandine Dhée, 2019
Traducción: Irene Aragón
Ilustración de la cubierta: Ana Santos
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Notas
[1] En Francia los hijos reciben un solo apellido, que suele ser el del padre. Por lo general tras el matrimonio la mujer adopta el apellido del marido, abandonando el suyo propio. No se trata de una práctica obligatoria, pero sí bastante generalizada, aunque en los últimos años parece haber cada vez más mujeres que optan por conservar su apellido. (Nota de la traductora).
«El mejor modo de erradicar a la madre perfecta es gandulear sin complejos, porque si la ociosidad resulta ya bastante osada en nuestra sociedad, para una madre se convierte en la subversión absoluta. El día que rechazo acompañar al padre y al bebé a una comida de domingo para quedarme en casa en pijama, siento que algo empieza a tomar forma. He escrito este texto para abrirme camino entre los discursos sobre la maternidad y para afirmar que la madre perfecta es un gran Proyecto Inútil a denunciar categóricamente. Me ha parecido importante posicionarme como feminista, porque quiero darle un cariz político a mi experiencia íntima. He querido que el texto fuera corto. Más que nunca, sentía la necesidad de lo tajante, de lo afilado, frente a posibles prosas envolventes o “maternizantes”». Un texto lúcido y desbordante de ironía que lucha contra el fantasma idealizador de las mujeres embarazadas y de las madres perfectas.
Amandine Dhée
La mujer borrador
ePub r1.0
Titivillus 04-11-2021
En el fondo no me lo creía, todo eso de los espermatozoides, los gametos y la ovulación. Esas cosas funcionaban para los demás. En mí, alguna cosa tenía que fallar por fuerza, algo invisible a simple vista me impediría reproducirme, a mí, la mujer borrador.
Pero al final, resulta que funciono. Es maravilloso. Es horrible.
Pienso en abortar, en retomar el control. El aborto es para las que no quieren tener hijos, y también para las conmocionadas como yo, que necesitan decidir una segunda vez.
Frente al espejo del cuarto de baño, acecho los primeros signos. No se nota nada, aún. El mundo se pone patas arriba, y no se nota nada. Pero mi cuerpo ya existe un poco de más. Se fatiga, me impone siestas como a una señora mayor o un niño. Sabe algo que yo ignoro.
Le obedezco. Tengo tanto miedo de perder al bebé. De caerme con la barriga por delante, de comer algo prohibido. De que mis dudas terminen gripando su mecánica perfecta.
¿Qué hace que, tan solo por tener un útero, tenga que cargar con semejante responsabilidad? El padre del bebé habría resultado una madre mucho mejor. Su instinto de sacrificio está más desarrollado, y siempre es él quien hace las crepes.
Busco ayuda en los libros. Me compro un Larousse, nada menos. Para ser exactos, el Larousse de las futuras mamás, ya que se sobreentiende que la maternidad es un asunto exclusivamente femenino. En la portada, un hombre besa la tripa redonda de su compañera, un bebé rubio succiona un pecho, una mujer vestida de blanco inmaculado realiza una postura de yoga. Todos tienen la piel color rosa claro, bañada en luz.
Mi escala de valores evoluciona. Hasta entonces había luchado valientemente contra todo tipo de injusticias. Ahora mis enemigos son la leche sin pasteurizar y los crustáceos. En ese punto el Larousse no admite réplica.
Yo, que denunciaba las estrategias de marketing que se aprovechan de nuestros miedos, me encuentro comprando pastillas que contribuyen al desarrollo cerebral del feto. Nunca se sabe.
Ya no consumo ni la menor sustancia no autorizada, llevo una alimentación equilibrada.
En resumen, me vuelvo pura, como todas las madres.
Venus prehistórica en bikini, me declaran espléndida.
Me ponen frente a una hermosa vista, floto en el agua, tiendo a lo vegetal. Como a una divinidad, me sirven y me dispensan de los viles quehaceres humanos. Mi cuerpo ha perdido su fluidez, mis caderas ya no ondulan. El mayor desafío del día consiste en cortarme las uñas de los pies. Cuando hacemos el amor, evitamos los movimientos frenéticos para llegar al orgasmo por turnos.
Me enorgullezco de mi enormidad, como si fuera mérito mío.
Mi monstruosa barriga supera tanto al antiestético michelín que escapa a la tiranía de las apariencias.
Como todas las mujeres, he aprendido a desconfiar de mi cuerpo desde muy joven. A los trece años, bajo la fría luz del neón del cuarto de baño, comprendí que no valía. No era el cuerpo de las revistas, de las series de televisión, de los carteles de grandes dimensiones que veía en la calle, de las mujeres que merecían ser amadas. A partir de entonces fue necesario tenerlo controlado, ponerle límites.